martes, octubre 02, 2018

Her, y la soledad


Ayer, sin que lo supiera, La 2 emitía, dentro de su nueva programación nocturna, la película “Her”, Ella. La pillé al poco de empezar y la vi hasta el final, con idénticas sensaciones a cuando la contemplé, embobado, en el 2013, el año de su estreno. Plantea la cinta un futuro no muy lejano, que ahora empieza a ser casi presente, en el que los sistemas informáticos desarrollan personalidad y se convierten en entidades de compañía y relación. Los OS, siglas en inglés de sistemas operativos, pueden convertirse en la persona amada o aquella que nos comprende, y llena nuestras vidas, vacías y solitarias. Cuando la vi me prometí escribir una entrada en el blog, pero en su momento no fui capaz. Lo intento cinco años después

Theodor, el protagonista, encarnado perfectamente por Joaquín Phoenix, escribe cartas para que otros las puedan usar, preferentemente en sus relaciones amorosas, pero también para ocasiones especiales como aniversarios, cumpleaños o despedidas de seres queridos. Su creatividad sentimental es pareja a su invalidez personal en este campo. En proceso de divorcio, vive solo y está solo, sin amistades relevantes ni flirteos. Muestra una notable inseguridad personal sobre lo que quiere ser en el futuro, en lo que la vida le ofrece y lo que espera de ella, y siente que no está a la altura de las exigencias de los demás. Se culpa de sus miedos y de ser alguien que no genera alegría ni cariño a su alrededor, y su espiral personal le hunde cada vez más en una intensa melancolía de la que no parece capaz de poder escapar. La llegada de Samantha a su vida le irá cambiando poco a poco. Samantha no es nadie, humanamente hablando, sólo es un software de compañía desarrollado por una empresa, que se porta en un dispositivo muy similar a un smartphone, que ve a través de la cámara del aparato, habla a Theodor a través de un auricular que él se pone en la oreja y que posee una inteligencia humana que va creciendo y complejizándose a medida que la cinta avanza. Llega un momento en el que Theodor se enamora de Samantha. No sólo habla con ella de una manera tan íntima y personal como no es capaz de hacerlo con nadie, sino que le despierta sentimientos y sensaciones olvidadas, entre ellas el sexo, que tiene un papel residual en la película, pero que ofrece dos escenas, una de gran belleza y otra sumamente original y desgarradora, que muestran que la relación de pareja necesita tener un componente erótico para poder mantenerse. A medida que la relación avanza Theodor la hace pública, en una sociedad en la que el uso de OS como servicios de amistad y compañía está plenamente sumida y se ve con normalidad. Compañeros de trabajo de Theodor poseen OSs que son amigos suyos y con los que charlan y se divierten en casa, en este caso sin componente amoroso de por medio, y se muestra como estas inteligencias artificiales se han convertido en competencia descarnada para para los y las humanos, que ven como resulta más difícil congeniar en persona que en la intimidad de sus habitaciones con sus OS. En un mundo urbano de enorme densidad, las escenas de fondo muestran a miles de personas que caminan solas, hablan con sus OSs u otros dispositivos, pero que apenas se relacionan entre ellas, y cuando lo hacen es de una manera fría, mecánica, distante y casi autoimpuesta. La relación de Theodor y Samantha vive un éxtasis en unas vacaciones íntimas en un lugar montañoso de clima frío, y sufre una crisis enorme cuando Theodor descubre que Samantha, como buena inteligencia artificial, es capaz de simultanear conversaciones, amores y sentimientos con miles de personas a la vez. En unas escaleras de metro, Theodor descubre que para su OS él tampoco es especial. Y su mundo emocional vuelve al vacío en el que residía. La película acaba con una escena de redención sentimental humana que es, casi, lo más propio de la ciencia ficción de lo que se muestra en todo el relato.

Ayer cuando acabó la peli, al borde de las 12 de la noche, en su momento cuando la vi en la sala del cine, estaba sólo, y sentía cada escena con una familiaridad extraña, impactante, idéntica cuando me fui a la cama que cuando salí a la marabunta nocturna madrileña de la sala de cine en ese fin de semana de 2013, en ambos casos con lágrimas en los ojos. Cinco años después de su estreno, el mundo distópico que plantea “Her” es, cada vez, más real. La llegada de Tinder y aplicaciones por el estilo han copado el mundo de las relaciones humanas, y empiezan ya las primeras interacciones con inteligencias artificiales que nos hablan y, de momento, simulan sentimientos y experiencias. Y todo en un mundo de soledad creciente y absorción total de nuestra vida y sentimientos por la pantalla del Smartphone.

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