martes, octubre 16, 2018

Asesinato en la embajada saudí


A ver, seriéfilos del mundo, que os pegáis zampadas de capítulos a alta velocidad y simultaneando pantallas para poder seguir el ritmo de estrenos, novedades y comentarios que inundan las redes, os planteo un nuevo reto. ¿Cuál de las tramas que seguís posee un argumento con la truculencia, sordidez e intriga de lo que se está desarrollando ahora en el consulado de Arabia Saudí en Estambul? ¿Dónde en vuestros adorados malos de la pantalla se esconden asesinos de lujo árabe y descuartizadores profesionales de cadáveres que viven el día a día con pasaporte diplomático? ¿En cuál de esos guiones se puede llegar a una crisis global y a un disparo en el precio del petróleo por un cruel asesinato de un periodista que buscaba papeles para un divorcio?

Se pueden hacer chistes y bromas, pero la situación es de todo menos graciosa. Sea lo que sea que sucedió en el interior de ese consulado, se ha saldado con la muerte de un periodista opositor al régimen de los Saud, y eso no es sino un asesinato en territorio saudí perpetrado por miembros del régimen. Un crimen político que muestra hasta qué punto la dictadura saudí abre ligera y cosméticamente la mano, permitiendo cosas como la conducción por parte de las mujeres, pero a la vez mantiene un férreo puño cerrado con el que golpea a todo el que no se pliega a su visión teocrática, dictatorial y medieval de la vida. Sin embargo, queda la duda de si esta vez la dictadura regente en Riad ha calculado mal sus fuerzas y se ha pasado de frenada. La desaparición del periodista fue denunciada al cabo de un día por sus allegados, y los rumores de asesinato eran tan intensos al poco tiempo como imposibles de ocultar. Jamal Khashoggi colaboraba con el Washington Post, no era un mindundi de la profesión, y eso sin duda ha hecho que el ruido mediático de este caso sea mucho más elevado de lo habitual, a lo que hay que sumar el morbo por el suceso en sí y por detalles como la presunta descuartización del cadáver, que elevan la imaginación del personal y lo trasladan a mundos de ficción serializados. La polémica es muy intensa, y de ella no han podido huir los mandatarios aliados de Arabia Saudí, que son todos los que en el mundo existen salvo Irán y algunas ramas chiíes. Riad es la ciudad en la que, nos guste o no, se deciden los designios del petróleo, que alimenta nuestros coches en todas partes. Occidentales y orientales, cada cierto tiempo peregrinamos al país de los mil príncipes, quizás muchos más, para saber que esa especie de gasolinera global va a seguir de nuestro lado, controlando el flujo de extracción, los volúmenes del mercado e impidiendo que el barril escale más allá de valores insostenibles para el crecimiento económico global. Es así de crudo, literalmente hablando. La llegada de un nuevo príncipe casi al poder, el famoso MBS, alentó esperanzas en el mundo de que sería este el señalado para modernizar la economía y sociedad del reino. Hacer de Arabia Saudí un país que no sólo viva del monocultivo del crudo y que las libertades personales se abrieran paso entre las arenas, donde ahora yacen yermas, presas de la dictadura de los Saud y del rigorismo suní wahabí que controla el país. MBS ha tomado decisiones inauditas, como las enormes purgas entre su familia, tratando de desterrar la corrupción, o eso se nos ha contado, pero su política gestora del reino ha sido, como mínimo, errónea. Lo ha embarcado de pleno en la guerra del Yemen, una de las mayores tragedias que se viven en la actualidad, en la que los saudíes no logran vencer a los chiíes hutíes, pero sí están llevando a ese ya pobre país a la miseria más absoluta. En su lucha contra Irán, MBS ha perdido casi todos los frentes y la influencia regional de los persas ha crecido en todo su entorno de una manera que ha escapado a las previsiones de muchos. Desde que MBS “reina” sin estar nombrado, el poder de Arabia Saudí ha decrecido y su imagen, deteriorado.

Ahora, según algunos medios, y para salvar la imagen de este poderoso regente, los saudís pudieran otra por reconocer que Khashoggi murió en un interrogatorio en la embajada que salió mal. Curiosa forma de admitir la existencia de torturas generalizadas, que se achacan a elementos incontrolados de la seguridad interna, nada que ver con las autoridades del país. Una cortina de humo para encubrir el caso y acallar la polémica, pero que revela hasta qué punto es Arabia Saudí no ya un aliado incómodo, sino un problema global que existe gracias al parasitismo que provoca su recurso natural. No creo que haya valor para poner a Riad las sanciones que debieran ser obligadas, entre otras cosas por el miedo a su respuesta. De momento, los Saud nos siguen teniendo cogidos por los barriles de crudo. La tecnología que nos haga prescindir del petróleo es lo que acabará, antes o después, con su cruel régimen.

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