No
fue el viernes un día tranquilo en los mercados, sino uno de esos que recordaba
a los agostos fatídicos que algunos pensaban ya olvidados. La lira turca siguió
cayendo, como lo hizo en sesiones precedentes, y por fin, las acciones y el
resto de mercados respondieron como era de esperar, con caídas, tras unos días
en los que ese movimiento apenas había tenido consecuencias en las plazas
financieras. Todas fueron afectadas, y nuestro Ibex más, por la exposición de
bancos como el BBVA al mercado turco. Su cotización cayó algo más del 5% y tiñó
de rojo casi todos los valores en una sesión de viernes que fue de mal en peor.
¿Qué
pasa ahora en Turquía? Que una serie de problemas viejos y nuevos se han
plantado encima de la mesa y han convertido a la economía, y a ese país, en un
quebradero de cabeza. La deuda e inflación turca ya eran problemas conocidos,
pero se sustentaban en crecimientos de PIB vigorosos, que han flaqueado en estos
últimos años. El drenaje de divisas fruto de la desbandada de turistas, por los
atentados y el golpe de hace un par de veranos, supusieron un dolor muy serio
para las finanzas turcas, y la inestabilidad política de estos últimos tiempos
no le ha sentado bien al país. Con Erdogan convertido en sultán autoritario la
seguridad jurídica de la nación se ha derrumbado y la imagen de que el
nepotismo presidencial lo ocupa todo ha generado muchos recelos entre los
inversores. El reciente nombramiento del propio yerno de Erdogan como ministro
de economía ha sido una clara señal a los mercados de que la nación está en
manos de su familia y que la seriedad se ha esfumado. A todo esto debemos
añadir cuestiones geopolíticas. Las tensiones entre Turquía y occidente no han
hecho nada más que crecer a medida que ha avanzado la guerra siria y que, de
facto, se ha organizado una alianza entre Ankara y Moscú para combatir a kurdos
(financiados por EEUU) y sunitas. Las acusaciones cruzadas entre Ankara y
Washington han subido mucho de tono en los últimos tiempos y existen clérigos
cruzados, retenidos en ambos países, que son exhibidos como piezas de canje en
una negociación en la que Trump y Erdogan actúan como dos machos encabritados,
indiferentes ante los destrozos que puede originar su pelea en las economías de
ambos países, especialmente en al turca, que es la más débil. La
explosión de la lira del viernes, que continúa ahora mismo, ha sido la más
aparatosa de las consecuencias de estos enfrentamientos, y la que ha logrado poner
sobre el tapete las debilidades de la economía turca y sus riesgos. En aquel país
los tipos de interés viven en el 17%, y aun así se descapitaliza. Compárelos con
la nula rentabilidad de nuestro sistema de depósitos y la atonía en la que vive
la zona euro y se dará cuenta de que vivir en un paraíso es algo que sólo se
percibe cuando se sale y pisa el infierno. Los llamamientos del viernes de un
patético Erdogan para que la gente de su país convirtiera euros, dólares u oro
en liras turcas eran la viva imagen de la impotencia. Un dictador derrotado por
su propia moneda, no me digan que, aunque es sangrante, no tiene su gracia.
En
el plano local, la banca europea, y especialmente el BBVA, es la directamente
afectada por todo esto. El banco de Francisco González obtiene cerca de un 15%
de su beneficio del mercado turco, y este derrumbe de la lira puede hacer que
esas ganancias se evaporen en una gran parte. La apuesta turca, a través del
banco Garanti, es una inversión estratégica para la entidad, y de largo
recorrido, que lleva tiempo dando frutos. En medio de este marasmo es difícil
saber qué va a hacer el banco para controlar daños, más allá de elevar
previsiones, lanzar avisos de bajadas de beneficios (profit warnings) y esperar
a que la tormenta amaine. Y de mientras, el dólar se encarece, el euro cae a
1,13 y los aranceles de Trump crecen a medida que el resto de monedas se
debilitan, y se hacen más competitivas, contra la norteamericana. Menudo lío.
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