jueves, octubre 25, 2018

Arabia Saudí es nefasta, China no es mucho mejor


Tres son los intereses económicos principales que nos unen a Arabia Saudí. Uno de ellos, del que más se habla, es el mercado armamentístico, en el que España se ha hecho un pequeño hueco en el creciente impulso comprador de armas que experimenta Riad, tercer inversor mundial en ese campo. Los otros dos, de los que se habla mucho menos, son las inversiones que los saudíes (y sus naciones satélites del golfo) realizan en España, siendo la más visible por tamaño la Torre Cepsa, la del arco de las cuatro, propiedad del gobierno de Emiratos Árabes Unidos. La tercera, que nadie menciona, es el megacontrato de construcción y explotación del Ave del desierto, entre Medina y La Meca, que acaba de empezar a funcionar como tal.

Esto es geopolítca, y lo demás son tonterías. Todo el mundo sabe cómo es la monarquía saudí, como funciona, qué delitos comete y cuál es su grado de impunidad. Todos somos conscientes de que los derechos humanos en ese país, simplemente, no existen para muchos de sus residentes, y prácticamente para ninguna de las mujeres que allí viven. Pero nos callamos por intereses económicos, porque la vida es así de cruda y dura. No podemos prescindir de sus reservas de petróleo y, asociadas, de capitales. Hace un siglo, antes de que el petróleo condicionara la evolución económica y política del mundo, Arabia Saudí no existía como tal, y eran apenas unas tribus de comerciantes las que vivían en sus vastos y desérticos espacios. Está por ver si, en el futuro lejano, cuando el petróleo sea algo mucho menos importante para nuestra economía, si no vuelve a ser así aquel país y su decadencia no es inexorable. Para que eso suceda debemos inventar y desarrollar tecnologías que arrinconen al petróleo y sus derivados, que posean su impulso energético y que sean accesibles y limpias. Esa es la manera de acabar con el poder de los saudíes y de otros sátrapas que viven encima de las reservas de crudo, pero de mientras eso no suceda, usted, yo y todo el mundo giramos la llave de contacto del coche y el arranque se produce porque quema gasolina o diésel, y los aviones despegan porque queman queroseno, y la industria química consume petróleo para muchísimos de sus desarrollos. Ese es el poder de Arabia Saudí. Si España actúa de manera unilateral y renuncia a los contratos con el reino y boicotea sus acciones, el principal perjudicado seremos nosotros. Observaremos un coro de plañideras internacionales compungidas ante el salvaje asesinato perpetrado en el consulado de Estambul, pero bajo la mesa habrá codazos y carreras para hacerse con los contratos que nosotros dejemos libres. Sólo una acción común, coordinada y sostenida en el tiempo de los países de la UE, y a ser posible en unión con EEUU y otras naciones, sería capaz de lograr que un cierto bloqueo económico penalizase a la dictadura teocrática saudí, y aun así las posibilidades de que eso se mantuviera en el tiempo son escasas, porque el riego de dinero saudí es el mayor engrasador de voluntades, y tarde o temprano, atraído por el enorme incentivo de ser el primero, algún país rompería ese supuesto acuerdo y ganaría mucho por ello. Gobernar es, demasiadas veces, tomar decisiones que no gustan, escoger entre lo malo y lo peor, saber que las acciones que tomas poseen males objetivos, y pese a todo, tener la determinación para llevarlas adelante. Es el crudo, nunca mejor dicho, mundo real. Dijo Kapuscinski que los cínicos no valían para el oficio de periodista, pero para el de político, y más siendo gobernante, el cinismo es condición necesaria para ejercer.

Y es que, pongamos más cartas oscuras sobre la mesa, ¿cuál es la diferencia entre Arabia Saudí y China? Que la segunda es mucho más poderosa que la primera. Ambas son dictadura que oprimen, encarcelan, persiguen la disidencia y ejercen un poder autoritario en el que la democracia y los derechos humanos son fantasías. Eliminar el petróleo puede, como antes señalaba, debilitar el poder saudí, pero el poder chino es ya omnímodo y va camino de ser la primera potencia global ¿Renunciamos a las relaciones económicas con China? ¿Boicoteamos  Beijing? Más allá de la polémica de los astilleros gaditanos y la cercanía de las elecciones andaluzas, debemos ser conscientes de que política internacional y los intereses económicos son mundos que, tristemente, apenas interseccionan con la ética. En ese conjunto vacío nos movemos, nos guste o no.

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