Dos
sucesos de estos últimos días muestran hasta qué punto las relaciones
internacionales están cambiando, violentándose en fondo y forma, y rompiéndose
pactos y estructuras que llevan funcionando desde hace décadas. Los casos son
bastantes distintos en la forma, pero ambos nos enseñan que cuando un país se
convierte en poderoso será capaz de usar ese poder, y por ello será respetado,
si quieren pueden ustedes leer temido, por otros países. Los individuos
involucrados en estos sucesos ni pintan ni importan nada, y su destino, si es
que aún existen, es el mayor de los castigos posibles. Y todo en medio de un
mutismo global.
El
periodista Jamal Khashogg entró en el consulado saudí de Estambul hace unos
días para pedir unos papeles de cara a su futura boda con una ciudadana turca,
y no ha vuelto a salir de allí. Su desaparición fue denunciada por familiares y
amigos tras una tarde y noche de espera angustiosa y ninguna noticia sobre su
paradero. Opositor al régimen de Riad, Khashogg se encontraba señalado por el
poder de la familia real saudí y varias amenazas se cernían sobre él. Según
varias fuentes, fue asesinado en la misma legación diplomática y, en un relato
que mezcla truculencia con incredulidad, su cuerpo fue troceado para ser sacado
del país en valijas diplomáticas. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Lo único
seguro es la desaparición del periodista y las sospechas de que algo muy turbio
ha pasado en ese consulado, pero poco más. Investigaciones
del New York Times confirman la hipótesis del asesinato en la legación, por
lo que es probable que el gobierno saudí nunca de aclaraciones sobre lo
sucedido, y espere a que el ruido mediático se apague, encubriendo de esta
manera un crimen contra una persona y, otra vez, contra la libertada de prensa
y los derechos humanos, en su nación y en todas las demás. Poco antes de que
este suceso se conociera, causó revuelo la desaparición del presidente de
Interpol, el chino Meng Hongwei, creándose así una historia algo cómica, porque
no deja de ser absurdo que desaparezca el responsable de la organización que
coordina las policías del mundo, uno de cuyos cometidos es buscar
desaparecidos. El cargo es protocolario y sirve para dar papel a la organización
internacional y fomentar la coordinación entre las naciones. Meng viajó a China
antes de desaparecer y, pasados los días, se empezó a sospechar que quizás habría
sido víctima de una de las tantas purgas que el gobierno de Xi Jinping lleva a
cabo de vez en cuando para eliminar opositores, de los de enfrente y de los del
propio partido. Meng tuvo cargos orgánicos en el partico comunista chino y ocupó
puestos de responsabilidad en el pasado en diferentes gobiernos. Al cabo de
unos días, en los que la sorpresa dio paso a la indignación callada y a la
petición de explicaciones, el gobierno de Beijing admitió que meng estaba
retenido en su país, acusado de varios cargos relacionados con la corrupción,
política y económica, y que ante esa situación Meng presentaba oficialmente su
dimisión del cargo en Interpol (y de todos los cargos que poseyera en el mundo
mundial). Del reconocimiento de un secuestro político al orgullo hay poca
distancia para el gobierno chino, y actualmente las
autoridades de aquel país se muestran muy contentas por la sensata decisión
tomada al retener al corrupto Meng, sin que quede muy clara cuál es la situación
vital del expresidente. ¿Está vivo o ya forma parte de las abonadas arenas de
Mongolia? ¿Sufrió un destino similar al del pobre periodista Khashogg? ¿Va a
ser sometido a juicio (farsa) y luego condenado a varias vidas de encierro y
trabajos forzosos o la maquinaria china, eficiente en su ejercicio dictatorial,
se va a ahorrar la pantomima de un tribunal, abogados y testigos para un caso
que ya ha juzgado y sentenciado? Creo que nunca nos enteraremos del destino
futuro, si aún existe, de Meng.
Estas
dos truculentas historias, que parecen salidas de un guion cinematográfico o de
una novela de espías de la guerra fría, muestran cómo se las gastan algunas
naciones a la hora de gestionar la disidencia que amenaza o acusa a sus regímenes.
Vivimos en un mundo de reglas, leyes, pactos y compromisos, pero eso es cierto
entre potencias iguales, y deja de serlo cuando algunas, las que poseen poder
de verdad, y ausencia de complejos, no dudan en ejercitarlo. El caudal de petróleo
que cada día bombea Arabia Saudí, y que alimenta la operación salida de este
jueves, por ejemplo, o el fantástico peso económico que ya posee la economía
china, camino de ser la primera del mundo, les permiten comprar, o crear, un
silencio cobarde y cómplice en torno a sus actos, tan viles como los aquí
descritos. Sean todos bienvenidos al crudo mundo real.
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