jueves, agosto 02, 2018

No sabemos qué hacer con la inmigración


La inmigración es uno de esos problemas de largo recorrido al que los europeos hacemos frente desde hace tiempo y que no va a dejar de ir a más con los años. La espectacular diferencia de renta entre nuestras naciones y las de los países pobres, su demografía desatada frente a la nuestra, anquilosada, y la violencia que se vive en ciertos países, van a actuar como “efecto llamada” durante décadas sin que podamos hacer casi nada para frenar esas causas profundas. Peo para Europa la inmigración también puede ser una oportunidad, y depende cómo la gestionemos nos podemos ver todos beneficiados. Eso sí, se requiere paciencia y cabeza.

Poco de ambas cosas existe en la política continental sobre el tema en este momento. Dominan dos discursos polarizados y falsos. Uno es del buenismo, el de la capacidad de acogida solidaria e ilimitada, que no tiene sentido si nos ponemos a mirar las cifras no de los inmigrantes que llegan realmente, sino de los que lo desean hacer. En el polo contrario, está el discurso de la cerrazón, que antaño era minoritario pero que ahora ha cogido nuevos bríos gracias a partidos ultra llegados al poder, especialmente en el grupo de Visegrado e Italia. Esa corriente defiende el cierre completo de las fronteras, almenar el fortín europeo y, si se puede, expulsar a los que no sean de “aquí” sea ese aquí lo que a cada político le convenga. Estos discursos se enfrentan en público de manera agresiva y se acusan mutuamente de todo lo posible. Y cuando aparece un tibio o mediano entre ambos es atacado sin saña por los dos extremos. Bien, pues yo soy uno de los tímidos, que observa el problema de la inmigración sin verle soluciones sencillas ni, desde luego, inmediatas, pero que ve que, en la práctica, supone una oportunidad económica y social para ambas partes si se hace bien. La principal puerta de entrada de inmigrantes ilegales en España no son las costas de Andalucía, las más mediáticas y las que ofrecen la cara más cruel (y geoestratégica) del problema, sino el aeropuerto de Barajas. Millones son los inmigrantes latinoamericanos que han llegado hasta nosotros por esa vía, como turistas, y que luego se han quedado, y hoy en día muchísimos de ellos desarrollan una actividad profesional en España, regulada o no, y crean riqueza aquí o allí. El sector asistencial en España sería inimaginable sin ellos o, para ser justos, sin ellas. ¿Es esto una excusa para promover la barra libre de inmigrantes? No, porque eso no sería soportado por ninguna sociedad y menos por las temerosas europeas, pero sí una llamada no tanto a acoger a los inmigrantes sino a tratarlos como a nacionales, a darles los mismos derechos y obligaciones, a hacer que trabajen, coticen y paguen impuestos. Las perspectivas demográficas de España son aterradoras, lo de la España vacía no es un mito sino una cruel realidad que despuebla nuestro país, y este flujo de inmigrantes no va a solucionar ese problema pero sí puede paliarlo. A mi sinceramente me preocupa poco si en el piso de al lado reside alguien de color distinto, lengua extranjera o raras costumbres, me da bastante igual. Lo que quiero es que desarrolles actividades legales, que trabaje, pague impuestos y desarrolle su vida y la de los suyos. Ese fue, durante años, el espíritu que animó a los EEUU a la hora de acoger a los miles que llegaban a sus tierras, uno de ellos el abuelo, alemán, de Donald Trump. No les daba casi nada, pero les dejaba hacer lo que quisieran, y les aplicaba la ley con la misma dureza con la que lo hacía con los demás. Era justo en ese sentido, y por eso se convirtió en un país de acogida y oportunidades. Su sociedad es fruto de un mestizaje que, aunque mantiene enormes desigualdades raciales, es un ejemplo no ya de cómo integrar sino de las posibilidades que la inmigración ofrece.

En el caso europeo todo es mucho más difícil, dado que somos países individualizados, con opiniones públicas que votan cada una en su momento y con distintas sensibilidades y miedos. Vimos como normal, como obvio, que durante lo peor de la crisis española muchos de los nuestros se largasen a otros países para buscar las oportunidades que aquí no encontraban. No debemos ver, por tanto, como extraño, que gente de terceros países haga lo mismo poniendo sus ojos en el nuestro, que es mucho mucho más rico que su nación de origen. Hay que tener la cabeza fría, pensar a largo plazo, de manera coordinada, sensata, y sin demagogias baratas de ningún sentido que, quizás, consigan muchos votos, no lo niego, pero no arreglan el problema de fondo. Aunque quizás lo que importe sean los votos, no el problema.

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