Es
difícil saber qué es lo que pasó ayer en Venezuela, en un atentado contra Maduro
que es, como mínimo, extraño. No se si es la primera vez que se usan drones en
un intento de magnicidio, pero esa es mi sensación. Las
imágenes revelan confusión, nervios, carreras y desbandadas en un “rompan
filas” de lo más caótico, pero en ningún momento nos ofrecen la vista de lo que
Maduro y su séquito ven desde la tribuna, ni se aprecian los objetos voladores
que puedan servir para calificarlos de atacantes. Hay una presunta reivindicación
de un grupo de militares, de franela o algo así se hacen llamar, completamente
desconocidos, que afirman haber fallado esta vez, pero que en sucesivos
intentos lo lograrán.
Lo
único cierto de lo que pasó ayer en Venezuela, o lo que sucede hoy mismo en sus
calles, es que el país está en un estado de descomposición total, sumido en un
profunda crisis económica y social en la que el régimen chavista, encarnado en
un Maduro caricatura de sí mismo y la corte de militares que le sostienen sigue
haciendo todo lo posible para aferrarse al poder, a costa de la destrucción de
la vida y la hacienda de los venezolanos. Cada día llegan noticias de lo
absurda que es allí la vida debido a la hiperinflación que se sufre, un proceso
similar al que se vivió en la Alemania de los años veinte y de idénticas y
nefastas consecuencias. La más obvia es la destrucción del valor, el ahorro y
la propiedad, pero la más profunda es la ruptura de la sociedad. La moneda no vale
nada, el mercado no funciona y la supervivencia, lo único importante, provoca
situaciones de colapso, acaparamiento y egoísmo en las que muy pocos son
capaces de medrar y casi todos se hunden en el fango de la miseria. Es Venezuela
uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales, poseedor de una de
las mayores reseras de petróleo conocidas, y actualmente sus habitantes apenas
pueden comprar la poca gasolina que el colapsado monopolio público de explotación
de hidrocarburos, la antaño mítica PVSA, es capaz de bombear y refinar. Pero el
petróleo es lo de menos. Comida, transporte, medicinas, servicios básicos,
bienes de primera necesidad… Venezuela es el reino de la escasez y la angustia,
allá donde nada existe y todo posee precios imposibles. El proceso de
depauperización de la clase media venezolana, que ya comenzó con los corruptos
gobiernos anteriores, ha llegado a su perfección más siniestra de la mano del
chavismo y el madurismo, un régimen dictatorial que ha sumido al país en la
crisis absoluta. El que puede escapa de Venezuela. Los menos pudientes, a través
de la frontera física de Colombia, convertida en una especie de versión
latinoamericana del tránsito de refugiados que vimos en Europa hace un par de
veranos. Los que más medios tienen cogen vuelos y se largan a EEUU o a Europa,
siendo Madrid uno de los destinos preferidos por parte de pudientes venezolanos
que han escapado con lo puesto y sus ahorros, antes de que sean destrozados del
todo por la inflación galopante. El que no puede salir del país vive en una cárcel
ideológica y en una prisión económica, uno de los desastres más perfectos y
profundos de los que ahora existen en Latinoamérica y que no tiene visos de mejorar
en el corto plazo, sino más viene seguir empeorando. Sabe Maduro que si pierde
el poder su cabeza está en peligro, porque serán muchos los que quieran pasarle
factura por este desastre, y por ello se agarra como puede a su silla del
Palacio de Miraflores, sin importarle nada ni nadie. Y los que menos, sus
compatriotas.
La
intentona de atentado de ayer, fuera lo que fuese, y sea quien sea el autor,
beneficia a corto plazo a Maduro y su régimen, al proporcionarle un presunto
enemigo interno, excusa perfecta para aumentar las represalias sobre opositores
y todo lo que huela a disidencia. ¿Vio Maduro lo bien que le vino a Erdogan el
fracasado golpe de hace dos veranos para instaurar su régimen de poder absoluto
y trata de hacer lo mismo? Quién sabe. En todo caso, las acusaciones contra
Colombia demuestran, una vez más la paranoia y mentira constante en la que vive
ese sujeto, y las nulas posibilidades de que, de su mano, se de paso a un proceso
de transición en el país, y el desastre económico sin fin aumenta las
probabilidades de revueltas y enfrentamientos. Pobre Venezuela, poco más se me
ocurre decir.
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