Ayer por la
tarde Josep Borrell presentaba en Madrid su último libro, Las cuentas y los
cuentos de la independencia, coescrito con Joan Llorach, en un acto al que
no pude asistir. He leído el libro y me ha gustado mucho, porque en menos de
doscientas páginas desmonta el mito del expolio fiscal del resto de España a
Cataluña, y con unos números y mucha cabeza fría se enfrenta a las
calenturientas mentes independentistas que, como siempre, viven en un discurso
instalado en la arcadia feliz de su nación soñada, auténtico bálsamo de
fierabrás de todos los males. Por
eso me hizo ilusión ver que en La noche en 24 horas de TVE Borrell fuera
entrevistado, y así pude, aunque de manera virtual, acudir a dicha
presentación, dado que el trabajo me impidió hacerlo en persona.
Señaló Borrell muchas cosas
interesantes, propias de un hombre, como él, desperdiciado por la política
nacional, que nunca admitió que alguien listo y brillante pudiera llegar a un
cargo de gran poder, empezando por el desprecio de los suyos. De entre todo lo
que dijo, quiero señalar tres cosas que, acertadamente, destacó como la base de
las mentiras que han generado este estado de ánimo independentista en una
Cataluña que, pese a tener siempre un componente de ruptura, jamás lo ha sido a
los niveles vistos en estas fechas. Tres componentes que, apostilló, se dan en
todos los regímenes totalitarios, que se usan siempre y funcionan. La primera
es que la mentira que se cuenta tiene que tener una mínima base de realidad. Si
cuento que a Cataluña le roban los extraterrestres nadie me hará caso, pero si
digo que lo hace el resto del país sí, porque los catalanes saben que, es
cierto, pagan más impuestos en media de lo que reciben en inversiones. Esto se
debe, obviamente, a que son, en media, más ricos, y por eso pagan más. Pero es
cierta esa diferencia. A partir de ahí uno puede tratar de estimarla seriamente,
como hace Borrell, Ángel de la Fuente u otros expertos, o inventarse la falacia
de los 16.000 millones de euros que España roba a Cataluña. El segundo
componente es el de la repetición, el machaqueo constante, el bombardeo.
Instituciones que deben servir al ciudadano se ponen al servicio único y
exclusivo de una causa, la independentista, dejando de lado todo lo demás. Medios
de comunicación, públicos o privados, necesitados de subvenciones para
sobrevivir, olvidan la labor periodística de la información y el contraste para
caer en la propaganda y el bombo. Y en frente, nadie. Ante esta avalancha, este
constante martilleo, el ciudadano tiende a decantarse por seguirlo antes de quedarse
peligrosamente sólo. “Si todos lo dicen por algo será” se consuela uno, y se
sube al carro, equivocado. Y la tercera base es que este conjunto de mentiras
con base creíble y pregonadas sin fin deben resultar agradables para quien las
escucha. Si todos los días me cuentan que el futuro estado catalán, con el
dinero que nos roban los españoles, subirá las pensiones y dará más servicios públicos
muchos ciudadanos verán que el negocio no es tan malo. Da igual que eso no sea
cierto, lo importante es que es un mensaje amable y que ofrece una alternativa
positiva, más necesaria que nunca en tiempos de crisis. Si asocio la
independencia con el fin de los recortes en servicios sociales, que en Cataluña
han sido muy duros, muchos de los perjudicados por dichos recortes se sumarán a
la manifestación soberanista, y se envolverán en la estelada en la creencia de
que ella les pagará las medicinas, asistencia y demás servicios que el recorte
impuesto desde la expoliadora Madrid, impide desarrollar. Y así la masa
independentista, pequeña y compacta, crece como un pastel amasado y horneado
con mimo por quienes quieren quedarse con un pedazo de la tarta. Y los
ciudadanos, engañados, serán comidos.
El libro de Borrell y Llorach ha sido censurado
en los medios de comunicación catalanes, se han suspendido entrevistas a los autores
y se han vertido calumnias contra ellos, porque sus páginas desmontan las tres
estrategias citadas. Revelan la mentira del expolio fiscal, se atreven a ir en
contra de la corriente de pensamiento único nacionalista y le cuentan al
ciudadano muchas verdades, bastante incómodas en su mayor parte. Es, en este
sentido, un ejercicio de libertad y honestidad de muy alto nivel, no muy
habitual en nuestro país, que merece elogio y lectura. Sus autores, sobre todo,
se han mostrado honestos frente a ellos mismos y a los ciudadanos, a sabiendas
de que eso tiene costes muy elevados. Y eso merece mi aplauso y el de muchos
otros.
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