Anoche pude acudir al Teatro Real
a una representación de Alcina, ópera seria de Hendel, desarrollada en tres
actos. Cuatro horas de espectáculo, tres de ellas completas de música, de
grandísima música, interpretada por una magnífica orquesta y solistas, con
cantantes de nivel y escenografía moderna que, la verdad, no me decía nada.
Tenía una localidad en lo alto del teatro, muy escorada, pero en cada
intermedio había deserciones, y poco a poco me iba centrando, por lo que cada
vez podía ver más de la escena y no sólo oír o intuir lo que allí sucedía. El
resultado final fue aplaudido con ganas por el público y me da la sensación de
que, aunque tarde, los que allí estábamos salimos satisfechos del Real.
Casi coetáneo de Bach, con el que
nunca coincidió, Haendel es en muchos casos el opuesto al maestro de Eisenach.
Ambos alemanes en un país que no existía como tal, Bach se movió poco en su
vida, si exceptuamos sus estancias en distintas cortes locales (Weimar, Cothen,
etc) y pasó el último tercio de esta en Leipzig, al cargo de la escuela de
Santo Tomas y sometido a un ayuntamiento que jamás le reconoció mérito alguno.
Haendel, por su parte, no paró quieto, viajó por toda Europa y al final se
asentó en Londres, donde desarrollaría toda su carrera hasta triunfar
plenamente y convertirse en el músico más afamado de su tiempo y, pese a no
serlo, uno de los mejores de la historia de Inglaterra. Si Bach centra su
producción en la obra sacra, con un marcado carácter teológico, y las obras
destinadas al estudio y experimentación de la forma y el virtuosismo, Haendel,
que también tiene obra religiosa, se dedica a la música para la corte, el
concierto lúdico y, sobre todo, la ópera, género que esté en pleno desarrollo
en aquel momento, tanto musical como, especialmente, comercial. Son famosos los
oratorios de Haendel, especialmente su “Mesías” pero su producción se centra
más en un género, el operístico, que le va a reportar mucha más fama y, sobre
todo, dinero. Frente al austero Bach Haendel se revela como un emprendedor muy
avezado, poseedor de un agudo instinto comercial y hábil vendedor. Sabe muy
bien moverse por la corte y los personajes influyentes de su tiempo, y
establece un negocio permanente en uno de los teatros del Convent Garden, que
en breve se convierte en un antecesor de lo que ahora conocemos como Broadway.
Surgen varios teatros que se hacen la competencia, y la necesidad de estrenar
nuevas obras que atraigan a un público creciente, residente en un Londres que
se está disparando como centro comercial y financiero, es muy alta. El ritmo de
estrenos crece, y de su triunfo o fracaso dependerá la gloria del compositor y
el dinero que reciba. Aquí Haendel demuestra ser un fiera. Obras suyas como
Julio César, Ariodante, Rinaldo o Alcina se convierten en inmensos éxitos que
llenan sus arcas, enriquecen a sus colaboradores y lo elevan al estatus de
estrella. Vamos, una especie de Justin Biber de la época pero con gusto musical
y sin escapadas. Haendel aúna en su persona una capacidad de trabajo inmensa y
un don especial para la composición de melodías pegadizas, al modo de las
populares canciones de hoy en día. La ópera en aquel entonces poseía una estructura
más arcaica que en la actualidad. La acción sucedía a lo largo de recitativos
entre los personajes y, tras ellos, venían arias de algunos de los intérpretes
principales, destinadas al lucimiento de cantantes famosos, por los que se
pagaba un dineral. Eran esas arias las que dejaban embelesado al público y le
hacían prorrumpir en aplausos y satisfacción, no exigiendo por tanto la
devolución del dinero de la entrada. Muchas de esas arias son hoy muy
populares, como el “ombra mai fu” de Xerxes o el “Lascia la spina” de Rinaldo.
Incluso la música que cantan los futboleros como el himno de la champion es de él,
un coro del “Zadok the priest”
Por eso resulta curioso que, visto desde la óptica
nuestra, en la que la ópera parece ser un espectáculo elitista y alejado de la
realidad (y eso es en parte por los aficionados a la misma y por cómo se gestionan
los recintos) acudir como ayer a ver “Alcina” resulta ser un viaje en el tiempo
para contemplar lo que en su tiempo fue uno de los más aclamados “musicales”
del Broadway londinense, equivalente a “El Rey León” o “Los Miserables” de
nuestro tiempo. Dejen de ver esa música con prejuicios, porque ante el genio brillante
de compositores como Haendel no hay prejuicio que sobreviva. Su música posee
una capacidad de embeleso que a todos emociona y, entonces como ahora, logra
arrancar el aplauso del público. Esto, también, y sobre todo, es ópera.
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