Uno
podría pasarse la vida saltando de elección en elección a lo largo del mundo,
siguiendo campañas electorales y viendo como los comicios, de todo tipo, se
suceden por el globo, constatando la feliz anomalía de que así sea. Hace
décadas el número de países democráticos era escaso, hoy es mayoritario. Eso
debe alegrarnos, pero no podemos perder la perspectiva de lo frágil que es la
democracia, y que si no se cuida con mimo y dedicación puede convertirse en una
meara apariencia, en una cita con las urnas periódica que refrenda un estilo de
gobierno antiliberal, en medio de una polarización social que busca alentar el
enfrentamiento. Debemos permanecer alertas.
Brasil,
que celebra este domingo la primera vuelta de sus presidenciales, es un buen
ejemplo de este proceso. En los últimos años su vida política se ha visto muy
alterada por el proceso de destitución de Dilma Rousseff, que tuvo lugar en
medio de intensas acusaciones de corrupción en su contra, y que también
afectaron a otros candidatos y al sustituto de Dilma, Michel Temer.
Posteriormente, y de cara a estas elecciones que se acercan, tuvo lugar la
condena por corrupción de Lula Da Silva, su encarcelamiento y, por tanto,
imposibilidad de concurrir a los comicios. En un arrebato populista mal
calculado, Lula trató de eludir la condena y de no plegarse a la cárcel, pero
finalmente, tras un pulso que tensionó al país hasta el extremo, ingreso en la
celda y desde ella verá el discurrir de las elecciones. Su partido, el de los
trabajadores, la izquierda clásica, ha tenido que escoger un candidato a toda
prisa para cubrir el hueco, y ha optado por Fernando Haddad, hombre de perfil
más gris, apenas conocido fuera de Brasil, tampoco en exceso allí, y que posee
un carácter mucho más suave y perfil técnico que sus antecesores Lula y
Rousseff. Haddad no lidera las encuestas, ya que ese puesto lo ocupa Jai
Bolsonaro, militar en la reserva que ha formado parte de muchas formaciones
políticas, de derechas en general, hasta encontrar a una que le acoja tal y
como se siente. Poseedor de un discurso directo, crudo, centrado en la
inmigración, el nacionalismo y la revisión positiva de oscuros momentos del
pasado brasileño, se le ha comparado desde muchas fuentes con Donald Trump, no
tanto por su aspecto como por lo duro de su mensaje, su abierta misoginia, el
total rechazo a la homosexualidad y las formas más propias de un hombre fuerte
autoritario que de un dirigente democrático. Apuñalado en un acto ante sus
seguidores hace unas semanas, y parece que plenamente recuperado, Bolsonaro
apenas ha podido participar en el final de la campaña pero las encuestas le
siguen dando una cómoda ventaja de cerca de diez puntos sobre Haddad. Sería una
enorme sorpresa que la segunda vuelta no se disputara entre estos dos hombres,
y a dia de hoy, por lo que he leído, y siendo bastante desconocedor de los
intríngulis de la política brasileña, parece más probable una victoria de
Bolsonaro en la elección final. Brasil afronta estas elecciones, muy
importantes, no sólo inmersa en el marasmo político antes comentado, sino en
medio de una crisis económica que se prolonga ya varios años y que ha frenado
en seco el crecimiento que vivió el país en años pretéritos. Calificado siempre
como potencia emergente (la B de BRIC era de Brasil) la nación carioca se ha
dado de bruces con problemas estructurales muy serios que siempre han estado
ahí. Excesiva dependencia de la exportación de materias primas, debilidad de su
moneda e inestabilidad cambiaria, enormes desigualdades en una población
creciente y que no logran ser cerradas, violencia urbana, con tasas de
asesinatos en las grandes urbes que ponen los pelos de punta, etc. Durante los
años de crecimiento de Lula algunas de estas taras pudieron ser paliadas, pero
la crisis actual las ha agudizado, y Bolsonaro ha sido el más hábil para pescar
votos en ese río revuelto.
Las
empresas españolas han invertido mucho dinero estos años en Brasil, que se ha
convertido para algunas de ellas en mercado estratégico de primer nivel.
Santander y Telefónica encabezan ese grupo inversor, y los vaivenes, más bien
bajones, que ha experimentado el real brasileño en los últimos tiempos han
afectado a sus cuentas, cotizaciones y perspectivas futuras. El resultado
electoral se espera con interés y angustia en las sedes de esas empresas, y en
las economías y cancillerías de medio mundo. Brasil necesita sosiego, cabeza fría,
reformas estructurales, un crecimiento económico sólido y un acuerdo social
para calmar el ambiente y permitir que las desigualdades que lo asolan puedan
ser paliadas. ¿Será algo de todo eso el fruto de estos comicios? No lo se, lo
dudo, pero mantengo la esperanza en que el país logre avanzar.
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