viernes, agosto 17, 2018

Un año de los atentados de Barcelona


Hoy se cumple un año de los malditos atentados yihadistas de Barcelona. En un verano más cálido, menos tormentoso, y con el pulso soberanista elevando su tono hasta donde nunca imaginábamos (y lo que nos quedaba por ver) una célula yihadista con base en Ripoll y cuartel operativo en Alcanar, sembró el terror en el centro de Barcelona y, luego, en el paseo marítimo de Cambrils. Dieciséis fueron los asesinados en este acto fanático, absurdo, tan carente de explicación como todos los terroristas, y que fue el “plan b” alternativo de una célula que vio frustrados sus planes originales, mucho más crueles, al estallar el día anterior el laboratorio de Alcanar.

Si desde el principio de los hechos quedó claro el origen e inspiración yihadistya de la matanza, también resultaba obvio que el independentismo, ya lanzado en su cruzada, iba a pasar por encima de las víctimas para explotarlas. En esto, los independentistas catalanes han demostrado ser muy españoles, porque el olvido y desprecio de la víctima es algo muy propio de nuestro país, sin que tenga aún muy claras las causas de ese ruin y generalizado comportamiento. Al día siguiente se celebraron ya actos de condena que fueron exhibiciones esteladas, y la gran manifestación de repulsa a los atentados, celebrada en Barcelona, con la presencia de todas las autoridades de la nación, fue objeto de una instrumentalización partidista que rozó los mejores tiempos del nacionalismo vasco. No la vi por completo por televisión porque no podía aguantarla. Me recordaba mucho a cosas vividas. Era total el paralelismo con aquella manifestación, en la que estuve, celebrada en Vitoria tras el asesinato perpetrado por ETA de Fernando Buesa y su escolta, el ertzaina Jorge Díaz Elorza, manifestación que el PNV trató de convertir en defensa de un Lehendakari Ibarretxe que sólo miraba por los que consideraba suyos (en eso era coherente, así realmente los sentía) y sus socios del pacto de Estella. La manifestación de Barcelona fue un fracaso y mostró cómo el sectarismo, cuando anida en un sector de la sociedad, es irrefrenable, nada puede hacerle cambiar de punto de vista. A los pocos días el atentado estaba ya olvidado por casi todo el mundo y la bronca separatista lo volvió a llenar todo, de la mano de un Puigdemont, entonces Presidente de la Generalitat, que vio aquellos sucesos como un mero incidente en el desarrollo de su hoja de ruta soberanista. El conjunto de la sociedad española, inmersa en el ruido independentista, no supo empatizar, no supimos, con las víctimas de aquel atentado, y fueron olvidadas a una velocidad tan rápida como vergonzante. Había que tapar todo aquello, hacer como si no hubiera sucedido, gritar un falso “no tenemos miedo” que escondía el acojone colectivo ante el yihadismo, sus métodos de crueldad infinita y la aleatoriedad absurda de unas muertes prácticamente inevitables. El atentado de Barcelona fue, otra vez, un fracaso colectivo de nuestra sociedad, no tanto por el hecho de que pudiera haber sido evitado o no, porque a posteriori siempre las pistas de lo que va a suceder parecen mucho más evidentes de lo que lo son a priori, y esto engaña nuestras capacidades de racionamiento, sino por la respuesta social y política que se dio. Se buscaba en todo momento no ofender a una comunidad musulmana que no tiene culpa del terrorismo, pero que debe combatirlo con la misma entrega y rabia con la que lo hacen todos los demás, denunciando los procesos de radicalización que se producen en su seno y que no son visibles por casi nadie más. Se trató de no tensar las relaciones entre gobierno central y Generalitat, relaciones que estaban rotas desde hacía tiempo y era notorio que no iban a arreglarse. Se trató de disimular, hacer como si no hubiera sucedido la inmensa tragedia que sí pasó. Y así, los atentados se devaluaron y sus víctimas, por supuesto, fueron orilladas.

Que ayer, ayer, varias de ellas salieran para exigir que hoy no se politicen las movilizaciones en recuerdo de lo sucedido y a demandar respeto y atención es algo que nos debiera avergonzar a todos, aunque tengo por seguro que a muchos en nada afectará. Puede que el ánimo independentista se haya desinflado algo, pero no descarto nuevas escenas de infamia en la mañana barcelonesa de hoy, en la que el riesgo de tormenta permanece presente. Lo que es seguro es que por la tarde, cuando los medios ya estén con otra cosa, las víctimas volverán al olvido, sus traumas seguirán ahí, abandonados, dejados sólo para ellas y sus familias, y muy pocos serán los que les presten el cariño, atención, recursos y tiempo necesario.

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