Ayer, a media mañana, PSOE y PP anunciaron un acuerdo para renovar varias instituciones que llevaban tiempo prorrogando más allá de lo establecido el mandato de sus componentes. Son cuatro; Tribunal de Cuentas, Agencia de Protección de Datos, Defensor del Pueblo y Tribunal Constitucional. ¿Es esta la mejor manera de renovarlas? No, porque no es sino un cambio de cromos entre dos partidos en un terreno de juego, el institucional, que lo es de todos, pero dado cómo funcionan las cosas en este país y lo difícil, imposible, que es que lleguemos a tener un certero sentido de estado creo que este acuerdo es la mejor de las opciones posibles. Vivimos en un mundo de realidades, demasiadas veces desagradables, no de deseos.
Lo más divertido del acuerdo ha sido ver cómo los pelotas de ambos partidos, especialmente periodistas que van de independientes, han quedado con las vergüenzas al aire cuando ayer se anunció este compromiso entre partidos. El día anterior, cuando saltó el ofrecimiento de Pablo casado de sentarse para negociar, afectos de ambos partidos se lanzaron a la yugular de la propuesta, tachándola de todo menos bonita. Imagino al periodista de toda la vida que es más socialista que escritor, que aspira a un cargo en el partido y, sobre todo, un sueldo público que le saque de la incertidumbre del medio para el que trabaja, acusando el jueves por la tarde a Casado de tramposo, de falso, de ofrecer un acuerdo que es imposible, de usar una pose para aparentar espíritu constructivo pero, en el fondo, ser el inmovilista reaccionario de siempre. Suelta y suelta tuits el periodista, llamémoslo así, afecto al sanchismo más profundo, imaginándose la llamada futura de alguien de Ferraz que se lo agradezca y le premie. Trabajo intenso el de ayer, en la esperanza de buena recompensa. Ayer llega la llamada de Ferraz, ilusión extrema, y el interlocutor le dice que “habemus pacto” con el PP, y que todo correcto, y que ahora le toca defender ese acuerdo. Y el afecto sanchista se queda con la cara de un perfecto gilipollas y se da cuenta que no sabe ni borrar tuits, ni tiene tiempo para ello. Una situación similar vivió, en las mismas horas, el periodista que se tacha de liberal y moderno, que defiende la economía de mercado por encima de todo y la iniciativa privada hasta el más allá, pero que trata día tras día de hacer la pelota a los cuadros dirigentes del PP para ver si le colocan con un puesto público y así obtiene unos ingresos seguros y trabajando algo menos, porque para la gran empresa de medios para la que escribe, al dictado del mercado, la nómina es escasa y quién sabe si seguirá ahí el mes que viene. Vio el anuncio de conversaciones y, acto seguido, empezó a despotricar algo contra Casado, acusándole de blandengue, pero sobre todo contra Sánchez, que otra vez va a engañar al PP y a la democracia con un paripé de encuentros que se saldará con el fracaso, orquestado desde la Moncloa por los oscuros gurús que allí residen. Venga soltar tuits ruidosos contra las terminales mediáticas del gobierno y, también, contra todos sus afectos, responsables de la interinidad institucional y de la no renovación de vitales órganos constitucionales. Qué día más intenso para el aguerrido periodista liberal, seguro que se verá recompensado en el futuro con un cargo adecuado, y su reluciente nómina. Ayer llega la llamada de Génova, ilusión extrema, y el interlocutor le dice que “habemus pacto” con el PSOE, y que todo correcto, y que ahora le toca defender ese acuerdo. Y el aguerrido propagandista propepero se siente estafado, y le toca desdecirse de todo lo que lleva escrito desde hace algo más de veinticuatro horas, y no sabe no ya eliminar tuits, sino cómo esconderse. Noche de pesadilla que habrá pasado para redactar su artículo de hoy. Y ya es mediados de mes y la gasolina sube mucho más que sus ingresos.
Cuando ayer Félix Bolaños, el ministro conseguidor de Sánchez, anunció que el pacto alcanzado se basaba en acuerdos ya perfilados en parte en febrero, a más de un afecto a cada uno de los partidos la cara de gilipollas se le debió quedar para inmortalizarla para siempre en un lienzo tamaño Las Meninas. Seguro que los dos protagonistas de nuestro relato de hoy (varios encajan en esa descripción) se han jurado a sí mismos no volver a caer en semejante trampa y, desde hoy, tratar de ser periodistas y no vulgares pelotas del partido de sus amores, pero al poco de despertarse habrán entrado en las redes sociales, habrán visto la última y artificial bronca organizad por la tontería del día, y ahí que se habrán lanzado a tuitear como posesos por los suyos. Si es que son como niños, no aprenden.
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