Han
sido varios los titulares de prensa que, en las últimas semanas, han hecho alusión
a Pedro Sánchez criticándole por ser un presidente del gobierno no votado, y
por ello quitando legitimidad a su mandato. Lo cierto es que a Sánchez se le
puede criticar por muchas cosas, y más veremos aún con el paso del tiempo, pero
no precisamente por su forma de elección ni por la legitimidad de la misma, que
es plena. Sánchez es un presidente del gobierno tan legítimo como todos los que
han ocupado ese cargo durante de la democracia española, dado que ninguno de
ellos ha sido elegido por voto popular. En el fondo, ninguno son presidentes,
sino primeros ministros.
Asociamos
la figura del presidente al cargo con más poder, y al resultado de una elección
directa de voto popular, como sucede en nuestro entorno en Francia o, por
ejemplo, en casi todas las naciones de América, pero el caso de España es
distinto. De hecho en España no hay una sola institución o cargo cuya figura
dirigente sea escogida por voto popular directo. Cuando votamos en las
elecciones del tipo que sea, lo hacemos a una lista de nombres dada restringida
a una circunscripción, sea la provincia, el ayuntamiento o, como el caso de las
europeas, todo el país. Esa lista tiene una serie de nombres que ocupan los
escaños del parlamento que se trate en orden del primero al último hasta agotar
los escaños que la formación que imprime la lista obtiene en la circunscripción
(sí, el senado es un poco distinto, pero para lo que lo utilizamos podemos
obviarlo). Por ello, todos los miembros seleccionados en esa lista han recibido
el mismo número de votos en esa circunscripción, y sólo en esa. En las
elecciones generales, la tradición dicta que los candidatos a presidente se
presentan por Madrid, por lo que sólo los empadronados en esta provincia pueden
votarles. Toda la familia pontevedresa de Rajoy jamás pudo votar la lista que
encabezaba su familiar. Esos votos asignan escaños y esos escaños se agrupan en
formaciones políticas, que han recibido X votos, miles o millones, en el
conjunto del país, pero el voto ha sido a la marca política, no a la persona.
La elección del presidente del gobierno se realiza en el Congreso por parte de
los 350 diputados, y para ser escogido por ellos, que son los que han sido
votados, se requiere ser español y mayor de edad. Nada más. Si usted, querido
lector, convence a 176 diputados para que le voten, se convertirá automáticamente
en lo que mal llamamos presidente del gobierno. Curioso, pero así es. Este
sistema es el mismo que impera en, por ejemplo, Reino Unido, Italia o Alemania,
donde ha sido habitual, especialmente en los dos primeros países, la elección
de primeros ministros que no se habían presentado anteriormente a elecciones o
que no eran cabeza de cartel de su formación. En Reino Unido, por ejemplo, tras
la dimisión de Cameron por su maldito referéndum del brexit, los conservadores
escogieron a Theresa May como primera ministra. May era una parlamentaria de los
Comunes, y llegó a Ministra, pero nada más que eso. No encabezó contienda
electoral alguna. Al año, convocó elecciones para, ya como cabeza de cartel,
reforzar su posición, y todos sabemos lo mal que le salió el negocio, perdiendo
la mayoría absoluta que le dejó el desastre de Cameron. ¿Era May una primera
ministra carente de legitimidad? Lo fueron Letta, Monti, Gentiloni y otros
tantos que se han sucedido en Italia en estos años? No. Tampoco es ilegítimo Sánchez.
Fijémonos
que ni siquiera para la elección de alcalde votamos nominativamente al
candidato. Escogemos listas que, en este caso, sí pueden ser votadas por todo el
censo afectado por la decisión, el municipio, pero luego el alcalde saldrá
elegido en la votación que hagan los concejales, no siendo por tanto un alcalde
presidente. En Francia, presidencialistas hasta el extremo, se realiza una
segunda vuelta entre los candidatos más votados, y en ese caso el escogido sí
lo es en cada municipio por voto popular. Cada vez que hay mociones de censura
y cambios de alcaldes en los ayuntamientos españoles se produce un “efecto Sánchez”
por así llamarlo, y los hay de todos los signos políticos. ¿Es ilegítimo? No. Critiquemos
a los cargos por sus actos y decisiones, pero no por cómo han llegado al poder
que, en nuestro país, es por vías legales y por todos acordadas.
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