Es
noche cerrada, y siguen llegando equipos de emergencia, y las comunicaciones
son casi imposibles, por lo que no podemos hacernos una idea cabal del desastre
que ha sacudido la población mallorquina de Sant Llorenç des Cardassar, pero
los primeros balances de víctimas ya rondan los cuatro muertos y cinco
desaparecidos, lo que nos sitúa ante una tragedia en toda regla, enorme
para una población del entorno de los ocho mil habitantes. Las huellas que la
riada habrá dejado en sus calles y casas se podrán borrar, con tiempo, esfuerzo
y mucho dinero, pero las vidas perdidas, segadas por el agua cortante, ya no
tienen vuelta atrás. Es hora de confiar en que los desaparecidos estén bien y
que el balance de víctimas no crezca.
Había
decretados varios avisos por fuertes lluvias, siendo las zonas de Baleares y la
costa catalana las más proclives a sufrir episodios torrenciales. Ya por la
mañana precipitaciones de cerca de ochenta litros por metro cuadrado anegaban
barrios de Barcelona, cortaban líneas de metro y causaban algún susto,
afortunadamente sin mayores consecuencias. A lo largo de la tarde esas
tormentas iban ganando aún más intensidad y empezaban a distribuirse por el interior
de Cataluña, del resto de la península (en Madrid cayó una intensa tormenta
ayer de 20:40 a 21:30) y zonas costeras de Andalucía, en especial en Málaga.
Pero era el norte de la isla de Mallorca donde se situaban los núcleos más
activos, que han acabado por provocar este desastre. Se habla de registros
pluviométricos que rondan los doscientos litros por metro cuadrado, que es un
dato salvaje. Habrá que esperar a que los datos sean oficiales y contrastados,
pero si lo que ha caído se acerca a esas magnitudes, es imposible que no se
produzca una catástrofe. Esa cifra, doscientos litros, es casi la mitad de lo
que cae en un año entero en una localidad interior como Madrid, o un poco menos
de la quinta parte de lo que suele precipitar un año medio en Elorrio, un lugar
lluvioso. Precipitaciones de esta intensidad son completamente inmanejables. No
es que no haya sistema de alcantarillado que las pueda evacuar, que no existe,
sino que no hay río o cauce preparada para soportar una avenida semejante de
agua. Allá donde caiga cantidad semejante concentrada en horas se producirá un
desastre, sea cual sea la orografía, nivel de desarrollo o características del
terreno. Además, y es una pena, precipitaciones concentradas de este tipo son
prácticamente imposibles de predecir. Se pueden estimar intensidades de lluvia,
de suaves a torrenciales, pero la existencia de núcleos tormentosos tan activos
es un fenómeno muy puntual, fruto del azar y que realmente sólo es detectable
cuando empieza a producir esas cortinas de lluvia que en el radar de AEMET
empiezan a marcarse en tonos amarillos y naranjas. Esas tormentas son muy
peligrosas, y muchas veces descargan con toda su virulencia y brusquedad en
zonas aisladas, que resultan muy afectadas por ellas, pero que sólo ocasionan
daño materiales y, en ausencia de testigos, un vacío de testimonios. Esta vez
la casualidad, maldita, ha querido que una de esas zonas activas de lluvia haya
descargado en la localidad mallorquina de Sant LLorenc, y el río local y los
cauces de la zona nada podían hace para evitar lo que se les ha venido encima.
Es conocido que el Mediterráneo en otoño muestra su cara más amarga, en forma
de riadas y fenómenos como este, que se dan tanto aquí como en zonas de
Francia, Italia y Grecia. El calor latente del mar tras los tórridos veranos y
el aire frío del otoño son la combinación ideal para que se den fenómenos como
las DANAS, “gotas frías” o sistemas tormentosos de elevadísima intensidad. Es algo
casi natural, con años de menor o mayor destrozo. El de este año es, ya ven,
muy grave.
Además
de las víctimas, inundaciones de este tipo, muy localizadas pero intensas,
generan enormes destrozos en las zonas afectadas, porque las riadas de barro y
despojos se lo llevan todo, destrozando edificios, infraestructuras, coches y
enseres. El número de afectados en la localidad mallorquina puede acabar siendo
un porcentaje muy elevado de la población total, y el balance económico
ascender a cifras de bastantes millones de euros. Pero eso, el balance, las
indemnizaciones y la reconstrucción, vendrán después (y deberán darse). Ahora
toca acceder al pueblo, cosa que parece aún imposible, desescombrar y tratar de
salvar la mayor cantidad de vidas posibles. Hoy es jornada de duro trabajo, muy
sucio. Ánimo y apoyo a todos los que, desde ayer, no cesan en el esfuerzo para
ayudar a los demás.
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