Con
motivo del desastre del puente Morandi de Génova ha vuelto a la luz el viejo
debate sobre el coste de mantenimiento de las infraestructuras, la posible
dejadez en la que se ha caído durante estos últimos años en este aspecto y la
vejez de muchos de los puentes y demás obras civiles que usamos a diario en los
países occidentales, vejez que es menor en nuestro caso, dado que hemos hecho
las obras más tarde, y más acusada en naciones como Italia, EEUU o Reino Unido,
que desarrollaron muchas de esas infraestructuras cuando en España eran,
sencillamente, inimaginables. Hay un poco de cierto en todos estos argumentos.
Inaugurar
una obra es fácil, y rentable para los políticos. El día del corte de cinta es
goloso, otorga fotos bonitas y, lo más buscado, votos. Pero a partir de ahí la
obra empieza a funcionar y, a los costes que ha supuesto realizarla, muchos o
pocos, inflados o no, se le deben añadir nuevos costes, principalmente de
funcionamiento y de mantenimiento. Un nuevo polideportivo para el pueblo es una
maravilla, pero no sirve de nada si el ayuntamiento se ha endeudado hasta las
cejas y el día de su apertura no tiene un euro para contratar al personal
necesario para que funcione o para pagar la luz, agua y otros gastos
corrientes. Una nueva infraestructura supone una nueva fuente de costes para
quien la gestiona, y debe tenerlo en cuenta. Es verdad que también supone
ingresos, pero si estamos hablando de instalaciones públicas, normalmente los
precios poseen un carácter social y no cubren la totalidad de los costes. Ante
ello el gestor de la infraestructura puede hacer, en esencia, dos cosas. Ser
responsable y detallar todos los costes e ingresos que va a obtener y estudiar
cómo paliar los déficits que puedan surgir, o ser un baranda y hacerse trampas
en el solitario. ¿Cómo? Lo más obvio es inflar los ingresos previstos (caso
reciente de las radiales de Madrid) o disminuir los costes, bien mediante la
prestación de un peor servicio (no contrato personal suficiente y no doy abasto
a la demanda) o me ahorro dinero donde no se vea su gasto, y este último es el
gran peligro asociado al mantenimiento, que es caro pero no luce, que supone
dejarse dinero de manera continuada pero sólo en caso de catástrofe, como la de
Génova, o de fallo muy visible, es imposible de obviar. Si el ayuntamiento
tiene una piscina puede ahorrarse pasta contratando menos socorristas o
gastando menos en la depuradora y el cloro. Lo primero se ve nada más llegar,
lo segundo no tanto, y puede que no se aprecie hasta que el agua adquiera el
tono verdoso típico de los estanques románticos, ideales para pasear por su
entorno, pero no tanto para bañarse. Y no hablemos del mantenimiento del vaso
de la piscina. Si se sueltan losetas del mismo puede que ni sean apreciadas por
los bañistas, y ahí tenemos una evidente vía de ahorro no debida. Es poco
probable que la piscina tenga fugas y se vacíe, pero uno puede imaginar una
serie de aspectos en los que, en mantenimiento, se puede ahorrar, o
directamente no hacer nada, e ir tirando. Progresivamente la calidad de la
obra, en este caso piscina, se irá deteriorando con el uso, y llegará un momento
en el que o se hacen determinadas obras de envergadura o el servicio no podrá
prestarse. Esas obras no llevan cortes inaugurales de cinta, ni fotos, ni
votos, y se postergan hasta el infinito. Y esa es la causa por la que muchas de
las infraestructuras tienen una vida útil menor de la esperable. La
multiplicación de las mismas (no es lo mismo tener cien kilómetros de AVE que
cinco mil) y la existencia de distintas administraciones implicadas pueden
generar un cóctel perfecto de desidias, pases de responsabilidad e inacción
que, llegado el caso, se pueden convertir en catástrofe. En el puerto de Vigo
hemos visto este “pasa la bola” entre el ayuntamiento del PSOE y la Autoridad
Portuaria, dependiente de la Administración Central, con las consecuencias vistas
por todos.
Piense
usted en el AVE. Un
kilómetro de vía de AVE tiene un coste de mantenimiento de muchos miles de
euros al año, y sólo de lo que es carril, traviesas, plataforma, catenaria
y comunicaciones, no estamos hablando de puentes y túneles asociados. En el
caso del puente Morandi habrá que investigar si la falta de mantenimiento ha
sido una de las causas del hundimiento, o el propio diseño del mismo era proclive
a que pasase algo así (pocos tensores tenía para mi gusto) o los materiales con
los que se construyó no eran los adecuados. Pero en todo caso recuerde. Mantener
algo es caro, pero no mantenerlo puede salir carísimo.
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