Ha sido este un puente largo en España de cumbres globales internacionales, de cuyo desarrollo se ha hablado bastante en los medios y con conclusiones más voluntaristas que efectivas. Esa imagen de los miembros del G20 que asistieron al encuentro de Roma (también es noticioso quienes no lo hicieron) echando la moneda como turistas en la Fontana di Trevi demuestra hasta qué punto se fía a la suerte la gobernanza global en el actual escenario de desunión y lo poco que las decisiones de este foro son capaces de aportar. Y, ya puestos, tras escenas como estas, ¿qué líder mundial va a satanizar el turismo masivo que, tras la pandemia, volverá a llenar los escenarios mundiales, entre ellos, esa espectacular fuente?.
Tras el G20 de Roma ha comenzado la cumbre del clima de Glasgow, la llamada COP 26, cuyas emisiones de CO2 podrán seguramente medirse en muchas toneladas, entre otras las dejadas por los cientos de vuelos privados de autoridades y millonarios que a esa ciudad escocesa han viajado para vender su mensaje. No me entiendan mal, el cambio climático es cierto, existe, y su vinculación al comportamiento humano es obvia. Es imposible que no genere efectos en el planeta la actividad de algo más de siete mil millones de personas, que producen, consumen, viven, desperdician, se reproducen, disfrutan y mueren sobre su superficie. Los ecosistemas naturales, todos ellos relacionados entre sí, se modifican unos a otros y dependen de lo que pasa en la totalidad de sus espacios, y la presencia humana es distorsionante respecto a todo lo que hubiera. El negacionismo climático es absurdo y tonto, pero el planteamiento ecologista que domina este tipo de reuniones es totalmente erróneo. El mensaje que se repite sin cesar es el de que “estamos destruyendo el planeta” algo completamente imposible aunque nos empeñemos, y que demuestra, por parte de quien lo dice, una soberbia tan absoluta como inculta. Lo más parecido a esa “destrucción del planeta” que se menciona sería una guerra nuclear, y en ese caso conseguiríamos, prácticamente, destruir por completo nuestro hábitat, es decir, destruirnos a nosotros mismos, pero el planeta no se iba a enterar de mucho. La miserable existencia de quienes sobrevivieran a esa hecatombe sería suplida por una naturaleza que se regeneraría en décadas, siglos, alcanzando un nuevo equilibrio. Hace cientos de miles de años los humanos apenas existíamos en La Tierra, veremos a ver si estamos aquí dentro de unos pocos miles, así que para la historia natural del planeta, que se mide en millones de años, nosotros somos una mota de polvo en el camino. El cambio climático que estamos provocando perjudica, sobre todo, a nosotros mismos, porque nos priva de recursos y de ecosistemas en los que poder vivir, y hace que los principales perjudicados del mismo seamos nosotros, las personas, no el planeta, que ni siente ni padece. Convertir a la ecología en una religión en la que la naturaleza es una diosa no es sino una vuelta al chamanismo de épocas arcaicas y no supone solución alguna a ninguno de nuestros problemas. Si el nivel del mar se eleva algunos metros producto del deshielo que se origina por el incremento de las temperaturas algunos deltas y espacios naturales se verán perjudicados, sí, otros no, incluso puede que mejoren, pero es seguro que los millones de personas que viven en zonas inundables van a salir perjudicas. No todas ellas, pero sí muchas, son pobres, factor que en este asunto es mucho más importante de lo que parece (a ver si otro día puede desarrollar este tema) y su modo de vida, su lugar de residencia y otros aspectos básicos serán los que sean arrasados en caso de un mar creciente. No, no vamos a destruir un planeta, sólo Darth Vader y su estrella de la muerte son capaces de ello, y pese a que a más de uno de nuestros (no) líderes les gustase tener un juguete así, afortunadamente no disponen de él.
El problema climático, la contaminación, las muertes que directamente genera la polución, el destrozo de ecosistemas y recursos, es un problema global, y requiere soluciones globales. Si yo dejo de emitir contaminantes me beneficio a mi y al resto del mundo. Si en Nigeria se emiten contaminantes se perjudican los nigerianos y el resto del mundo. Es así de sencillo y, a la vez, complicado, porque lo que sí que cada vez está más claro es que la dimensión de la actividad humana, en este y otros aspectos, ya funciona de manera global, pero la gobernanza y gestión de estos problemas sigue anclada en visiones del siglo XIX. Así poco vamos a poder arreglar.
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