Hace diez años un par de asesinos, vestidos de manera ridícula, anunciaron que ETA cesaba en su actividad armada, eufemismo que venía a significar que, además de carecer de sentido estético (del ético ni les cuento) quienes allí comparecían eran una panda de fracasados que habían decidido dejar de asesinar antes de que fueran detenidos. La presión de la Guardia Civil y la policía, la deslegitimación internacional del terrorismo, la pérdida de apoyo de Francia en su papel de santuario y la creciente oposición social de gran parte de la sociedad vasca, creo que en este orden, fueron las causantes del fin del terrorismo etarra. Lo dejaron porque vieron que era un fracaso, porque su destino iba a ser la cárcel, sí o si, no por otra causa.
Diez años después, Arnaldo Otegi ha dicho en público que lamenta el dolor causado a las víctimas, pero sin expresar condena ni arrepentimiento. ¿Es un avance la declaración de Otegi respecto a posiciones pasadas? Sí, evidentemente. ¿Es suficiente? Ten evidente como lo anterior, no. Otegi es el jefe, portavoz y todo lo que se quiera del tinglado político que defiende el legado terrorista, que fue ETA de mientras ETA existió y sigue siendo el responsable de mantener en pie la memoria de los etarras y de lo que lograron. Sí, el odio y dolor que lograron se sigue glorificando en calles y plazas del País Vasco, a veces de manera exaltada, como esos homenajes que Otegi y los suyos organizan a los que terminan sus condenas y vuelven a sus pueblos, a veces a esos mismos lugares en los que perpetraron sus asesinatos. Otegi, en esta declaración, actúa por conveniencia política, porque sabe que su postura le abrirá las puertas a futuros pactos con un PSOE que ve a Bildu como un socio más natural que el PNV, y acomoda la postura de su formación hasta donde pueda para salvar la cara de los socialistas que pacten con él. Más allá de estos juegos de trilerismo político, ¿existe algún tipo de arrepentimiento en Otregi y los suyos sobre todas las infamias cometidas por ellos en el pasado? Esa es la cuestión de fondo que importa a quien más importa en todo este asunto, que es a las víctimas del terrorismo. Victimas que soportan con un estoicismo absoluto cómo la imagen de los suyos es vejada cada dos por tres mientras que esos “ongui etorri” que se practican a los asesinos en localidades engalanadas se repiten. El arrepentimiento, que se ha dado en más de uno de los etarras que en el pasado fueron, no es común entre el mundo batasuno, que sigue creyendo que su actitud violenta fue la consecuencia de una represión, argumento falso donde los haya, no sólo porque nada justifica la violencia terrorista, sino porque esa violencia se argumentó, en el fondo, como un proceso de limpieza étnica por parte de una ideología concreta, el supremacismo nacionalista vasco, que veía a los suyos como los puros y consideraba que todos los que no eran de los suyos podían ser, o eliminados o perseguidos o desterrados. Fue la escasa fuerza militar de ETA la que permitió que esa locura asesina “sólo” causase cerca de ochocientos asesinatos, y no miles y miles en caso de haber conseguido cuotas mayores de poder. El etnicismo que soportó la violencia etarra sigue hoy en día implantado en una pequeña, pero relevante, parte de la sociedad vasca, y los asesinatos de esa banda fueron socialmente apoyados por miles y miles de personas. No hubo un repudio de la violencia por parte de la sociedad vasca hasta muy tarde, cuando se pudo liberar de parte del miedo impuesto por los encapuchados, peor aún entonces, era importante y significativo el apoyo que muchos ciudadanos otorgaban a la violencia, como estrategia válida para lograr sus objetivos. ¿Está arrepentida esa parte de la sociedad de su respaldo a semejante horror?.
Si Otegi quiere hacer algo con sentido y valor en lo que le resta de vida, tras la desgracia que ha causado en su pasado, debiera no sólo arrepentirse, sino colaborar para esclarecer los varios cientos de asesinatos que aún están pendientes de ser aclarados. Tendría que pedir perdón a las víctimas que él directamente ha causado y a las que, con su actitud, ha humillado, y tratar de que el inmenso esfuerzo al que ha dedicado su vida, el terrorismo, acabe siendo lo que realmente es, el mayor y más cruel fracaso de la sociedad vasca en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. ¿Lo hará? Dado que Arnaldo es muy religioso, puede recurrir al evangelio que mancillaron aquellos prelados y obispos que defendieron el terror, y aplicar eso de “por sus hechos les conoceréis”. Al menos él tiene aún la oportunidad de redimirse. Los asesinados no.
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