Muchas
son las entidades financieras que vienen a la cabeza si uno piensa en la crisis
financiera, encabezadas por Lehmann Brothers y seguida probablemente por la que
en el país en el que nos encontremos sufriera los mayores problemas. Eso para
nosotros es decir Bankia o Cataluña Caixa. Pocos pensarían en Deutsche Bank, y
sin embargo esa banca alemana es una de las mayores perjudicadas por el
desastre, una de las principales causantes del mismo y un perfecto ejemplo de
mala gerencia, organización, gestión y práctica, que le ha hecho verse vuelta
en todo tipo de escándalos y generar unas pérdidas que, año tras año, no hay
manera de contener.
Hace
unos meses volvió con fuerza el rumor de la fusión de las dos principales
entidades alemanas, Deutsche y Commerzbank, donde esta segunda haría el papel
de líder del conglomerado, dado que su salud financiera es mejor que la de su
socia. Esta idea ha rondado mucho por la mente de los reguladores del BCE y de
los operadores privados, y parecía que esta vez la cosa iba muy en serio, pero
nuevamente se frustró. Acusaciones de posición dominante del nuevo grupo en el
mercado alemán y violación de algunas de las leyes de competencia internas y
comunitarias fueron, creo recordar, los principales argumentos esgrimidos para
no seguir adelante con el proyecto. Puede que eso sea cierto, no lo se, pero lo
que sí es seguro es que los ejecutivos de Commerzbank debieron empezar na ver
las tripas de las cuentas de Deutsche y, en ese caso, entiendo que el proyecto
fracasase. Con una cotización bursátil que es ahora menos de la décima parte de
lo que lo era antes de la crisis, Deutsche es un paquebote con numerosas vías
de agua que amenaza con embarrancar en cualquier momento. Sus actuales gestores
han decidido cortar por lo sano y lanzar un plan de reflote de la entidad que
contenga las pérdidas y le permita ser viable. ¿Y por dónde empiezan todos
estos planes? Como siempre, por el despido de la plantilla. Se van a despedir a
18.000 empleados, que son un quinto del total de los que trabajan en esa
entidad, despidos que se realizan en la matriz de Frankfurt y en todas las
delegaciones que, en una empresa como esta quiere decir todo el mundo. Y
los despidos son de verdad, de esos que te dejan con la sangre helada y te
hacen pensar mucho, y eso sin estar afectados por ellos. Ayer mismo muchos
empleados de las delegaciones de Hong Kong, Londres y otras muchas ciudades
acudieron a su puesto de trabajo, como cualquier lunes, y se encontraron con la
carta de despido, una indemnización de un mes de salario y una caja de cartón
para recoger sus enseres personales y abandonar las oficinas, en las que habían
desarrollado su trabajo hasta el pasado viernes, antes de las once de la
mañana. Reuniones, proyectos, citas pendientes, tareas que estaban programadas
para ayer, saludos después de un par de días sin verse… decenas y decenas de
escenas similares que se dan en las oficinas de todo el mundo se vieron
truncadas ayer de una manera brusca e inevitable. Departamentos enteros
quedaron, supongo, laminados, diezmados, con bajas incontables. Los afortunados
que no vieron como la caja de cartón se acercaba a su mesa se sentirían
aliviados por un instante, pero seguro que llenos de congoja por la pérdida de
los compañeros y de miedo por no saber si será hoy o mañana cuando la entidad
decida que sean ellos los prescindibles. Imagine, por un momento, los planes
vitales de esas 18.000 personas despedidas, que tienen familia, o no,
hipotecas, o no, vacaciones contratadas, o no, miles y miles de posibilidades
distintas que eran construidas por cada uno de ellos y que ayer quedaron en
suspenso. A partir de las once de la mañana nada impedía que volvieran a casa,
a un hogar que dejaron cuando aún era oscuro con la ilusión de un nuevo día y
con planes de futuro, y que ahora se convierte en un hogar lleno de problemas y
cuentas que cuadrar.
La
imagen de la caja de cartón es muy anglosajona. Muchos la vieron por primera
vez en los medios con motivo de la caída de, vaya, Lehmann Brothers, pero es
muy común en ese mercado laboral que las decisiones de despidos sean siempre
así de fulminantes, y que todos los empleados mantengan en su interior la
sensación de provisionalidad en sus puestos, de saber que cualquier día será el
último. Ello eleva los niveles de estrés y competitividad, y hace que el
rendimiento del trabajador sea el máximo posible, pero a costa de un estilo de
vida nefasto y de una competencia que puede ser muy dañina para el propio
empleado y para la empresa. Deutsche es el perfecto ejemplo de cómo no gestionar
un banco. Y no, no es español, es alemán.
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