El
suave, liviano, desacostumbrado inicio de verano de este año nos había proporcionado
una tregua en el tema de los incendios. Un julio de calor moderado y la humedad
derivada de las intensas lluvias de primavera y de las tormentas imparables en
el este habían dejado el terreno húmedo y difícil para los malvados que prenden
los montes, pero todo llega, también la sequedad, y agosto nos ha saludado con
una ola de calor, que ya remite, que ha disparado los termómetros y calentado
el terreno para que, por accidente, descuido o terrorismo ambiental, el fuego
pueda hacerse con todo. España y Portugal, junto con la siempre doliente
california, vuelven a ser escenarios de graves incendios.
No
quiero esta vez extenderme en la descripción del mal absoluto que es el
incendio, la peor de las catástrofes naturales, sino la profunda indiferencia
que sigue existiendo en nuestras sociedades sobre este tema y, derivada de
ella, la impunidad de los pirómanos. Hace unas semanas era en Grecia donde,
presuntamente provocados, unos incendios arrasaban una zona turística y
causaban la muerte de más de noventa personas, el año pasado en Portugal fueron
cerca de sesenta las víctimas de los incendios, y en california ya van ocho o
nueve en el voraz incendio que, como todo lo norteamericano, posee unas
dimensiones inimaginables. Y ni por esas. Ni acudiendo al balance de víctimas
logramos que la sociedad se percate de lo grave que es un incendio. Pensemos
ahora mismo en los vecinos valencianos que viven el incendio de Llutxent, que
sigue descontrolado. El perjuicio económico y el trastorno, la pura angustia,
de vivir el desalojo de su pueblo al verse cercados por las llamas, de
convertirse en refugiados en su comarca. Cuando el fuego se extinga, que todo
al final se acaba, volverán a un entorno destruido, desvalorizado, arrasado, en
el que tardarán años en volver a ver riqueza vegetal y belleza en el paisaje. Parece
que este incendio ha sido provocado por un rayo, pero los que la semana
pasada se
sucedieron en Huelva han sido provocados. ¿Cuántos han sido detenidos por
ello? Quizás recuerden los pavorosos incendios gallegos del año pasado, que
arrasaron comarcas enteras y estuvieron a punto de rodear la ciudad de Vigo. La
inmensa mayoría de los mismos fue provocada. Se vivieron días horribles en la
zona, con escenas propias de una guerra, y con un impacto posterior digno, sí,
de una conflagración bélica. Las acusaciones de provocación y de intereses tras
los fuegos fueron múltiples ¿A cuántos se detuvo y procesó por aquello? Creo recordar
que sí se capturó a una anciana que, hojas de periódico en mano, iba prendiendo
fuego a los montes de su pueblo, pero es evidente que un desastre como aquel no
lo provocó sola aquella señora, por muy punible que sea su actitud. ¿Hay
noticias al respecto? ¿Se sabe algo sobre las investigaciones que, “sin falta y
lo más rigurosas posibles” se iban a poner en marcha por parte de todas las
administraciones para detener a los culpables del desastre? Sospecho que la ausencia
de noticias revela la ausencia de resultados, y no se qué es peor, el vacío de
respuestas o la indiferencia social ante ello. En el momento del fuego todos
nos alarmamos pero, tras él, nos da igual lo que pase en el monte, si ha ardido
o no, si el desastre es total o parcial. Vivimos de espaldas a la naturaleza,
que usamos como vía de promoción de artículos y objeto de postureo, pero nos da
igual si nuestro entorno, en el que vivimos, se destruye por un fuego que se
pudo evitar. No será así en todos los casos, pero es lo que percibo.
El
martes comprobé como, al igual que todos los años por estas fechas, ha vuelto a
arder el trozo de la cuña verde de O’donell que está junto a mi casa, el último
tramo de dicha cuña, que es el más cercano a la M30 y la M23, y es el que falta
por adecentar para convertirlo en un parque disfrutable, como ya lo es el resto
de la cuña hasta la M40. Es una zona irregular, donde crecen los matojos cuando
llueve, con árboles dispersos y una hondonada en la que viven unos chabolistas
que acumulan desperdicios y enseres. Todos los años en primavera esa zona muestra
una cara amable y verde, y al llegar el verano alguien le prende fuego y la
convierte en un chamuscado erial. Así siempre, sin que nadie haga nada ni para
adecentar el terreno ni, desde luego, impedir el fuego o buscar a quien lo ha
provocado.
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