miércoles, octubre 03, 2018

Otra vez, tsunami en Indonesia


La ley de la inversa del cuadrado de la distancia, que determina la influencia gravitatoria, también es igualmente efectiva en lo que hace a las noticias. Lo que se encuentra a una distancia lejana, física o emocional, apenas resuena, aunque lo que allí suceda sea impactante o muy relevante. Es natural, nos afecta lo próximo, lo que ocurre en nuestro pueblo o en el de al lado, o en Manhattan, que es la capital virtual de todos nosotros, pero lugares del mundo con los que no tenemos conexión pasan desapercibidos y, en la práctica, es como si no existieran. Sin lugar a dudas Indonesia es uno de esos países de los que, casi nada, sabemos, y nos da un poco igual.

Allí la naturaleza, que le ha ofrecido un paisaje y espectáculo constante, ha vuelto a golpear con crueldad, y un tsunami, fruto de un terremoto sucedido en el mar que baña algunas de las islas del archipiélago, ha arrasado las costas de algunas de estas islas como ya lo hizo hace algunos años en gran parte de la costa del sudeste asiático. Las islas Célebes han sido en este caso las más afectadas, registrándose en ellas enormes daños materiales y víctimas, muchas víctimas, cuyo número será muy difícil de precisar, dadas las dimensiones de la catástrofe, la extensión de la zona afectada y el estado en el que han quedado muchas zonas. Las imágenes por satélite muestran el rastro de la ola, con perspectivas de antes y después, en las que se aprecia como una especie de rastrillo, o manguerazo, de dimensiones bíblicas, ha pasado por algunas de esas localidades, convirtiendo las calles en lodazales, haciendo que muchas de estas pierdan sus formas, reventando la trama urbana al llevarse por delante manzanas enteras y dejando heridas sobre el terreno que recuerdan a pieles humanas tras haber sido arrastradas por el asfalto, llenas ahora de postillas, manchas de sangre y poseedoras de informa aspecto. El recuento de víctimas es lento, pero no cesa. Comenzó como suele ser habitual en estos casos, con pocas decenas, en medio de las primeras imágenes de testigos que, presumiblemente, se salvaron del desastre, pero a medida que pasan los días y equipos de rescate logran llegar a las zonas afectadas, donde las comunicaciones de todo tipo se han convertido en algo del estilo medieval, las cifras de muertos y desaparecidos crecen, Colegios y mezquitas destruidas esconden en su interior decenas de cuerpos que son sacados poco a poco, muchos lugares, sepultados en barro, probablemente sean fosas encubiertas en las que se hacinan cuerpos de quienes en su momento allí vivían y fueron sorprendidos por el alud y nada pudieron hacer para escapar. El balance provisional ha superado ya los mil muertos, pero serán más, muchos más, sin duda. Quizás nunca sepamos cuantos ni les logremos poner cara, rostros que se nos harán ajenos, nada familiares. Los periodistas han empezado a llegar a la zona y tratan de relatar el estado en el que ha quedado un lugar en el que las imágenes originales nada nos dicen y el trabajo, arduo, de los equipos de salvamento, cuyos esfuerzos y entrega sí que nos son familiares a todos, porque se repiten en todas las tragedias, las más cercanas y las más lejanas. En estos casos el periodismo de testimonio se topa con la indiferencia del espectador, que no logra empatizar con algo que ha sucedido en un lugar tan remoto y ajeno, y son las imágenes de supervivientes, sus miradas perdidas en el horizonte y la angustia ante un futuro en el que ya nada tienen lo que más nos puede conmover, porque todos hemos experimentado ese sentimiento alguna vez o lo hemos visto en desastres cercanos. A miles de kilómetros de aquí prosigue la tragedia, que si hubiera tenido una centésima parte de su magnitud y se hubiera producido en nuestro contexto, llenaría portadas y especiales informativos.

Indonesia es un país de más de bastante más doscientos millones de habitantes, algo así como tres veces Alemania o seis Españas. Es el país de población musulmana más poblado del mundo. Su capital, Yakarta, es una megalópolis que supera la decena de millón de habitantes y, creo, se hunde poco a poco en el terreno en el que se asienta por el sobrepeso de edificios y habitantes. Poco de lo que sucede en aquel enorme y económicamente pujante país llega hasta nosotros, salvo desastres naturales y algunos aspectos de su régimen político, que se democratiza poco a poco. Tiene más de diecisiete mil islas, y en algunas de ellas se ha dado el desastre. ¿Cuánto tardará la noticia en desaparecer de nuestras portadas y pantallas? Me temo que poco.

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