Esta
vez ha sido un autobús en el que viajaban muchos niños la víctima de los
bombardeos que los aliados del régimen han alcanzado en su última ofensiva. El
balance de víctimas es provisional, pero se habla de cerca de las cincuenta, la
mitad de ellas niños, aunque ya se sabe que en las guerras hay que desconfiar
de lo que cuentan las fuentes de parte. Las pocas imágenes que nos han llegado
relatan angustia, dolor y muerte, en un escenario polvoriento y desolado, roído
por los bombardeos de una guerra que se arrastra desde hace años y que ha dejado
el país reducido en gran parte a escombros y a su economía completamente
devastada.
¿De
qué nación estoy hablando? Casi todos pensaríamos en Siria, dado que el relato
anterior cuadra con lo que hemos vito estos últimos años. Y
sí, podría ser Siria, pero no, es Yemen. Y al nombrar Yemen seguramente
muchos preguntarán qué es eso, y luego quizás dónde está, y por último, si pasa
algo allí, en ese lugar ignoto y perdido. Yemen está en la península arábiga,
en su extremo sur, es un país montañoso que está rodeado de ricos vecinos como
Omán y Arabia Saudí. Por desgracia para los yemeníes, bajo sus montañas y el
trozo de desierto arábigo que les ha tocado sólo se esconde más piedra y arena,
ni rastro de petróleo, y por ello el país siempre ha sido pobre, y ha contado
con regímenes autoritarios que en nada han ayudado a su desarrollo.
Profundamente dividido entre chiíes y suníes, hace unos tres años se produjo
una revuelta de una de las etnias locales, los hutíes, en contra del gobierno
de Saná, la capital. Los hutíes chiíes fueron apoyados desde el principio por
Irán, y el poderoso vecino saudí contempló con estupor como era posible que una
revuelta de sus odiados chiíes se pudiera estar dando en el patio trasero de su
nación, y sin pensárselo dos veces, empezó a actuar militarmente en apoyo del
gobierno que hasta entonces regía en el país. De una manera no prevista, el
alzamiento hutí se convirtió en toda una guerra civil y en una guerra “proxy”
entre Irán y Arabia Saudí, como las que libraban en sus tiempos EEUU y la URSS
en Afganistán o en muchos de los conflictos africanos y centroamericanos. Las
pocas noticias que llegan desde Yemen son siempre horrendas, y es en parte esa
misma opacidad, síntoma de indiferencia, lo que está permitiendo a los
contendientes elevar el grado de crueldad de su enfrentamiento y abocar a la
población civil yemení a aun situación de crisis realmente aterradora. Varios
han sido los brotes de cólera que se han desatado en el país en estos años y,
se cree, han causado más víctimas que la propia guerra. En lo que hace al
conflicto bélico la situación es de un angustioso empate en el que ninguna de
las partes ha llegado a imponerse a la otra. Pese a la implicación saudí, los
hutíes resisten y desde hace un tiempo el gobierno de Saná no es sino una farsa
en una nación que se ha convertido en el caos, con zonas controladas por ambas
partes y sin que esté nada claro cuál va a ser el final de este conflicto. El
aumento del poder en Riad del príncipe MBS se ha traducido en mayores bombardeos
por parte de los saudíes en Yemen, con el objeto de dar por liquidado un
conflicto que se prolonga en el tiempo mucho más de lo que nadie hubiera
esperado, pero el sobreesfuerzo saudí no está logrando resultados prácticos.
Incluso se han producido respuestas hutíes en forma de lanzamientos de misiles
sobre Riad, que hace unos meses obligaron a cerrar el aeropuerto internacional
por unas horas, en lo que fue un episodio bochornoso para la potencia saudí.
En
esta guerra, cruel hasta el extremo, se juntan todas las maldades posibles, y
en lo que nos toca a nosotros se junta la indiferencia ante lo que sucede en un
lugar remoto, del que apenas tenemos referencias visuales o emocionales, junto
con el deseo de mirar hacia otra parte cuando es Arabia saudí, el controlador
del precio del crudo, quien soporta a una de las partes. Los saudíes
representan una visión medieval, dictatorial y oscurantista del islam y los
derechos humanos son para ellos algo que se puede pisotear cuando se desee. No
nos enfrentamos a Riad porque nuestros surtidores, en el fondo, dependen de
ellos, y lo sabemos. Los iraníes no son mucho mejores. Y en medio de este
desastre, los yemeníes y su patrimonio mueren. Y a (casi) nadie le importa.
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