Poca cosa significativa me ha pasado estos días de ocio para ser narrada. Lo más relevante ha sido la visita a una tía mía, FAO, que se recupera en casa de una fractura producto de una caída, y con ello volver a constatar qué frágiles nos volvemos con la edad y, parafraseando a Muñoz Molina, cómo todo lo que era sólido deviene en rotura y daño. Días tranquilos, soleados, de frío intenso por las mañanas y cielos serenos, con la sensación de que los turistas que se veían por la calle no compensaban a la cantidad de gente que se ha marchado a pasar el primer puente festivo fuera de sus casas, aprovechando el buen tiempo generalizado y el levantamiento de las restricciones sanitarias.
Y es que lo más relevante de estos días ha sido la normalidad en la que se han desarrollado, normalidad de la buena, de la conocida, de la de antes del coronavirus, no una normalidad nueva, que además de oxímoron es imposible. En el apartado que los informativos dedicaban al puente la crónica era la del llenazo en las zonas de ocio y los atascos en las operaciones salida y retorno, y a uno le daba la sensación de volver a finales de 2019, antes del que el maldito virus llegase a nuestras vidas y las trastocase, porque todo era como antes. Paseos marítimos atestados, terrazas en las que no cabía nadie, excursiones por doquier, baja entrada en los arenales de las playas, dadas las fechas a las que nos encontramos y, en general, una sensación de libertad recuperada que se intuía en el rostro de casi todos los que, fugazmente, eran captados por las cámaras de televisión. En la mayoría de las regiones han decaído ya todas las restricciones de aforo y horario, de tal manera que el funcionamiento de todos los sectores vuelve a ser como antes. Sólo la mascarilla, obligatoria en interiores, nos recuerda que estamos aún en presencia de un virus mortífero, pero apenas hay otros signos que nos indiquen lo que hemos pasado hace apenas meses. A pesar del disparo en los precios de la energía y de otros productos, que a buen seguro todos los conductores han notado al repostar su vehículo, el aire de despreocupación y disfrute de estos días ha sido generalizado y seguramente se ha notado en la cuenta de resultados de los diversos negocios, que habrán visto hacer su particular miniagosto en este puente de octubre. En las zonas de turismo intenso sigue faltando la afluencia masiva del turista extranjero, dado que los vuelos aún no son lo que son y ciertos destinos de procedencia, como los asiáticos o norteamericanos, aún no emiten prácticamente nada de viajeros. La presencia de europeos va poco a poco en aumento y es probable que ciertos destinos, como las islas, alcancen en este otoño invierno registros de llegadas muy similares a los que solían darse antes de la pesadilla, contribuyendo a que sus economías, completamente dependientes de este sector, se recuperen, tras haber sido las más afectadas por la debacle de 2020. Este puente, habrá supuesto, sin duda, el cambio de rumbo de los negocios ligados al ocio y la hostelería, que por fin han visto como todos los límites que se les habían impuesto se levantan, y nada frena sus posibilidades de facturación más allá del deseo de la demanda, como antes pasaba. Tras esta vuelta a la normalidad se abre el debate de qué hacer con las terrazas extendidas que han proliferado por muchas ciudades, como medida de alivio ante el obligado cierre de los interiores. Las protestas vecinales crecen en los entornos que se han convertido en zonas de ocio descontroladas y los usuarios de las plazas de aparcamiento eliminadas con ese motivo se desesperan cada vez más al no poder usarlas. Este debate es, otra vez, la muestra de que lo excepcional va quedando atrás.
La pregunta que uno se puede hacer ante este panorama es el por qué vivimos como si el virus no existiera, dado que aún se registran contagios y se generan problemas sanitarios. La respuesta es una y sólo una, y se llama vacunación. La eficacia enorme de las vacunas desarrolladas ante el Covid y los muy altos niveles de inmunización alcanzados en nuestro país, estamos cerca del 80% de la población con la pauta completa inyectada, han hecho que el virus pierda la batalla, sea derrotado, y los positivos, pocos, tengan una enorme probabilidad de no hospitalizar y, ni les digo, de fallecer. Cuando se junten en las terrazas y brinden, no se olviden de hacerlo por las cuatro salvadoras de nuestra vida y sociedad: Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen. A ellas se lo debemos todo.
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