lunes, agosto 20, 2018

Mantener es caro, no hacerlo, mucho más


Con motivo del desastre del puente Morandi de Génova ha vuelto a la luz el viejo debate sobre el coste de mantenimiento de las infraestructuras, la posible dejadez en la que se ha caído durante estos últimos años en este aspecto y la vejez de muchos de los puentes y demás obras civiles que usamos a diario en los países occidentales, vejez que es menor en nuestro caso, dado que hemos hecho las obras más tarde, y más acusada en naciones como Italia, EEUU o Reino Unido, que desarrollaron muchas de esas infraestructuras cuando en España eran, sencillamente, inimaginables. Hay un poco de cierto en todos estos argumentos.

Inaugurar una obra es fácil, y rentable para los políticos. El día del corte de cinta es goloso, otorga fotos bonitas y, lo más buscado, votos. Pero a partir de ahí la obra empieza a funcionar y, a los costes que ha supuesto realizarla, muchos o pocos, inflados o no, se le deben añadir nuevos costes, principalmente de funcionamiento y de mantenimiento. Un nuevo polideportivo para el pueblo es una maravilla, pero no sirve de nada si el ayuntamiento se ha endeudado hasta las cejas y el día de su apertura no tiene un euro para contratar al personal necesario para que funcione o para pagar la luz, agua y otros gastos corrientes. Una nueva infraestructura supone una nueva fuente de costes para quien la gestiona, y debe tenerlo en cuenta. Es verdad que también supone ingresos, pero si estamos hablando de instalaciones públicas, normalmente los precios poseen un carácter social y no cubren la totalidad de los costes. Ante ello el gestor de la infraestructura puede hacer, en esencia, dos cosas. Ser responsable y detallar todos los costes e ingresos que va a obtener y estudiar cómo paliar los déficits que puedan surgir, o ser un baranda y hacerse trampas en el solitario. ¿Cómo? Lo más obvio es inflar los ingresos previstos (caso reciente de las radiales de Madrid) o disminuir los costes, bien mediante la prestación de un peor servicio (no contrato personal suficiente y no doy abasto a la demanda) o me ahorro dinero donde no se vea su gasto, y este último es el gran peligro asociado al mantenimiento, que es caro pero no luce, que supone dejarse dinero de manera continuada pero sólo en caso de catástrofe, como la de Génova, o de fallo muy visible, es imposible de obviar. Si el ayuntamiento tiene una piscina puede ahorrarse pasta contratando menos socorristas o gastando menos en la depuradora y el cloro. Lo primero se ve nada más llegar, lo segundo no tanto, y puede que no se aprecie hasta que el agua adquiera el tono verdoso típico de los estanques románticos, ideales para pasear por su entorno, pero no tanto para bañarse. Y no hablemos del mantenimiento del vaso de la piscina. Si se sueltan losetas del mismo puede que ni sean apreciadas por los bañistas, y ahí tenemos una evidente vía de ahorro no debida. Es poco probable que la piscina tenga fugas y se vacíe, pero uno puede imaginar una serie de aspectos en los que, en mantenimiento, se puede ahorrar, o directamente no hacer nada, e ir tirando. Progresivamente la calidad de la obra, en este caso piscina, se irá deteriorando con el uso, y llegará un momento en el que o se hacen determinadas obras de envergadura o el servicio no podrá prestarse. Esas obras no llevan cortes inaugurales de cinta, ni fotos, ni votos, y se postergan hasta el infinito. Y esa es la causa por la que muchas de las infraestructuras tienen una vida útil menor de la esperable. La multiplicación de las mismas (no es lo mismo tener cien kilómetros de AVE que cinco mil) y la existencia de distintas administraciones implicadas pueden generar un cóctel perfecto de desidias, pases de responsabilidad e inacción que, llegado el caso, se pueden convertir en catástrofe. En el puerto de Vigo hemos visto este “pasa la bola” entre el ayuntamiento del PSOE y la Autoridad Portuaria, dependiente de la Administración Central, con las consecuencias vistas por todos.

Piense usted en el AVE. Un kilómetro de vía de AVE tiene un coste de mantenimiento de muchos miles de euros al año, y sólo de lo que es carril, traviesas, plataforma, catenaria y comunicaciones, no estamos hablando de puentes y túneles asociados. En el caso del puente Morandi habrá que investigar si la falta de mantenimiento ha sido una de las causas del hundimiento, o el propio diseño del mismo era proclive a que pasase algo así (pocos tensores tenía para mi gusto) o los materiales con los que se construyó no eran los adecuados. Pero en todo caso recuerde. Mantener algo es caro, pero no mantenerlo puede salir carísimo.

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