martes, noviembre 10, 2015

No entiendo cómo se puede maltratar a quien se ama

Este pasado sábado tuvo lugar en Madrid una gran manifestación en contra de la violencia de género, inmensamente de corte machista, que llenó el centro de la capital. Con el consenso de todos los partidos y formaciones sociales, la marcha transcurrió en un clima festivo y a la vez, reivindicativo, una descripción muy típica de este tipo de actos, pero que es cierta, y en este caso habría que añadir el carácter de rebeldía ante lo que no son asesinatos que, con una frecuencia e intensidad alarmante, se producen en nuestra sociedad en medio, muchas veces, del mutismo, o de lo que es peor, la comprensión o la excusa. Jamás, nunca jamás.

Pensaba algo de todo esto ayer por la tarde en un lugar muy amoroso. Junto con mi amigo DAG, que ha aprovechado unos días de sus vacaciones para visitarme en este puente de la Almudena, festivo sólo en la capital, subimos a la terraza del Círculo de Bellas Artes para, en una tarde de noviembre digna de mayo, ver las vistas de la ciudad desde lo alto y cómo se pone el sol, y las luces nocturnas se iluminan. Es una visita recomendable, no barata (cuatro euros por persona) y que satisface, pese al hecho de que la azotea no se encuentra a suficiente altura como para ofrecer una visión realista de la ciudad. Esa terraza se ha transformado desde hace un par de años en un lugar para ver la ciudad y ser visto, con un ambiente de playa ibicenca, hamacas y mucha gente guapa (pese a lo cual aún me dejan subir). Y claro, es un despliegue de amor. Decenas de parejas, muchísimas, contemplando la puesta de sol, sacando un instante entre foto y foto, pose de selfie con o sin palo, y besos con fondos variados. La terraza ayer por la tarde parecía la expresión real de un muro de Facebook, llena de imágenes sonrientes, alegres y desenfadas, de esas que luego se cuelgan en la red en pocos minutos. Era una sensación irreal, como de cuento, ajena a lo que pasaba varias decenas de metros en la calle, en la vida real. Ahí arriba las parejas se querían, abrazaban y besaban sin pudor, miedo al futuro ni atisbo de sombra que empañase su instante. Las veía, junto al paisaje urbano que perdía ante mi el brillo de la tarde, y pensaba en cuántas de esas perfectas parejas habrían discutido la última semana, el último mes. Cuántas de ellas habrían tenido hace poco una bronca, no una discusión normal, que de esas hay habitualmente y, además, ayudan a conocerse y asentar las relaciones, sino una bronca de las gordas. Ojalá que ninguna, pero con tantas como había en lo alto del edificio es probable que ese pensamiento idílico ajeno al enfrentamiento fuera falso. Y en ese caso, en el de la bronca que transformó las sonrisas en agrios rostros enfrentados, ¿cómo acabó la cosa? ¿Hubo enfrentamiento? ¿Violencia? Cada vez que surge la noticia de un asesinato de pareja no puedo evitar pensar que hubo un momento en el pasado, lejano o no, en el que esa pareja se quiso, se besó y abrazó. Con un decorado urbanita de fantasía como el de ayer, o en su pueblo, o en un paisaje natural, donde fuera, esa pareja repitió gestos, posturas, complicidades y carantoñas como las que ayer se arrojaban desde la terraza del Círculo al mundo. Y luego eso desembocó en un desastre, en un drama, en un asesinato en el que el amor, usado como excusa, es lo más lejano que existe. Quiero pensar, deseo, que aunque la duración de las parejas es algo variable y desconocido, ninguna de las que ayer vi sufra ese destino inhumano, y que de una manera u otra eludan la violencia que, agazapada, puede existir en el interior de alguno de ellos.


Mi vida sentimental es un conjunto de fracasos que se suceden unos con otros partiendo de la nada hasta llegar al más absoluto vacío, y cada vez que lo intento y no consigo romper las murallas del corazón que trato de escalar jamás albergo sentimiento alguno de ira ante la chica a la que querido. Nunca. Me parece un absurdo. Por eso, por cada asesinato machista, además de la conmoción que me supone, me asalta la incomprensión más absoluta, la sensación de que es imposible entender cómo alguien puede matar a aquella persona a la que ha amado. Y ante esa cuestión no se qué contestar. Y a los pocos días otro caso nuevo, otra foto de mujer asesinada, y nuevamente las mismas preguntas sin respuestas

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