Miro
por la ventana de la oficina al paseo de la Castellana, me fijo al fono, hacia
el centro de Madrid, y veo los carriles atestados de vehículos blancos,
inmóviles, detenidos, que bloquean los sentidos de subida y bajada. Luces de la
policía desvían el tráfico que, desde mi perspectiva, baja desde la zona norte
de la ciudad y se ve obligado a desviarse ante el corte de la calle. Es una
avenida muy ancha, de tres carriles por sentido y varias vías de servicio
laterales y jardineras, lo que la convierte en una de las calles más anchas de
la ciudad, casi en el río que atraviesa esta urbe, a falta de una corriente de
agua digna de tal nombre. El taxi bloquea ahora ese río.
La
huelga del taxi es, valga el símil, como las patadas y puñetazos al aire
que da un animal en los estertores de su ya cercana muerte. El sector está
gravemente herido por la tecnología, quiera verlo o no, y eso es algo que ya no
tiene vuelta atrás. Hace ya un tiempo recomendé a los taxistas desde esta cutre
columna que empezaran a estudiar o hacer algo para reciclarse, porque su
negocio se extinguía, y estos movimientos de protesta no van a contribuir a que
la vida del taxi se alargue mucho, sino quizás todo lo contrario. El sector
tiene un monopolio fruto de una legislación que, en épocas pretéritas, le
otorgó un derecho público en exclusiva, y eso ha convertido al taxi en un
negocio cautivo, un extractor de rentas de primer orden y de comportamiento muy
clásico, que viene descrito en los manuales de economía. Como todo monopolista,
ante la ausencia de competencia, su tendencia es a elevar precios y disminuir
la calidad frente a lo que sería un resultado fruto del equilibrio de mercado
abierto. La existencia de licencias y la lucha para su control y no expansión
ha generado su propio mercado negro en el que se pagan miles de euros para
hacerse con una, siendo por tanto una prohibitiva barrera de entrada al
negocio. Todo un lujo para los que en él trabajan y un imposible para los que
quieren acceder. Bien, este modelo de negocio se extingue, lo siento mucho. La
tecnología ha entrado en él y, como en otros tantos, ha generado efectos
disruptivos, y de momento estamos hablando de tecnologías de comunicación y uso
de los particulares usuarios del servicio, no de coches autónomos o similares,
que convertirán al taxi en un recuerdo pintoresco del pasado. El coche
compartido y los VTC han abierto una puerta a la competencia que los gestores
del taxi no habían previsto, y eso reduce ingresos de su negocio matriz y, muy
importante, devalúa el valor de las licencias, por las que muchos han pagado
tanto. De ahí la rabia del sector que, como actúa unido y posee capacidad de
presión y poder es capaz de generar situaciones como las que estamos viviendo.
Los vendedores de pipas o los que, como yo, nos dedicamos al trabajo de
oficina, ni tenemos poder ni nuestras huelgas generan efectos globales, además
de que no tenemos barreras de entrada en nuestro trabajo, por lo que somos
reemplazables y nos tenemos que aguantar o buscarnos la vida si las cosas van
mal. No hay privilegio al que agarrarse. ¿Por qué los taxistas tienen derecho a
ello? Las acciones violentas que vemos estos días, fruto de un comportamiento puramente
mafioso, son muy contraproducentes para sus intereses, y ponen en contra sin
cesar a un número creciente de usuarios, que los ven como un problema más que
una solución, y eso es lo peor que puede pasar con un sector, negocio o profesión.
El taxi debe ir reciclándose poco a poco y los que en él trabajan buscar
alternativas de futuro, a sabiendas de que los privilegios en los que han
vivido se van a terminar. Quizás no hoy o mañana, pero en un futuro cercano sí.
Dentro
de algunos años quizás alguna plataforma de esas de pago por visión haga una
serie que se llame “los chicos del taxi” en la que cuente las andanzas de unos
profesionales de un sector que se extinguió por el avance de la tecnología.
Como “las chicas del cable” mostrarán a un grupo de personas que en su momento
vivían en torno a un trabajo de primera en su tiempo y con un aire de
romanticismo y aventura propio de toda serie que se trate, pero al igual que
las operadoras, la tecnología arrumbó sus carreras y les obligó a trabajar en
otra cosa, y hoy son un recuerdo del pasado. Por cierto, no me consta que las
operadoras quemasen o destrozasen máquinas de conmutación telefónica cuando
empezaron a ser sustituidas por ellas. En eso también dan ejemplo.
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