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y hunde la bolsa. Muchas han sido las advertencias del daño que pueden hacer
los populistas en el gobierno, que han caído en saco roto ante la inercia del
ciclo económico. Cuando a la economía le da por bajar da igual poco importa que
haya diligentes profesionales al frente de organismos e instituciones, y cuando
sube, como un barco lanzado en aguas calmas, no es necesario ni que haya
inteligencia en el poder, y cualquier cosa es soportada por la coyuntura. Un
ejemplo, alejado de los actuales populismos, es la gestión de ZP en la antesala
de nuestro derrumbe de 2008. Nadie pilotaba el barco, y nos estrellamos, pero
un minuto antes del impacto la velocidad de crucero macro seguía siendo
prodigiosa.
El
gobierno italiano es una bomba que va a hacer daño en todo lo que toque, se
acerque o aproxime. La unión de dos fuerzas opuestas, un movimiento
izquierdista estilo Podemos (5 estrellas) con una fuerza reaccionaria,
nacionalista y de extrema derecha (qué tres redundancias, la Liga) ha originado
un Frankesntein político en el que el más habilidoso para hacerse con el
control del poder ha sido el mediático Mateo Salvini, al que hemos conocido por
sus declaraciones abiertamente racistas sobre la inmigración. Salvini ha metido
en un lío a toda Europa porque no le importa lo que suceda con los inmigrantes
que vagan por el Mediterráneo, pero va a acabar metiéndonos a todos en un
fenomenal lío porque tampoco le importan en lo más mínimo las reglas económicas
de la eurozona. Esto sería menos grave si Italia fuera poca cosa y tuviera las
cuentas saneadas, pero ni lo uno ni lo otro. Tras la marcha del reino Unido,
Italia es la tercera economía de la eurozona, posee un disparatado nivel de
deuda pública que alcanza el 130% del PIB y durante años, décadas, ha mostrado
un crecimiento anémico, incapaz de sostener el nivel de endeudamiento y que
pone en serio riesgo su solvencia futura. Durante los años de la burbuja Italia
creció muy poco, en la recesión bajó y desde entonces aumenta su PIB en tasas
que bordean el 1%, ni fu ni fa, que diría el pasota. Atonía económica, caos
político y sensación de decadencia son las dominantes en el vecino país
mediterráneo desde hace varios lustros. Ese ha sido el caldo de cultivo en el
que los populismos han arraigado y prometido a la gente riqueza, prosperidad y
seguridad. ¿Cómo van a lograrlo? No tienen ni idea. Por de pronto, la seguridad
la quieren basar en el control de una supuesta invasión migratoria que no
existe, ante la que se muestran muy duros, y generan la sensación de estar
haciendo algo, lo que no es sino una concatenación de mentiras y engaños. Y en
economía la receta es la clásica, disparar el gasto público, hacerlo crecer
mucho para subsidiar y cubrir las carencias de la población. El presupuesto que
ha presentado este pseudogobierno a Bruselas contempla un déficit público del
2,4%, tres veces más que el compromiso que tenía firmado Italia con las
autoridades comunitarias. Como ese valor es mucho mayor del crecimiento
económico que se espera, el resultado final será un incremento de la deuda
total italiana, que como antes he señalado es ya exageradamente alta. Las
políticas expansivas del BCE han permitido que la deuda italiana, y otras (como
la nuestra) pasen más desapercibidas, pero son un enorme problema de cara al futuro,
tanto por su pago como por la refinanciación en un tiempo en el que los tipos
de interés sean más altos que los nulos en los que vivimos. Bruselas,
obviamente, ha respondido con serenidad pero dureza, declarando
que estas políticas italianas son irresponsables, no se ajustan a lo acordado y
que agravarán la situación del país y, por extensión, harán daño a la eurozona.
La respuesta de Salvini ha sido una especie de “me al suda” literalmente, dicho
en italiano con el tono chulesco y delictivo que caracteriza a este siniestro
personaje
Siguiendo
el estilo Salvini, juega Italia con la carta del tamaño, que en su caso
importa. La economía italiana no es la griega, es irrescatable dada su dimensión,
es lo que se llama “too big to fail” demasiado grande para caer, ya que un
derrumbe italiano sería un colapso del euro, como pudimos comprender en los
tiempos de la minúscula Grecia y las infinitas tribulaciones de la eurozona. Es
probable que el gobierno italiano mantenga el pulso a Bruselas, al menos
mientras pueda resistir el crecimiento de su prima de riesgo, el encarecimiento
de la deuda y la tensión en los mercados, que a quién más daño van a hacer es a
los italianos, pero que a nosotros también nos lesionarán. Aquí tienen otro palo
en la rueda del crecimiento económico, y van ya unos cuantos como para que la
cosa se mantenga. El ciclo virtuoso se agosta, por maduración y la intervención
de los incompetentes.
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