Al
menos se puede uno consolar pensando que la cumbre de ayer en Bruselas no fue
tan desastrosa como la Salzburgo de hace unas semanas. En aquel encuentro se
evidenció un enfrentamiento claro entre Reino Unido y la UE, con unas formas en
las que Theresa May pudo afirmar sentirse acorralada por sus presuntos socios,
en una escena que, recordando al clásico que se desarrolla en la zona, no tenía
ninguna sonrisas e invitaba a las lágrimas. ¿Fue aquello una pose orquestada
para aumentar la presión al gobierno de Londres para evitar la ruptura
completa? ¿Se tensó la cuerda más de lo debido para obtener, es el caso de hoy,
un encuentro más amable? No lo se, pero
la sensación que da la cumbre de Bruselas es de impasse, espera.
El
Brexit es un mal negocio para todas las partes, y eso lo sabemos todos, aunque
algunos lo disimulen más o menos. La diferencia real ente que se produzca un
acuerdo, Brexit suave, o una ruptura brusca, Brexit duro, está en cuánto daño
nos queremos hacer a nosotros mismos y a nuestra contraparte, de eso es de lo
que se está negociando. Y obviamente, a un europeísta convencido como yo, a
alguien que cree que la única solución para nuestros problemas comunes es
unirnos, y la única forma de prosperar en un mundo global y lleno de gigantes
es aunar fuerzas, todo esto sólo le genera tristeza y melancolía. El tiro en el
pie que se dieron los británicos en el populista (y quizás amañado) referéndum
de hace dos años, y de rebote el tiro en la pierna que nos dieron al resto,
supuso la plasmación de que los fantasmas del pasado siguen ahí, y que Europa
debe luchar contra un fuerte movimiento a la contra que no desea ni unión ni
integración. El problema de la frontera irlandesa, uno de los principales
escollos para el acuerdo, así lo muestra. Si Reino Unido sale de la UE
aparecerá una frontera física en la isla de Irlanda y se despertarán fantasmas
del pasado, de enfrentamiento y guerra. Si esa frontera no existe y Reino Unido
permanece en el mercado único a su salida de la UE no podrá controlar, entre
otras cosas, la inmigración, que fue lo que sirvió de exaltado argumento a los
partidarios del referéndum, y si son sólo Inglaterra, Gales y Escocia las que
quedan fuera de ese mercado único se producirá, de facto, una partición de Reino
Unido al poseer Irlanda del norte de un estatus diferente. Ven que en esta
discusión hablamos mucho de mercado único, dinero e intercambio, pero el
problema que subyace de fondo es el de soberanía, nacionalidad, integridad
territorial. Algo tan viejo como el comer y que está en la base de todas las
guerras que en Europa han sido. ¿Hasta qué punto Reino Unido es capaz de
renunciar a algo en esos temas a cambio de un acuerdo suave? ¿Cuánto daño puede
soportar en su integridad, física o emocional, para no verse envuelto en un
marasmo económico que le puede causar enormes pérdidas? ¿Puede la UE sostener
una posición de fuerza en este tema durante mucho tiempo, a sabiendas de que la
inestabilidad puede afectar a Irlanda, miembro del club? Desde un principio se
vio al tema norirlandés como un problema muy serio en todas las negociaciones,
y las derivadas que de él podrían surgir respecto a Escocia, que mira todo con
atención y con no disimuladas ganas de pegar un puñetazo en la mesa y largarse
del Reino Unido cuanto más duro sea el acuerdo de salida. Desde el momento en
el que la integridad territorial de un país se pone en entredicho empiezan a
surgir fuerzas subterráneas, atávicas, que crecen bajo nuestros pies y almas y
que lo alteran todo, y una vez que han aflorado a la superficie son muy
peligrosas de domesticar, y difíciles de encauzar. Los duros del Brexit poseen
una soflama en reino Unido muy coherente, compacta y rocosa, y va a ser muy difícil,
para los partidarios de la salida negociada, imponerse a sus posturas. Por
eso la idea de prolongar el tiempo de negociación, que no es la peor posible,
muestra una situación de atasco que tampoco es buena para nadie.
La
mejor solución, quizás utópica, sería que la revuelta en el Reino Unido la
ganasen los partidarios de una segunda consulta que revirtiera la primera, de
tal manera que el Brexit se acabase convirtiendo en una maldita pesadilla de
breve recorrido y aciago recuerdo. ¿Es posible? Sí, pero no probable. Muchos
son los partidarios de una segunda votación, y puede que la ganaran, pero sus argumentos
están divididos y dispersos frente a la rocosidad del ala dura de la separación.
Lo cierto es que ahora mismo el Reino (des)Unido se encuentra sumido en un marasmo
político y social de primer orden debido a este proceso, y el daño que sufre, y
sufrimos, por la fuerza que lograron los falaces populistas hace un par de
años, es enorme, estéril y vano. Como para no sentir melancolía ante todo esto.
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