Tres
son los intereses económicos principales que nos unen a Arabia Saudí. Uno
de ellos, del que más se habla, es el mercado armamentístico, en el que
España se ha hecho un pequeño hueco en el creciente impulso comprador de armas
que experimenta Riad, tercer inversor mundial en ese campo. Los otros dos, de
los que se habla mucho menos, son las inversiones que los saudíes (y sus
naciones satélites del golfo) realizan en España, siendo la más visible por
tamaño la Torre Cepsa, la del arco de las cuatro, propiedad del gobierno de
Emiratos Árabes Unidos. La tercera, que nadie menciona, es el megacontrato de
construcción y explotación del Ave del desierto, entre Medina y La Meca, que
acaba de empezar a funcionar como tal.
Esto
es geopolítca, y lo demás son tonterías. Todo el mundo sabe cómo es la
monarquía saudí, como funciona, qué delitos comete y cuál es su grado de
impunidad. Todos somos conscientes de que los derechos humanos en ese país,
simplemente, no existen para muchos de sus residentes, y prácticamente para
ninguna de las mujeres que allí viven. Pero nos callamos por intereses económicos,
porque la vida es así de cruda y dura. No podemos prescindir de sus reservas de
petróleo y, asociadas, de capitales. Hace un siglo, antes de que el petróleo
condicionara la evolución económica y política del mundo, Arabia Saudí no
existía como tal, y eran apenas unas tribus de comerciantes las que vivían en
sus vastos y desérticos espacios. Está por ver si, en el futuro lejano, cuando
el petróleo sea algo mucho menos importante para nuestra economía, si no vuelve
a ser así aquel país y su decadencia no es inexorable. Para que eso suceda
debemos inventar y desarrollar tecnologías que arrinconen al petróleo y sus
derivados, que posean su impulso energético y que sean accesibles y limpias.
Esa es la manera de acabar con el poder de los saudíes y de otros sátrapas que
viven encima de las reservas de crudo, pero de mientras eso no suceda, usted,
yo y todo el mundo giramos la llave de contacto del coche y el arranque se
produce porque quema gasolina o diésel, y los aviones despegan porque queman
queroseno, y la industria química consume petróleo para muchísimos de sus
desarrollos. Ese es el poder de Arabia Saudí. Si España actúa de manera
unilateral y renuncia a los contratos con el reino y boicotea sus acciones, el
principal perjudicado seremos nosotros. Observaremos un coro de plañideras
internacionales compungidas ante el salvaje asesinato perpetrado en el
consulado de Estambul, pero bajo la mesa habrá codazos y carreras para hacerse
con los contratos que nosotros dejemos libres. Sólo una acción común, coordinada
y sostenida en el tiempo de los países de la UE, y a ser posible en unión con EEUU
y otras naciones, sería capaz de lograr que un cierto bloqueo económico
penalizase a la dictadura teocrática saudí, y aun así las posibilidades de que
eso se mantuviera en el tiempo son escasas, porque el riego de dinero saudí es
el mayor engrasador de voluntades, y tarde o temprano, atraído por el enorme
incentivo de ser el primero, algún país rompería ese supuesto acuerdo y ganaría
mucho por ello. Gobernar es, demasiadas veces, tomar decisiones que no gustan,
escoger entre lo malo y lo peor, saber que las acciones que tomas poseen males
objetivos, y pese a todo, tener la determinación para llevarlas adelante. Es el
crudo, nunca mejor dicho, mundo real. Dijo Kapuscinski que los cínicos no valían
para el oficio de periodista, pero para el de político, y más siendo
gobernante, el cinismo es condición necesaria para ejercer.
Y
es que, pongamos más cartas oscuras sobre la mesa, ¿cuál es la diferencia entre
Arabia Saudí y China? Que la segunda es mucho más poderosa que la primera.
Ambas son dictadura que oprimen, encarcelan, persiguen la disidencia y ejercen
un poder autoritario en el que la democracia y los derechos humanos son fantasías.
Eliminar el petróleo puede, como antes señalaba, debilitar el poder saudí, pero
el poder chino es ya omnímodo y va camino de ser la primera potencia global
¿Renunciamos a las relaciones económicas con China? ¿Boicoteamos Beijing? Más allá de la polémica de los
astilleros gaditanos y la cercanía de las elecciones andaluzas, debemos ser
conscientes de que política internacional y los intereses económicos son mundos
que, tristemente, apenas interseccionan con la ética. En ese conjunto vacío nos
movemos, nos guste o no.
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