Contenedores apilados en torres que se suceden, creando un skyline cúbico y frondoso, con vistas a la bocana de un puerto que aparece repleto de barcos mercantes enormes, con idénticas montañas de contenedores desbordando sus cubiertas, cuales músculos hormonados de un culturista. Gruistas del puerto que mueven las cajas con gracilidad desde sus enormes estructuras, que manejan con tanta delicadeza como fuerza exhiben en su izado y descenso, camiones que esperan junto a esas moles elevadoras, muchos, muchísimos, pero no tantos como serán necesarios, que cargan los contenedores al máximo ritmo al que la infraestructura y el número de empleados son capaces de llevar a cabo, pero que no dan abasto ante lo que ven.
Escenas como esta se repiten cada día, desde hace meses, en todos los grandes puertos del mundo, que contemplan con preocupación cómo la logística global sigue sumida en un caos absoluto y que ellos, que son uno de los nodos fundamentales en todo ese entramado, lo sufren como los que más. El disparo de la demanda producto de la vuelta a la normalidad tras el encierro pandémico en occidente, el ahorro embalsado durante meses de vida en el hogar que no se ha podido gastar y el deseo de recuperar alegrías pasadas se ha convertido en una demanda de fuerza desatada que, en cuanto ha podido, se ha lanzado a comprar todo lo que se le había ocurrido que podría necesitar en los meses de aburrimiento. Esto ha tensionado todas las cadenas productivas y comerciales, y empezó generando incrementos de precios en los productos importados, en la energía y en los sistemas de transporte. A medida que la demanda ha ido creciendo y creciendo estos tres factores se han combinado para que los productos que llegan al consumidor lo hagan con una frecuencia cada vez menor, con unos plazos de entrega crecientes y unos precios que no dejan de subir. Ahora mismos son varios los sectores que están colapsados, que no son capaces de atender la demanda y racionan productos, y eso supone que, en un mundo de elementos complejos en el que un artículo supone la unión de numerosos productores y elementos de todo el mundo, el que uno de ellos falle puede suponer que todo el artículo sea el que se quede en espera. El caso de los coches con la escasez de semiconductores es el más obvio, comentado y de efecto más fácil de ver, más que nada porque los coches son más grandes que otras cosas, pero lo cierto es que si uno se da una vuelta por las noticias encuentra problemas similares en todos los sectores. Ayer se comentaba que puede haber restricciones en el abastecimiento de vinos y licores, no porque no haya producto destilado tras la cosecha, no, sino por la falta de botellas de vidrio. El mineral del que se extrae o recicla se ha encarecido, la demanda ha subido, y las plantas que lo funden y crean las botellas recortan producción por el disparo de la electricidad y el gas, de los que son usuarios intensivos. ¿Consecuencias? Menos botellas para todas las empresas que las demandan, restricción a la compra de las mismas y recorte de las ventas de las empresas vinícolas y del alcohol en general dado que el envase escasea. Visto así tiene tanta lógica como asombro, y nos vuelve a poner delante el problema que vimos hace unas semanas con el desabastecimiento de las gasolineras en Reino Unido. Había combustible, pero no camioneros para llevarlo de las refinerías a las gasolineras. La cadena logística es de esas cosas que no se ven, que ni usted ni yo apreciamos porque, como el aire, funciona de manera transparente, pero cuando esa cadena se rompe, como cuando falta el aire, notamos el ahogo en pocos segundos. Las cadenas con muchos eslabones son más fiables porque tienen más puntos en los que apoyarse, pero a la vez aumentan la probabilidad de que algunos de sus eslabones fallen, y si eso es así, todo el proceso de producción y suministro se puede ir al traste, y quedar atascado en el punto más insospechado. La robustez de una cadena lo es como resulta ser el más débil de sus eslabones. Dicho muy conocido, y pocas veces más puesto en evidencia que ahora.
¿Qué hacer? Como consumidor poco podemos contribuir para arreglar todo este lío. En todo caso, tirando de la opción de retrasar las compras, para conseguir un alivio de la demanda, pero a las puertas del famoso Black Friday y la Navidad, épocas de consumo masivo, la tentación de correr a comprar lo que necesito para que llegue mi producto antes que el del vecino resulta tan tentadora como absurda, contribuyendo a alimentar la bola de demanda desatada y el colapso, en lo que sería un perfecto ejemplo de profecía autocumplida. Mi consejo es que, lo que puedan, no lo demanden, pero díganselo eso a los niños ante su deseo de regalos, y verán que, sí, nada es fácil.
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