Hasta
ahora contemplábamos con horror como la vida de un periodista crítico con el
poder, que es una de las cosas que debieran definir al buen profesional, valía
poco en algunos países lejanos. Brasil o México son lugares en los que no
existen guerras declaradas, pero en los que asesinar periodistas se ha
convertido en una práctica habitual para acallar las denuncias y corruptelas
que logran descubrir. En nuestras proximidades, sabemos que la Rusia de Putin
es expeditiva con los medios críticos y no se ha cortado un pelo a la hora no
ya de cerrarlos o encarcelar a sus empleados, sino directamente eliminarlo. El caso de la
periodista Anna Politkovskaya sirvió para que el Kremlin lanzase un claro,
y amenazador, mensaje.
Esta
semana hemos conocido dos casos de periodistas asesinados, uno de ellos aún no
es certeza, pero casi, sucedidos en Europa o su próxima vecindad. En
Bulgaria ha sido asesinada Viktoria Marinova, periodista de investigación
que al parecer había descubierto algunas corruptelas relacionadas con el uso de
los fondos estructurales de la UE, en las que estarían implicadas empresas
constructoras locales. Su cuerpo apareció hace pocos días completamente
destrozado tras haber sido violada y golpeada con saña hasta más allá de lo
aborrecible. Viktoria es la tercera periodista que muere en la UE en los
últimos meses, y en todos los casos se repite una secuencia familiar e
inquietante. Periodista, de miedo de comunicación establecido o por cuenta propia,
que investiga tramas corruptas y logra encontrar las piezas que permiten lanzar
acusaciones contra los implicados en los fraudes, revelación de algunas de sus
informaciones, desaparición del periodista y hallazgo de su cadáver, como final
de una macabra cadena en la que la información, el poder y la verdad se enredan
hasta terminar en una escena criminal. Un caso es insoportable, tres lo es
triplemente, y las alarmas empiezan a saltar cuando sucesos de este tipo no
sólo suceden, sino que quedan medianamente impunes o sin que los gobiernos
locales logren esclarecer lo sucedido. Los tres países implicados en estos
sucesos, Eslovaquia, Malta y Bulgaria, han sido apercibidos por la Comisión para
que pongan todos los esfuerzos posibles en aras de investigar lo sucedido, encontrar
a los culpables y juzgarlos como es debido. No sabemos qué respuesta dará el
gobierno búlgaro, entre otras cosas porque el último de los crímenes acaba de
ser cometido y apenas conocemos detalles del mismo, pero no me consta que los
gobiernos de Malta y Eslovaquia se hayan chamuscado las cejas en una investigación
sumarísima. Y si crímenes como estos quedan impunes, o sepultados en la
indiferencia y la pasividad, el mensaje que manda a los medios, y a la sociedad
entera, es horrendo. Supone escribir un “No te metas” en la menta de los profesionales
de la comunicación y en los ciudadanos en general, en amordazar de facto a los
medios mediante el amedrentamiento y la coacción, y en degradar la democracia a
un régimen no totalitario, pero sí opresivo en el que la libertad de prensa e
información, uno de los pilares básicos de nuestros regímenes liberales, sería
poco más que una declaración de intenciones. ¿Quién sería el valiente que osaría
a investigar e informar sobre temas a sabiendas de que le podría costar la
vida?. En nuestra historia reciente fue ETA la que optó por esa táctica, asesinando
periodistas como Jose Luis López de la Calle e intentándolo con otros
muchos, como Gorka Landaburu, y de manera reiterada en los casos de Luis del
Olmo o Carlos Herrera. Todo dictador desea una prensa callada, servil,
domesticada, y lo logra por las vías de siempre. La amenaza, el chantaje, la
coacción y la violencia, hasta el punto que sea necesario para lograr sus
objetivos.
No
soy un ingenuo, el periodismo no es un mundo ideal, en él conviven
profesionales de primera con aprovechados y gente seria y responsable junto a
difamadores, como sucede por otra parte con todas las profesiones que en este
mundo existen, desarrolladas por personas, que poseen virtudes y defectos. Pero
la libertad de prensa es un requisito necesario, básico, que debe ser respetado
por todos. Su pérdida es la antesala de la detracción de otros derechos,
individuales y colectivos, y da paso a regímenes que hace no muchos años
reinaron en esta Europa nuestra. Por justicia, y también por defensa de la
libertad y la democracia, estos asesinatos de periodistas deben esclarecerse y
ser castigados los culpables. No sólo nos jugamos el esclarecimiento de un
delito, sino la esencia misma de nuestros derechos ciudadanos.
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