¿Y si el volcán de La Palma sigue meses y meses en funcionamiento? Es posible que la semana que viene se acabe su erupción, y también que el verano que viene lo sigamos viendo expulsar lava y cenizas sin cesar. No hay manera de saberlo, de asignar probabilidades a esos hechos, porque es imposible saber la cantidad de magma que espera bajo la superficie para salir, de las fuerzas que lo están presionando, de, en definitiva, de todo lo que sucede bajo nuestros pies en las proximidades de una brecha eruptiva que ya está formando todo un cono y que sigue creciendo, convirtiéndose cada día que pasa en una montaña más y más grande. Cuanto más dure la erupción, más inmensa será esa mole que no deja de aumentar.
Ya se ha comentado varias veces que la media de duración de las erupciones en La Palma oscila entre los veinte pocos y los setenta días, en lo que hace a los registros históricos que tenemos, que se remontan a algunos siglos atrás. De momento podemos decir que no va a ser la erupción más corta, y que cada día que pasa se acerca a la media conocida, pero eso no nos sirve de nada. El destrozo que esta está produciendo es bastante mayor que la del Teneguía, que tuvo lugar hace unos cincuenta años, tanto por el mayor volumen de magma emitido como porque ahora en la isla hay muchas más edificaciones y plantaciones que entonces, por lo que, aunque la erupción hubiera sido similar, que no lo es, sus efectos económicos también habrían sido superiores. A los vecinos de las zonas afectadas, cada vez más a medida que los destrozos se extienden, se les han prometido ayudas y opciones futuras para reconstruir viviendas y vidas, pero el hecho de que la erupción no cese dificulta todo el proceso práctico de vuelta a la normalidad. Es sencillo realizar ingresos económicos en una cuenta que, como ayudas públicas, permitan a esas personas mantener un nivel de vida, pero ¿cómo plantearse la idea de hacer una nueva casa si no se sabe cuál será finalmente el terreno útil de la isla?. Ya son más de novecientas hectáreas las que han quedado cubiertas por decenas de metros de lava y que son completamente inútiles de aquí a bastantes años, en las que no se va a poder edificar nada ni, a corto plazo, utilizar para asentar sobre ellas suelo cultivable. La incierta duración de todo este episodio está poniendo a prueba la paciencia y aguante de vecinos, personal de apoyo y, en general, de todos aquellos que tengan vínculos con la isla. Frente a una catástrofe de impacto, que en unas horas arrasa y desaparece, como puede ser una riada o, si me apuran, hasta un terremoto, asistimos a un desastre en continuo, que no cesa, que no pega un puñetazo a los ciudadanos de la isla y les deja noqueados para desaparecer, no, sino que los tiene asidos por el cuello, les deja respirar pero no para de ahogarlos, y sigue apretando día y noche, sin cesar, emitiendo y creando un ruido constante, bronco. Los terremotos asociados al fenómeno se suceden y cada vez tienen una intensidad mayor, y eso hace que sean sentidos crecientemente en toda la isla, y en las vecinas, por lo que la desgracia absoluta que viven los que residían en el flanco suroeste de La Palma se convierte en inquietud general para todos los que se encuentran en el recinto de la isla, que es un lugar acotado, con frontera, que se acaba en el agua, que ofrece posibilidades restringidas de refugio y que, frente a la masa continental, supone un límite a las posibilidades físicas y mentales de huira. La isla es el mundo para la mente de los que lo habitan, su espacio, y ahora ese espacio se enfrenta a una amenaza cierta pero de dimensión indefinida, que hace mes y medio ni era imaginada y que ahora es una certeza peligrosa. Los que habitan esas tierras saben que han hecho una especie de apuesta con la naturaleza, en la confianza de que los volcanes que han creado su lugar de residencia y trabajo se comporten y, en el tiempo de la generación vital de cada uno, permitan que la vida se desarrolle sin problemas. Ese pacto, si así queremos llamarlo, lleva en vigor varios siglos, y seguirá en el futuro, pero ahora mismo se contempla como un papel mojado, a expensas de un violento volcán impredecible.
Este próximo lunes, Todos Los Santos, festivo, los habitantes de Las Manchas tendrán en su mente, como muchos de nosotros, a sus seres queridos, que ya no están entre ellos, pero a diferencia de todos los demás, no podrán visitarlos, porque el cementerio de la localidad está rodeado de lava y es completamente inaccesible. De momento no ha sido cubierto por ella, pero el riesgo de que eso suceda es cierto. En la pandemia no pudimos acudir a los cementerios, como otra de las miles de cosas imposibles, y fue doloroso. Imagine que el lugar en el que reposan los suyos es aplastado por una lengua de lava para siempre. Esa es la tragedia que se vive en La Palma día a día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario