Évole es muy bueno a la hora de crear expectativas. Su equipo creativo desarrolla “promos” anticipos del programa que sirven como anuncio y que realmente logran su efecto de captar la atención. Es ya marca de la escenografía escasa, silenciosa, en espacios abundantes. Juega el presentador y su equipo al periodismo, aunque uno sepa perfectamente de que pie cojea cada una de las opiniones que Jordi y los suyos emiten en cada fragmento de sus programas. A la manera del programa de su compañera Ana Pastor, venden una presunta objetividad que, ni de lejos, existe, pero lo que hacen, que no es periodismo, es televisión, programas de gran audiencia en televisión. De eso cobran, para eso les pagan. Todo lo demás es cobertura.
Este domingo el gancho de Évole era Iván Redondo, que lo ha sido todo durante un año como jefe de gabinete de Sánchez y, sobre todo, como urdidor desde hace bastante antes de la figura del presidente como un resistente, como un luchador, como alguien que se enfrenta a los demás hasta lograr su objetivo. De la fábrica Redondo surge la sucesión de escándalos diarios y polémicas baratas que el lunes atronaban y el viernes se extinguían, y eran suplidas por otras el lunes siguiente en un proceso de desgaste de la paciencia que era insoportable para quien estuviera atento. Redondo, en su tiempo de gobierno, demostró ser un brillante táctico y un nefasto estratega. La supervivencia semanal era el objetivo, no otro. Cuando se anunció la entrevista al personaje me pareció algo tan interesante, por lo que ha sido y sabe, como extraño, por lo pronto que se producía desde que, de manera sorprendente, dejó el gobierno, sin que pasase un mínimo tiempo que permitiera asentar su figura. ¿Contará algo el “spin doctor” local? ¿Será jugosa la entrevista? ¿habrá sorpresas? El personaje era de lo más sugerente, y ahí me planté para verla. Y, a los pocos minutos de comenzar la emisión, empecé a tener una sensación extraña. Me encontraba ante mi a un supuesto gurú, a alguien con conocimientos, a alguien que, en la oposición y durante su etapa en el gobierno, se ha relacionado con todos los estamentos del poder, de los partidos políticos, de organizaciones sociales y de todo tipo, personas con cargo y carentes de él. Suponía que iba a encontrar a una persona con discurso, ideas, contenidos, cultura, capacitación, y lo que se me estaba mostrando era a un personaje que, sobre todo, estaba enamorado de sí mismo, del aura que había logrado crear, que de vez en cuando soltaba alguna frase ingeniosa con bastante poca gracia pero que daba una imagen de improvisación, de hueco, que se iba agrandando a medida que la conversación discurría. Lugares comunes, frases huecas sin contenido, me daba la impresión de estar viendo a un charlatán de feria que trata de venderte sus productos, pero sin la gracia de esos embaucadores. Como dijo una tuitera a la que sigo, la impresión que me daba era la estar viendo a uno de esos emprendedores que intentan conseguir financiación para sus empresas y que recurren a todo el aparejo de powerpoints y demás temas de imagen, pero que huelen a humo a los pocos segundos de oírles hablar. Escuchar a redondo era como pasar las páginas de un mal libro de autoayuda, valga la redundancia, lleno de mensajes sacados de la primera búsqueda de Google sobre un tema emocional y aderezado con el intento de hacerse el interesante que no cuadraba. A medida que el programa avanzaba cada vez entendía menos como Iván se había prestado a un ejercicio tan profundo de autodestrucción de su imagen. Como consultor que es, carente por completo de ideología, y necesitado de contratos para ganar dinero, que de eso vive, lo del domingo supuso un destrozo enorme en su imagen de marca personal. No le contrataría nunca.
Dijo Redondo una vez que era un enamorado de la serie de “El Ala Oeste de la Casa Blanca” que, en efecto, es genial, y enseña muchísimo la sobre política y dedicación pública. Pero viendo la entrevista y el resultado de su paso por el gobierno, donde ha mandado más que casi todos, me da la sensación de que Iván no ha aprendido nada de esa serie. Más allá de las críticas que ha tenido la figura del presidente creado por Sorkin, demasiado bueno para ser cierto, la serie configura un conjunto de profesionales volcados con su jefe, el presidente, pero que en todo momento tienen presente que su sueldo lo pagan todos los norteamericanos y que a ellos se deben por encima de todo. Redondo es un trilero que ve la política como un juego de poder no al servicio de la ciudadanía, sino al de su cliente y cuenta corriente. Sólo eso, nada más que eso.
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