El
viernes se conoció la noticia, mediante un comunicado familiar, de que John
McCain abandonaba el tratamiento médico ante el cáncer cerebral que padecía y
ya sólo esperaba el momento de su muerte. Confiaba yo en que esta tardaría algo
más, pero cuando se pone eficiente, nadie vence a la parca, y el domingo por la
mañana se conoció el fallecimiento del hombre, senador por Arizona, y uno de
los políticos más respetados, admirados (por casi todos) y mediáticos del
universo estadounidense. Su muerte ha conmocionado a (casi) toda la sociedad de
aquella nación y, para el resto del mundo, también supone una gran pérdida,
aunque no seamos muy conscientes de ello.
La
vida de McCain parece sacada de una película. Hijo y nieto de almirantes
navales de alta graduación, hizo carrera militar y sirvió como piloto en
Vietnam, donde tuvo misiones exitosas y una, la última, en la que fue
derribado. Consiguió sobrevivir pero fue capturado por las tropas del Vietcong,
sufriendo torturas intensas y un cautiverio que se prolongó por cinco años,
cinco, hasta que fue liberado fruto de un intercambio de presos que tuvo lugar
entre las partes a principios de los setenta. A su vuelta Mccain tenía lesiones
y traumas suficientes como para no poder seguir en su carrera militar, e hizo
lo que muchos en aquel país, tratar de cambiar los galones por sillones
políticos. Comenzó una exitosa carrera que le llevó a la cámara de Representantes,
y luego se pasó al senado, donde revalidó su escaño por Arizona en numerosas
ocasiones. Republicano clásico, defensor de la idea de EEUU como un destino
manifiesto, empezó pronto a ganarse fama de duro en sus convicciones e
impredecible en lo que hace a la disciplina del partido. Muchas de las
iniciativas que debía respaldar por estar lideradas por los jefes de su
formación no contaban con su voto, y su prestigio iba creciendo a la par que su
fama de díscolo. Muchos europeos le conocimos en 2008, cuando fue elegido por
los republicanos para enfrentarse en la carrera presidencial a un Obama que
entonces también era muy desconocido para nosotros. En esa carrera, que perdió,
McCain tomó una decisión muy errónea, que fue la incluir a Sarah Palin como pareja
electoral, una candidata de un nivel ínfimo cuyo único mérito era representar
una corriente del partido, el Tea Party, que había cogido mucha fuerza pero que
era claramente extremista y tóxica para las aspiraciones presidenciales. Mccain
perdió, pero antes y después mostró su talla como rival, acalló en un mitin a
unos exaltados que acusaban a Obama de ser musulmán, defendiéndolo con una
vehemencia con la que pocos demócratas se expresaban, y en su discurso de
aceptación de la derrota dejó a todos admirados por su deportividad y por ser
el primero en ponerse al servicio del nuevo presidente de todos los
norteamericanos. A partir de ahí el enfrentamiento entre sus valores y los de
un republicanismo decadente empezó a ser tan obvio como insalvable. Su voto fue
el que sirvió para decidir la aprobación del llamado Obamacare, y en todo
momento se mostró radicalmente en contra de la corriente populista que, cada vez
era más fuerte en su formación. La selección de candidatos presidenciales para
los comicios de 2016 y la irrupción de Trump se convirtió, no sólo para él, en
una pesadilla. Desde el primer momento atacó al magnate sin piedad, acusándolo
de violar los principios de su formación de y de la democracia del país. Trump
le mandaba desprecios sin fin, y en esta contienda de palabras, la figura de
McCain iba creciendo a medida que se acercaba lo que muchos creíamos imposible. La victoria de Trump fue,
también para él, una pesadilla.
Desde
entonces ha sido constante su combate a las políticas, por llamarlas de alguna
manera, del actual inquilino de la Casa Blanca. Hace un año anunció que le habían
detectado un no muy frecuente y virulento cáncer cerebral, y ese es el tiempo
que ha pasado tratándose y batallando, tanto contra la enfermedad como contra
el populismo. Dejó claro que Trump no debía acudir a sus funerales, y
en su carta de despedida vuelve a lanzar un mensaje de defensa del sueño
americano, de las libertades que encarnan el espíritu de esa nación, y de la
defensa tenaz que hay que ejercer cada día para mantenerlas y preservarlas.
Su figura es enorme y, frente a ella, las mezquindades de un enano Trump.
Descanse en Paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario