miércoles, agosto 29, 2018

Franco y el valle de los caídos


Creo que el valle de los caídos es uno de esos lugares que hay que visitar al menos una vez en la vida. Más allá de la magnificencia de su obra, de sus exageradas dimensiones, de la belleza natural del entorno en el que se sitúa y del arte que alberga, es una construcción que sirve de recuerdo de lo que fue la etapa más oscura de la España del siglo XX, y que remozado y con el trabajo necesario por parte de los historiadores, podría servir para aleccionar a las generaciones presentes y futuras de lo que no se debe hacer, de lo que ocurre cuando las ideologías totalitarias imponen su visión a una sociedad. Por ello, no lo derribaría nunca.

Sacar a Franco de su tumba, sita de manera caprichosa e improvisada en ese lugar, me parece una idea correcta. No dijo el dictador dónde quería ser enterrado, creyéndose quizás inmortal, y fue una decisión de Arias Navarro la que le llevó ante el altar de esa extraña basílica. Si el monumento del valle pretendía ser un lugar de recuerdo a las víctimas de la guerra civil, varios son los fallos que contiene en su diseño y decoración, por así llamarlo, pero el más obvio es que sea el ganador de la guerra el que presida ese lugar. Por ello, apoyo la decisión de sacar los restos de Franco de allí, aunque se que es una medida que nada tiene que ver con la reparación histórica sino con la eterna precampaña electoral en la que está embarcado el gobierno de Sánchez hasta el día en el que convoque elecciones. Seguramente en Moncloa tienen estimado el número de votos de anteriores seguidores de Podemos que ahora se inclinarán por el PSOE tras tomar esta medida, y esa es la medida de la misma, no otra. El asunto de fondo es bastante más interesante, necesario, costoso y, desde luego, menos rentable en votos. Resignificar el valle, hacer un proyecto museístico de verdad en el que se cuente el desarrollo de la guerra, nuestro gran fracaso del siglo, las atrocidades que en ella se produjeron por parte del bando fascista y comunista, las causas que nos llevaron a ella, nacionales e internacionales, el enorme destrozo humano, económico y social que supuso los años de contienda, el relato de la represión habida tras la victoria franquista y las venganzas cobradas por los vencedores en medio de una impunidad total… son cientos los aspectos tétricos y delicados que debieran ser expuestos en el valle, que posee el tamaño adecuado para convertirse en el museo de la guerra civil que este país necesita y requiere, pero como ven es un proyecto enorme en dimensión y en seriedad. No puede ser dejado al arbitrio de partidos políticos, que van a tratar de retratar lo sucedido como un burdo cuento de buenos contra malos, cuando lo que pasó fue, no nos gusta admitirlo pero así es, el fracaso completo de una sociedad, la polarización suicida de la misma, el exterminio continuado de unos sobre otros y, desde luego, la huida de una gran parte de esa sociedad del horror y la locura que se abatió en sus extremos. El papel de la iglesia en la actual gestión del valle también debiera analizarse con detalle. Es innegable el apoyo que tuvo el régimen franquista en los prelados, que siempre se apuntan con rapidez a las causas innobles, quizás atraídos por el poder terrenal, del que tanto abjuran: pasaron de pasear a Franco bajo palio a honrar a los etarras como luchadores por la liberta a, ahora mismo, defender los lazos amarillos de la locura independentista. Bonito currículum. ¿Debiera desacralizarse la basílica? Quizás, porque un proyecto expositivo global choca con la actual gestión católica del monumento, pero debieran ser los expertos los que opinen.

Ha comentado Ciudadanos que el valle podría convertirse en nuestro Arlington, como lugar de honra a los caídos, pero dudo que eso vaya a suceder. Por la guerra que vivimos y los restos que allí se acogen, y se encuentran casi a diario, el valle tiene más papeletas para convertirse en nuestra versión de los campos de concentración alemanes, un lugar de recuerdo del dolor y la pena, no de honra y homenaje. Pero reitero. Eso requiere tiempo, un proyecto sólido, gestionado por historiadores, que poseen sesgos, como todos, pero son profesionales, y un presupuesto no pequeño, destinado en primer lugar a arreglar las filtraciones y grietas que ahora llenan la basílica y su entorno, abandonados en la práctica desde hace décadas. Y recuerden, proyectos de estos no dan votos. ¿Se hará así?

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