Es la inflación uno de los fenómenos económicos que más rápido e intensamente es percibido por la población. Las subidas y caídas del PIB suelen darse a cámara lenta y, salvo aquellos que son afectados directamente por ellas (cierres de empresas versus nuevos empleos) se acaban notando por filtración, poco a poco. Si los precios suben de un día para otro todo el mundo lo percibe, aunque también es verdad que dado que la proporción al consumo disminuye a medida que la renta aumenta el daño que provoca es mayor a las rentas bajas y medias. Es por eso que se dice que la inflación es un impuesto a los pobres, y su carácter regresivo le hace muy dañina a quienes no tienen mucho de dónde tirar. Ellos, junto con los ahorradores, son los grandes perdedores cuando los precios suben.
Me gusta ese símil que dice que la inflación es como el engrase que se aplica a la maquinaria para que funcione suave y de manera continuada. Es necesario que haya un poco, pero no mucho, y su ausencia es destructiva. La deflación, la caída de precios, es un proceso raro pero que puede darse en épocas depresivas, se retroalimenta y lleva al colapso. Nadie quiere comprar algo cuando sospecha que va a estar más barato dentro de poco tiempo y, de manera agregada, no se acaba comprando nada. Durante la crisis de 2008 – 2012 estuvimos cerca de llegar a esa situación de espiral de precios a la baja, y de hecho varios sectores, no sólo el inmobiliario, vivieron un proceso deflacionario que redujo de manera drástica su valor. Por ese, entre otros motivos, las autoridades monetarias empezaron a darse cuenta de que era necesario instaurar planes de estímulo mediante la compra de títulos en el mercado de deuda, insuflando así dinero en la economía para reactivarla, buscando sostener los precios. La inflación es un asunto muy determinado por la política monetaria, pero no sólo, y un buen ejemplo de esto lo estamos viviendo ahora. Los precios suben, y con ganas, en gran parte de occidente, y son varias las causas que los empujan. A bote pronto, pongamos tres. Una es la reactivación de la demanda que estuvo dormida en 2020 a cuenta de los confinamientos pandémicos y que, en determinados países, ha salido desbocada. Un disparo de demanda supone, en condiciones normales, subida de precios. Relacionado con esto, la segunda causa es la disrupción en las cadenas de suministro globales que han generado enormes problemas de abastecimiento de todo tipo de bienes, lo que ha aumentado su precio. Restricciones de oferta suponen, por lo general, subidas de precios. Y el tercer factor que azuza los precios son las enormes inyecciones monetarias que todos los bancos centrales del mundo han hecho para tratar de sortear la crisis provocada por el coronavirus. Dinero sin límite soltado a chorros que ha permitido a no pocos sobrevivir en medio del encierro y clausura de negocios y empresa, pero que ahora se convierte en un montón de dinero caliente en busca de destino. A igualdad de todo lo demás, cuanto más dinero hay mayores son los precios para así conservar el valor real de los objetos (excelente manera de ver la inflación como lo que también es, una devaluación del valor del dinero). Como verán, todos estos factores suman a la hora de impulsar los precios y añaden presión a la caldera inflacionaria. Los análisis que dominaban hace algunos meses veían claramente el primer y tercer efecto, y coincidían en su mayoría en que provocarían tensiones inflacionistas, pero que serían pasajeras. No se vio por parte de casi nadie el segundo factor, el del colapso en las cadenas globales de suministro, su enorme efecto sobre los precios y, sobre todo, el que sea un tema “físico” si me permiten la expresión, que lo hace mucho más difícil de arreglar en poco tiempo. Eso está haciendo pensar a muchos que la inflación que vivimos no va a ser tan transitoria como se esperaba (y deseaba).
Lo que casi nadie vio es el problema derivado de la escasez de suministros energéticos, las figuras de subida de precios desatadas que viven el gas, carbón o el mismo petróleo en un contexto, añadido a todo lo demás, de transición energética, que de por sí es complicado, costoso y lento. Esos factores de energía muy cara generan cosas inauditas, como el megavatio hora de electricidad de hoy en España a una media de 288 euros, y suponen inflación de costes metida en vena como su de un chute de sobredosis se tratase, que se expande por toda la cadena productiva y destroza previsiones, presupuestos y escenarios. ¿Ha venido la inflación para quedarse? ¿Cómo dominarla? ¿Qué efectos acabará teniendo en nuestras economías? Esas y otras muchas preguntas se agolpan a medida que el IPC se dispara y el bolsillo cada vez cunde menos.
Me cojo unos días de ocio y subo a Elorrio. Si todo va bien, nos leeremos nuevamente el próximo jueves 14
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