Ayer
el Banco Central de Argentina subió el tipo de interés en aquel país al 60%
(díganlo despacio, 60%) para tratar de contener el desplome del peso, pero
de nada le sirvió, en una nueva jornada ruinosa para la economía albiceleste,
que debe estar a punto de entrar en recesión en medio de otro de sus reiterados
episodios de corralito. Las cifras de su economía dan vértigo, con una deuda
pública que supera el 60% del PIB, déficits fiscales del 6% e inflación que ha
roto la barrera del 20% anual y sube. El destrozo que estas variables generan
en el entorno macroeconómico de un país se traducen en pobreza, desempleo e
inestabilidad. El rescate acordado con el FMI puede ser insuficiente antes
incluso de haberse empezado a desembolsar.
Esta
ha sido la última puntilla de un mes que ha dejado al Ibex hecho un desastre,
perdiendo ayer el nivel de los 9.500 puntos y con todas las grandes empresas
españolas cayendo al unísono a la par que lo hacen monedas de mercados
emergentes, como el citado peso argentino o la lira turca. A la espera de lo
que suceda hoy, el Ibex pierde cerca de un 5% en este mes, que es inestable y
peligroso como pocos, y deja abierta la puerta al final del año con una muy
mala sensación. ¿Estamos ante una tormenta de verano, brusca y pasajera, o ante
algo más serio? Tiene el problema agosto que la tradicional falta de liquidez
derivada de las vacaciones de muchos inversores hace que los los movimientos se
amplifiquen en exceso, sean de bajada o de subida, pero el mar de fondo, a mi
entender, se está revolviendo. Hay dos frentes principales a los que poner
atención, el externo y el interno. En el externo, ante el que poco podemos
hacer, está dominado por esa citada debilidad en las monedas emergentes, en
paralelo al fortalecimiento del dólar (ambos movimientos están ligados) y el
destrozo que esas devaluaciones ocasionan en las cuentas de multinacionales
españolas, bancarias sobre todo, que poseen intereses en países que se
empobrecen con cada devaluación. A esto se debe sumar la sensación de
que el ciclo de la economía norteamericana está demasiado maduro como para
poder seguir tirando, con un aplanamiento cada vez mayor de la curva de tipos
(menor diferencia entre el tipo a corto y el de largo) que suele ser síntoma de
que la crisis está cerca. Las disputas comerciales y el aire enrarecido entre
lo que antaño fueron socios de negocios no ayuda en nada. En el plano interno, la
economía española suma otro año de crecimiento, menor que el pasado, en lo que
es la continuación de un ciclo expansivo que ya empieza a ser muy largo y que
muestra claros síntomas de agotamiento. La tasa de ahorro de las familias está
en mínimos, lo que frena el consumo, el pico turístico alcanzado en 2017 no va
a ser igualado en este 2018, y la devaluación de Turquía nos puede quitar
numerosos visitantes de cara ya a los siguientes meses y, en general, las
diferentes estadísticas muestran que las variables macroeconómicas se frenan,
lo que también es algo natural. Las “burbujitas” creadas al calor de la
recuperación, especialmente en lo que hace al alquiler y el mercado
inmobiliario en las grandes ciudades, se mantienen, pero es de esperar que, si
no han tocado techo, lo hagan en los próximos meses. Los precios empiezan a
repuntar, aunque de manera muy desigual, encabezados por los alimentos frescos
y la energía, con petróleo caro y electricidad que no da tregua, y esto supone
un nuevo mordisco a la capacidad de gasto de los hogares, que no van a poder
seguir tirando del carro. La demanda embalsada de bienes de consumo, que se
acumuló en los años de crisis, parece haber sido ya agotada y, si exceptuamos
el mercado de coches, afectado por el tema diésel y los nuevos protocolos
anticontaminación (que entran en vigor mañana) las grandes ventas caen.
¿Globalmente
vamos hacia una nueva crisis? Es muy pronto para decirlo, pero ya hay canarios
en la mina que así lo aseguran. De producirse, nos pillaría a los españoles un
poco desnudos, con un gobierno débil e inestable, incapaz de sacar reforma
estructural alguna, y unos datos macro dispares, que sobre todo dan miedo en lo
que hace a la deuda pública, que vive en ese límite del 100% del PIB de una
manera tan cómoda como alarmante. Y a Europa le cogería en medio del marasmo de
los populismos crecientes. A partir de septiembre vamos a tener que ver cada
estadística con lupa, para ver qué forma adoptan las series y si ese frenazo
que se intuye es algo leve y soportable o el síntoma de otra cosa mucho más
seria.
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