Me produce un enorme tedio el
tema de Cataluña, no porque no sea importante, que lo es, sino porque muestra
que, nuevamente, frente a los graves y muy reales problemas que tenemos en
frente, nuestra ensoñación es capaz de fabricar nuevos desafíos que nos
desgastan, agotan y dejan exhaustos para poder enfrentar los auténticos retos.
El nacionalismo, ese gran mal que ha destrozado Europa tanto en el siglo XIX
como en el XX, vuelve a aflorar y llena de corazones de discursos míticos,
falaces e imposibles, pero las soflamas siguen ondeando al viento de quienes
les soplan. Por eso, y aunque sigo pensando que todo volverá a su cauce, el mal
nacionalista ya está hecho.
Una de las derivadas más
graciosas de todo este asunto es que ahora las CUP son las que tienen la llave
de la gobernabilidad de la región, lo que es muestra de hasta qué punto de
disparate hemos llegado. ¿Qué son las CUP? Son las siglas de Candidaturas de
Unidad Popular, un movimiento asambleario de corte anarquistas que es un viejo
conocido de la política catalana, que cuenta con años de sólida trayectoria y
que no ha variado en su ideario desde que se fundó. Partido de corte
asambleario, su meta política es la independencia de Cataluña, lo llevan
diciendo desde hace décadas, pero independencia no sólo de España, no sino de
todo. La nueva república catalana debe ser un estado colectivo autoorganizado
que luche contra las estructuras capitalistas. Fuera de España, de la UE, de la
ONU, de la OTAN, del Euro, de la OMS si hace falta, la nueva Cataluña llevará a
cabo el ideal anarquista que en el pasado se intentó en varias zonas del mundo
pero que, por la presión de los intereses de las oligarquías capitalistas y los
poderes fácticos, internos y externos, no pudo llevarse a cabo. Este discurso,
que parece sacado de un libro de historia soviética de los años veinte, es el
mantra de la organización que ahora puede decidir el destino de Cataluña, sus
ciudadanos y empresas. Y sorprendentemente, debo reconocer en las CUP al único
actor de todo este movimiento soberanista que sigue siendo coherente con sus
principios desde antes mismo de que esta corriente independentista se gestase.
Nada ha cambiado en la CUP estos años, son otros los que se han acercado a
ella. Como ha pasado siempre, los partidos más radicales se han visto
beneficiados por el corrimiento hacia sus posiciones de los partidos moderados,
que se han desgastado con este movimiento carente de sentido para sus bases.
Nunca la CUP ha obtenido mejores resultados que en las elecciones en las que el
soberanismo ha sido el centro del debate, y nunca Convergencia ha cosechado menos
votos. Algo parecido sucedió en el País Vasco en los años de Lizarra, en los
que el viraje radical del PNV sólo sirvió para que ETA siguiera matando y Batasuna
obtuviera sus mejores resultados políticos, a costa del nacionalismo moderado,
que se desangraba elección tras elección. Al final los nacionalistas vascos se
dieron cuenta de que abrazarse al oso radical sólo sirve para obtener arañazos
y mordiscos, y rompieron aquella vía suicida. Desde entonces el PNV ha obtenido
mejores resultados, hasta llegar a estas últimas elecciones municipales, que le
han convertido en ganador sin paliativos, con una Bildu desmoronada. La lección
es obvia, y esa quizás sea la más poderosa de las razones que hacen que Urkullu
y demás gerifaltes del PNV contemplen asustados el viraje de Convergencia, al
ver como su socio va camino de cometer los mismos errores que a ellos en el
pasado casi les cuestan el poder. Poder que, no lo olvidemos, es el único fin
de toda formación política.
Así Convergencia, en su huida hacia adelante
para ocultar sus corruptelas, encabezada por un Artur Mas que tiene muchas
cuentas que esconder, y que como oí en la radio hace poco, es un señor que está
más a la derecha que la palanca de cambios, se ha echado en brazos de unos
radicales que son mucho más izquierdistas de lo que uno pudiera imaginar, para
salvar su 3% y el proyecto soberanista que lo pretende amparar y absolver. De
momento las CUOP siguen empeñadas en que no investirán a Mas, y eso supondría
la pérdida del poder de Convergencia y, por su puesto, adiós al 3% de comisión
que se deriva del uso del sillón y de la capacidad de contratar. ¿Lo consentirán
las burguesas y tradicionalistas bases convergentes? ¿habrá elecciones otra vez
en un par de meses? Sí, cierto, menuda pérdida de tiempo que nos hemos
inventado
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