He
tenido que buscar en Google Maps dónde se encuentra la localidad alemana de
Chemnitz para ubicarla plenamente, porque la referencia de que se encuentra en
la antigua Alemania del este no basta. Se ubica entre Leipzig y Dresde, un poco
al sur de la línea horizontal que une estas dos ciudades, y es la tercera en
tamaño del estado de Sajonia, tras las dos citadas y más conocidas. En
esa ciudad se han producido graves disturbios alentados por la ultraderecha
tras la muerte de un hombre a manos, al parecer, entre otros de varios
inmigrantes. La violencia de lo sucedido ha dejado a cualquier suceso
policial español de los últimos años convertido en riña de gatos.
Esta
zona de Alemania, tan bonita como el resto del país, y relativamente próspera
si la comparamos con la media europea, es la más pobre de la nación germánica,
y es la cuna de Pegida, el movimiento antiinmigración que nació con fuera tras
la llegada masiva de refugiados sirios, y que acabó cristalizando en
Alternativa por Alemania, AfD, partido de corte extremista que en las pasadas
elecciones federales logró ser la tercera fuerza más votada, y uno de los
pilares del sistema político alemán. La pujanza de estos extremistas, el miedo
a que siguieran en ascenso más bien, forzó la reedición de la gran coalición
entre conservadores de la CDU y socialdemócratas del SPD, que están unidos
ahora mismo sobre todo por el temor a los radicales. Sin embargo, el influjo de
AfD no deja de crecer entre distintos sectores del electorado alemán, lo que
resta votos a los partidos clásicos, y eso corroe día a día al gobierno de
coalición de Merkel, que es mucho más débil de lo que lo fue en el pasado. Es
en la Alemania del este donde este movimiento ha conseguido mayor implantación
y fuerza, electoral y callejera. Rentas medias inferiores, pensiones más baja,
tasa de paro superior, y estructuras económicas más obsoletas y un futuro más
gris es lo que domina en esa zona frente a la pujanza irrefrenable del oeste,
donde la economía sigue creciendo y el paro empieza a ser residual. Muchos
habitantes del este no creo que añoren el pasado dictatorial, pero sí los
tiempos de empleos abundantes y seguros, y el miedo ante un futuro que no
controlan les hace decantarse por alternativas extremistas que les hablan de pasados
gloriosos que pueden reverdecer, pero que no lo harán si Alemania es tierra de
acogida de inmigrantes, que sólo traen pobreza y violencia. El discurso
maniqueo de siempre, que es enarbolado en Hungría, Italia, EEUU y tantas otras
naciones, que es falso en lo más profundo, pero que cala entre unas poblaciones
que se ven sin muchas alternativas. Quiere Merkel y sus socios poner en marcha
una intensa agenda social, quizás tratando de contrarrestar la sensación de
abandono de estas zonas del país, y haciendo ver que el crecimiento de Alemania
es inclusivo, pero está por ver que eso sea suficiente una vez que ha arraigado
un virus extremista que, visto lo visto estos días, se desenvuelve muy bien
frente a las fuerzas de seguridad. La eficiente policía alemana ha actuado sin
la más mínima previsión, de una forma muy chapucera, y se ha visto
completamente desbordada por unos incidentes mucho más graves de los que
hubiera podido prever. Posteriores jornadas, con presencia de
contramanifestantes, fueron escenario de más violencia, menor que al principio,
pero porque la calles de Chemnitz ya estaban tomadas por las fuerzas del orden.
Esta ciudad vuelve a mostrar que el polvorín populista, que adopta formas e
ideologías extremistas distintas en cada nación, resucita de vez en cuando,
porque sigue latente en el fondo de aquella, de nuestras sociedades.
¿Cómo
aplacarlo? ¿Cómo vencerlo? No lo tengo nada claro. La economía que, de momento,
crece, lo hace de una manera distinta a como lo hacía antes de la gran crisis, y
es evidente que territorios y franjas de población han perdido el carro del
avance ante otras zonas, y algunos países y regiones, como la misma UE, tenemos
el riesgo de ser los perdedores frente a China y, en general, la pujante Asia.
En un mundo de complejidad e incertidumbre crecientes, el populismo logra
conseguir adeptos que buscan remedios directos a sus problemas, aunque sean
recetas falsas. La pedagogía política debe mantenerse sin descanso para luchar
contra este mal, pero quizás no sea suficiente. Italia, ya en manos populistas,
es un ejemplo del problema que tenemos si triunfan movimientos de este tipo. Es
un peligro creciente.
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