Es famoso ese dicho, ácido, que dice que los libros premiados con el Planeta son de los más vendidos y menos leídos de España. No se cumple en mi caso, dado que pocos son los ejemplares que han conseguido ese galardón que he comprado, y soy de los tontos que leen lo que compran, y compran lo que tienen pensado leer, por lo que no tengo ejemplares en casa que lleven semanas en espera. El Planeta es un premio colosal organizado por una enorme editorial como un acto de promoción comercial para estimular las ventas, y nada hay de malo en todo eso. Las editoriales viven de vender libros, igual que yo lo hago vendiendo tiempo dedicado a esfuerzo laboral. Si al editorial no vende no edita. Es así de simple.
La concesión del premio de este año, siempre en la noche de Santa Teresa, como homenaje del patriarca Jose Manuel Lara al santo de su esposa, ha sido inolvidable, por lo que ha supuesto y por las reacciones causadas, que dejan entrever la cutrez de pensamiento de muchos. Ya algunos días antes la editorial calentó el acto al anunciar que subiría el importe del premio a un millón de euros, convirtiéndolo en el galardón literario mejor dotado del mundo, más que el Nobel. En la tarde del día de la concesión los rumores sobre quién iba a ganar, otro clásico de esta ceremonia, apuntaban al nombre de una escritora famosa y muy superventas por unas novelas policiacas que son, al parecer, bastante subidas de tono en lo sangriento. A eso de las 23:30 de la noche se anunció la finalista, Paloma Sánchez Garnica, una autora de la casa, de la que poco puedo decir porque nada he leído, aunque si me suenan sus obras, y al poco se anunció que el ganador era Carmen Mola, esa escritora con toques de sadismo que sonaba en las quinielas. Revuelo entre los asistentes, tanto por la ganadora como por el hecho de que ante Mola estamos con un seudónimo. Todo el mundo sabía que Mola no existe, que era una pantalla tras la que se ocultaba el autor, autora, autores, lo que fuera, y eso daba algo de intriga añadida a las propias novelas de Mola como a ese momento en el que, concedido el premio, el autor misterioso debía salir a la luz. Y aparecieron allí tres señores que resultaron estar detrás de las obras de Mola. Jorge Días, Agustín Martínez y Antonio Mercero, con amplia trayectoria como guionistas televisivos, eran los que se escondían detrás de Carmen Mola. Con ello se acababan algunas leyendas urbanas que decían que Carmen era una ama de casa nacida en los años setenta y que escribía a escondidas, o cualquier otro tipo de rumor que se pudiera haber propagado. El golpe de efecto de la noche era tremendo, y el golpe comercial también, porque la “autora” premiada ha editado sus obras en Alfaguara, empresa que pertenece a Penguin Random House, la gran competidora de Planeta. Orta vez el sello de Barcelona hacía una jugada muy agresiva, como hace un par de años, al premiar a Manuel Vilas y Javier Cercas, que también estaban en la competencia. El cabreo entre los ejecutivos de Penguin sólo era comparable a la sorpresa de ver quiénes eran Carmen Mola. Y, ay, al poco empezaron los comentarios, cutres, sobre el tema del feminismo, de la apropiación machista del nombre de una mujer, de lo indigno que habían sido los tres escribientes, la decisión de una librería que sólo vende obras de mujeres de retirar de sus estantes las obras de Mola (censura pura y dura) y otro tipo de comportamientos y opiniones que denotan hasta qué punto el sectarismo y la pura tontería ha anidado en medio de nuestra existencia. No daba crédito a lo que leía, pero lo peor era que en esta era de falsedad e impostura no me extrañaba nada.
No he leído los libros de Carmen “seis manos” Mola porque no me da la vida para todo y con la avalancha de policiacos que hay soy selectivo (no soy un devoto del género) y espero a que salgan en bolsillo, así que no se decirles si están bien o mal. Me da igual. Si ustedes los han leído y les han gustado, perfecto. En serio, pasemos de las redes sociales y de la memez que nos invade y vayamos al mundo real. Pseudónimos en la literatura los ha habido desde tiempos inmemoriales, y el que Elena Ferrante sea ahora el más famoso y misterioso de ellos no quiere decir que estemos ante algo novedoso. Escriban lo que quieran y háganse llamar como les de la gana, compren y lean lo que les apetezca, y no dediquemos ni un segundo a criticar a otras personas por lo que escriben, leen, hacen, piensa, viven y demás.
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