La
ley de la inversa del cuadrado de la distancia, que determina la influencia
gravitatoria, también es igualmente efectiva en lo que hace a las noticias. Lo
que se encuentra a una distancia lejana, física o emocional, apenas resuena,
aunque lo que allí suceda sea impactante o muy relevante. Es natural, nos
afecta lo próximo, lo que ocurre en nuestro pueblo o en el de al lado, o en
Manhattan, que es la capital virtual de todos nosotros, pero lugares del mundo
con los que no tenemos conexión pasan desapercibidos y, en la práctica, es como
si no existieran. Sin lugar a dudas Indonesia es uno de esos países de los que,
casi nada, sabemos, y nos da un poco igual.
Allí
la naturaleza, que le ha ofrecido un paisaje y espectáculo constante, ha vuelto
a golpear con crueldad, y un tsunami, fruto de un terremoto sucedido en el mar
que baña algunas de las islas del archipiélago, ha arrasado las costas de
algunas de estas islas como ya lo hizo hace algunos años en gran parte de la
costa del sudeste asiático. Las islas Célebes han sido en este caso las más
afectadas, registrándose en ellas enormes daños materiales y víctimas, muchas
víctimas, cuyo número será muy difícil de precisar, dadas las dimensiones de la
catástrofe, la extensión de la zona afectada y el estado en el que han quedado
muchas zonas. Las
imágenes por satélite muestran el rastro de la ola, con perspectivas de antes y
después, en las que se aprecia como una especie de rastrillo, o manguerazo,
de dimensiones bíblicas, ha pasado por algunas de esas localidades,
convirtiendo las calles en lodazales, haciendo que muchas de estas pierdan sus
formas, reventando la trama urbana al llevarse por delante manzanas enteras y
dejando heridas sobre el terreno que recuerdan a pieles humanas tras haber sido
arrastradas por el asfalto, llenas ahora de postillas, manchas de sangre y
poseedoras de informa aspecto. El recuento de víctimas es lento, pero no cesa.
Comenzó como suele ser habitual en estos casos, con pocas decenas, en medio de
las primeras imágenes de testigos que, presumiblemente, se salvaron del
desastre, pero a medida que pasan los días y equipos de rescate logran llegar a
las zonas afectadas, donde las comunicaciones de todo tipo se han convertido en
algo del estilo medieval, las cifras de muertos y desaparecidos crecen,
Colegios y mezquitas destruidas esconden en su interior decenas de cuerpos que
son sacados poco a poco, muchos lugares, sepultados en barro, probablemente
sean fosas encubiertas en las que se hacinan cuerpos de quienes en su momento
allí vivían y fueron sorprendidos por el alud y nada pudieron hacer para
escapar. El balance provisional ha superado ya los mil muertos, pero serán más,
muchos más, sin duda. Quizás nunca sepamos cuantos ni les logremos poner cara,
rostros que se nos harán ajenos, nada familiares. Los periodistas han empezado
a llegar a la zona y tratan de relatar el estado en el que ha quedado un lugar
en el que las imágenes originales nada nos dicen y el trabajo, arduo, de los
equipos de salvamento, cuyos esfuerzos y entrega sí que nos son familiares a
todos, porque se repiten en todas las tragedias, las más cercanas y las más
lejanas. En estos casos el periodismo de testimonio se topa con la indiferencia
del espectador, que no logra empatizar con algo que ha sucedido en un lugar tan
remoto y ajeno, y son las imágenes de supervivientes, sus miradas perdidas en
el horizonte y la angustia ante un futuro en el que ya nada tienen lo que más
nos puede conmover, porque todos hemos experimentado ese sentimiento alguna vez
o lo hemos visto en desastres cercanos. A miles de kilómetros de aquí prosigue
la tragedia, que si hubiera tenido una centésima parte de su magnitud y se
hubiera producido en nuestro contexto, llenaría portadas y especiales
informativos.
Indonesia
es un país de más de bastante más doscientos millones de habitantes, algo así
como tres veces Alemania o seis Españas. Es el país de población musulmana más
poblado del mundo. Su capital, Yakarta, es una megalópolis que supera la decena
de millón de habitantes y, creo, se hunde poco a poco en el terreno en el que
se asienta por el sobrepeso de edificios y habitantes. Poco de lo que sucede en
aquel enorme y económicamente pujante país llega hasta nosotros, salvo
desastres naturales y algunos aspectos de su régimen político, que se
democratiza poco a poco. Tiene más de diecisiete mil islas, y en algunas de
ellas se ha dado el desastre. ¿Cuánto tardará la noticia en desaparecer de
nuestras portadas y pantallas? Me temo que poco.
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