viernes, agosto 10, 2018

Sigue la cruel guerra de Yemen


Esta vez ha sido un autobús en el que viajaban muchos niños la víctima de los bombardeos que los aliados del régimen han alcanzado en su última ofensiva. El balance de víctimas es provisional, pero se habla de cerca de las cincuenta, la mitad de ellas niños, aunque ya se sabe que en las guerras hay que desconfiar de lo que cuentan las fuentes de parte. Las pocas imágenes que nos han llegado relatan angustia, dolor y muerte, en un escenario polvoriento y desolado, roído por los bombardeos de una guerra que se arrastra desde hace años y que ha dejado el país reducido en gran parte a escombros y a su economía completamente devastada.

¿De qué nación estoy hablando? Casi todos pensaríamos en Siria, dado que el relato anterior cuadra con lo que hemos vito estos últimos años. Y sí, podría ser Siria, pero no, es Yemen. Y al nombrar Yemen seguramente muchos preguntarán qué es eso, y luego quizás dónde está, y por último, si pasa algo allí, en ese lugar ignoto y perdido. Yemen está en la península arábiga, en su extremo sur, es un país montañoso que está rodeado de ricos vecinos como Omán y Arabia Saudí. Por desgracia para los yemeníes, bajo sus montañas y el trozo de desierto arábigo que les ha tocado sólo se esconde más piedra y arena, ni rastro de petróleo, y por ello el país siempre ha sido pobre, y ha contado con regímenes autoritarios que en nada han ayudado a su desarrollo. Profundamente dividido entre chiíes y suníes, hace unos tres años se produjo una revuelta de una de las etnias locales, los hutíes, en contra del gobierno de Saná, la capital. Los hutíes chiíes fueron apoyados desde el principio por Irán, y el poderoso vecino saudí contempló con estupor como era posible que una revuelta de sus odiados chiíes se pudiera estar dando en el patio trasero de su nación, y sin pensárselo dos veces, empezó a actuar militarmente en apoyo del gobierno que hasta entonces regía en el país. De una manera no prevista, el alzamiento hutí se convirtió en toda una guerra civil y en una guerra “proxy” entre Irán y Arabia Saudí, como las que libraban en sus tiempos EEUU y la URSS en Afganistán o en muchos de los conflictos africanos y centroamericanos. Las pocas noticias que llegan desde Yemen son siempre horrendas, y es en parte esa misma opacidad, síntoma de indiferencia, lo que está permitiendo a los contendientes elevar el grado de crueldad de su enfrentamiento y abocar a la población civil yemení a aun situación de crisis realmente aterradora. Varios han sido los brotes de cólera que se han desatado en el país en estos años y, se cree, han causado más víctimas que la propia guerra. En lo que hace al conflicto bélico la situación es de un angustioso empate en el que ninguna de las partes ha llegado a imponerse a la otra. Pese a la implicación saudí, los hutíes resisten y desde hace un tiempo el gobierno de Saná no es sino una farsa en una nación que se ha convertido en el caos, con zonas controladas por ambas partes y sin que esté nada claro cuál va a ser el final de este conflicto. El aumento del poder en Riad del príncipe MBS se ha traducido en mayores bombardeos por parte de los saudíes en Yemen, con el objeto de dar por liquidado un conflicto que se prolonga en el tiempo mucho más de lo que nadie hubiera esperado, pero el sobreesfuerzo saudí no está logrando resultados prácticos. Incluso se han producido respuestas hutíes en forma de lanzamientos de misiles sobre Riad, que hace unos meses obligaron a cerrar el aeropuerto internacional por unas horas, en lo que fue un episodio bochornoso para la potencia saudí.

En esta guerra, cruel hasta el extremo, se juntan todas las maldades posibles, y en lo que nos toca a nosotros se junta la indiferencia ante lo que sucede en un lugar remoto, del que apenas tenemos referencias visuales o emocionales, junto con el deseo de mirar hacia otra parte cuando es Arabia saudí, el controlador del precio del crudo, quien soporta a una de las partes. Los saudíes representan una visión medieval, dictatorial y oscurantista del islam y los derechos humanos son para ellos algo que se puede pisotear cuando se desee. No nos enfrentamos a Riad porque nuestros surtidores, en el fondo, dependen de ellos, y lo sabemos. Los iraníes no son mucho mejores. Y en medio de este desastre, los yemeníes y su patrimonio mueren. Y a (casi) nadie le importa.

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