Hoy
se cumple un año de los malditos atentados yihadistas de Barcelona. En un
verano más cálido, menos tormentoso, y con el pulso soberanista elevando su
tono hasta donde nunca imaginábamos (y lo que nos quedaba por ver) una célula
yihadista con base en Ripoll y cuartel operativo en Alcanar, sembró
el terror en el centro de Barcelona y, luego, en el paseo marítimo de
Cambrils. Dieciséis fueron los asesinados en este acto fanático, absurdo, tan
carente de explicación como todos los terroristas, y que fue el “plan b”
alternativo de una célula que vio frustrados sus planes originales, mucho más
crueles, al estallar el día anterior el laboratorio de Alcanar.
Si
desde el principio de los hechos quedó claro el origen e inspiración yihadistya
de la matanza, también resultaba obvio que el independentismo, ya lanzado en su
cruzada, iba a pasar por encima de las víctimas para explotarlas. En esto, los
independentistas catalanes han demostrado ser muy españoles, porque el olvido y
desprecio de la víctima es algo muy propio de nuestro país, sin que tenga aún
muy claras las causas de ese ruin y generalizado comportamiento. Al día
siguiente se celebraron ya actos de condena que fueron exhibiciones esteladas,
y la gran manifestación de repulsa a los atentados, celebrada en Barcelona, con
la presencia de todas las autoridades de la nación, fue objeto de una
instrumentalización partidista que rozó los mejores tiempos del nacionalismo
vasco. No la vi por completo por televisión porque no podía aguantarla. Me recordaba
mucho a cosas vividas. Era total el paralelismo con aquella manifestación, en
la que estuve, celebrada en Vitoria tras el asesinato perpetrado por ETA de
Fernando Buesa y su escolta, el ertzaina Jorge Díaz Elorza, manifestación que
el PNV trató de convertir en defensa de un Lehendakari Ibarretxe que sólo
miraba por los que consideraba suyos (en eso era coherente, así realmente los
sentía) y sus socios del pacto de Estella. La manifestación de Barcelona fue un
fracaso y mostró cómo el sectarismo, cuando anida en un sector de la sociedad,
es irrefrenable, nada puede hacerle cambiar de punto de vista. A los pocos días
el atentado estaba ya olvidado por casi todo el mundo y la bronca separatista
lo volvió a llenar todo, de la mano de un Puigdemont, entonces Presidente de la
Generalitat, que vio aquellos sucesos como un mero incidente en el desarrollo
de su hoja de ruta soberanista. El conjunto de la sociedad española, inmersa en
el ruido independentista, no supo empatizar, no supimos, con las víctimas de
aquel atentado, y fueron olvidadas a una velocidad tan rápida como vergonzante.
Había que tapar todo aquello, hacer como si no hubiera sucedido, gritar un
falso “no tenemos miedo” que escondía el acojone colectivo ante el yihadismo,
sus métodos de crueldad infinita y la aleatoriedad absurda de unas muertes prácticamente
inevitables. El atentado de Barcelona fue, otra vez, un fracaso colectivo de
nuestra sociedad, no tanto por el hecho de que pudiera haber sido evitado o no,
porque a posteriori siempre las pistas de lo que va a suceder parecen mucho más
evidentes de lo que lo son a priori, y esto engaña nuestras capacidades de
racionamiento, sino por la respuesta social y política que se dio. Se buscaba
en todo momento no ofender a una comunidad musulmana que no tiene culpa del
terrorismo, pero que debe combatirlo con la misma entrega y rabia con la que lo
hacen todos los demás, denunciando los procesos de radicalización que se
producen en su seno y que no son visibles por casi nadie más. Se trató de no
tensar las relaciones entre gobierno central y Generalitat, relaciones que
estaban rotas desde hacía tiempo y era notorio que no iban a arreglarse. Se
trató de disimular, hacer como si no hubiera sucedido la inmensa tragedia que sí
pasó. Y así, los atentados se devaluaron y sus víctimas, por supuesto, fueron
orilladas.
Que
ayer, ayer, varias de ellas salieran para exigir que hoy no se politicen las
movilizaciones en recuerdo de lo sucedido y a demandar respeto y atención es
algo que nos debiera avergonzar a todos, aunque tengo por seguro que a muchos
en nada afectará. Puede que el ánimo independentista se haya desinflado algo,
pero no descarto nuevas escenas de infamia en la mañana barcelonesa de hoy, en
la que el riesgo de tormenta permanece presente. Lo que es seguro es que por la
tarde, cuando los medios ya estén con otra cosa, las víctimas volverán al
olvido, sus traumas seguirán ahí, abandonados, dejados sólo para ellas y sus
familias, y muy pocos serán los que les presten el cariño, atención, recursos y
tiempo necesario.
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