Ayer, el Telediario de TVE emitió una serie de reportajes rodados en Ceuta para analizar la situación de la ciudad a los seis meses del asalto propiciado por las autoridades marroquíes que impulso a que miles de inmigrantes trataran de entrar en la ciudad. El equipo televisivo, con Carlos Franganillo al frente, entrevistó a menores que siguen pululando por ahí, trabajadores sociales y educativos, autoridades y otros profesionales, tratando de ver cómo respira la ciudad tras unos hechos tan graves, que ya no son objeto de interés de los medios, pero que sin duda será una de las noticias que, con razón, aparecerá en los resúmenes anuales, ahora que empezarán a confeccionarse.
Transcurridos estos meses, la situación en Ceuta sigue siendo mala, en todos los sentidos. No hay la sensación de catástrofe, de crisis casi existencial que se vivió los días del asalto, pero si un problema de fondo que no se ha solucionado y un grupo de personas, cientos, miles, que siguen en situación irregular y para las que no hay solución a la vista. La urbe es pequeña, apenas unas decenas de miles de personas, y está vallada. Funciona como una isla, con la sensación de desamparo de saber que la frontera es mucho más que un concepto, siendo una dura realidad. Ceuta, y España con ella, sufrió un ataque híbrido, como ahora se denomina, por parte de Marruecos, usando a la inmigración como arma, sin que la vida o el futuro de ninguna de las personas que fueron involucradas en este acto fueran tenidas en cuenta en lo más mínimo por parte de las autoridades de Rabat, que las emplearon como arma arrojadiza. Al igual que ahora Bielorrusia usa a los inmigrantes de Oriente Medio en su pulso con Europa, Marruecos nos lanzó un órdago, y visto con perspectiva es casi milagroso que apenas se registrasen víctimas mortales en aquella situación. En los meses transcurridos varios de los migrantes que entraron en la ciudad han salido, no pocos hacia sus países de origen, menos hacia el destino soñado del continente europeo, pero no es ese el caso de cientos y cientos de menores, que están varados en Ceuta sin poder ir a ninguna parte. Muchos de ellos tienen contacto con sus familias en Marruecos, pero son muchos los que ya han perdido lazos con aquellos de los que proceden, sean del país vecino o de mucho más al sur, y se tiene a sí mismo y a los compañeros de aventura, con los que pasan el día en la ciudad. Las instalaciones que acogen a muchos de ellos son precarias, les mantienen semi hacinados, y eso por la noche, cuando acuden a dormir. De día vagan sin rumbo por la ciudad, buscando cómo pasar el tiempo y viendo el estrecho y el sueño de una Europa próspera casi al alcance de la mano. Muchos viven en lugares ruinosos, abandonados, coches o naves industriales que se pudren en arrabales de la ciudad, y que ahora son su hogar. La capacidad de las autoridades locales para asimilarlos, si quiera mantenerlos, es manifiestamente escasa, y como en muchos otros aspectos, todo tiene que provenir de la península, también los refuerzos de seguridad y servicios sociales. La economía de la ciudad, ya golpeada como todas por los efectos de la pandemia, se desangra con el sostenido cierre de la frontera con Marruecos, dejando a pasos como el del Tarajal, anteriormente un zoco de intercambio y negocio entre ambos países, también de trapicheo, convertido en un páramo en el que verjas, puestos de control, locales comerciales y naves de almacenamiento son un monumento al abandono. Los ceutíes tratan de asimilar la pérdida de uno de sus escasos motores económicos pero el sector comercial de la ciudad sufre mucho, y si en el resto de ciudades españolas vemos el daño que la pandemia ha hecho al tejido comercial en nuestras calles, imagínense lo que sucede allí. Las perspectivas son sombrías.
Marruecos, el impulsor del asalto, la mano tras la malvada acción, salió perdiendo ese pulso ante las autoridades españolas y, sobre todo, la opinión pública internacional, que vio realmente quién estaba utilizando a los inmigrantes y quien era presionado y trataba de salvarlos. Pero las relaciones entre Rabat y Madrid siguen tensas, frías, pese a algunos mensajes conciliatorios de Mohamed VI, que temo que nunca admitirá en público el error de su estrategia. Pase lo que pase entre las autoridades, el problema creado en Ceuta persistirá, y la vida sin rumbo de los menores que allí fueron arrojados irá avanzando hacia ninguna parte. Las guerras híbridas pueden ser menos cruentas que las convencionales, pero crean víctimas, daños y destrozos de larga y complicada reconstrucción, como todas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario