Lo
sucedido ayer en la sesión de investidura del gobierno de La Rioja ejemplifica
perfectamente la situación en la que se encuentra nuestra política que, no es
ajena, refleja muchas de las corrientes de la sociedad que conformamos.
La única diputada de Podemos en ese parlamento autonómico frustró la elección
de una presidenta socialista, primera fuerza en escaños en la cámara,
porque la representante de Podemos exigía no uno ni dos, sino tres puestos en
el gobierno de la comunidad para su formación, a cambio de su único voto. Los
socialistas han considerado desde un principio como inasumible una petición así
y se han negado en redondo, y entre acusaciones de no querer dialogar, la única
representante de Iglesias impidió ayer la elección.
A
escala, vemos lo mismo en la política nacional. Podemos fue uno de los grandes
perdedores de las elecciones de finales de abril cayó en votos y, vista su aún
mayor debacle en las municipales y autonómicas de mayo, pudo darse por
satisfecho con el varapalo recibido. Pero esos resultados, nefastos, no
alteraron para nada la percepción del mesiánico líder que ha convertido esa
formación política en una secta al servicio de sus intereses y los de su
familia. Iglesias sabe que ha fracasado, que su proyecto naufraga y que se
dirige a los arrecifes en cada una de las potenciales elecciones que puedan
darse en el futuro, pero como buen egoísta que es, apenas le importa algo más
que su propio futuro. Su obsesión por ser ministro es una manera de salvar sus
propios muebles, literalmente los de su chalet de Galapagar, y busca de esta
manera un salvavidas que le reporte ingresos y peso mediático para huir de la
quema de un Podemos del que apenas queda una carcasa de lo que llegó a ser. ¿Es
esta postura de Iglesias, egoísta hasta el extremo, una excepción? No, vemos en
cada día en nuestra vida política ejemplos sin fin de formaciones que no dudan
en aprovechar su situación de minoría de bloqueo para chantajear todo lo
posible, teniendo el interés nacional como el último de sus objetivos. Los maestros
en este tipo de lides siempre fueron los nacionalistas vascos y catalanes. Tras
el delirio independentista de los Puigdemoníacos queda el PNV como gran partido
pactista, una formación que ha sido maestra en la transformación de la hipocresía
propia en supuesto interés general. Cada pacto con el PNV supone para las arcas
del estado una merma tan considerable como enorme es el ingreso en una Sabin
Etxea (la sede del PNV en Bilbao) en la que sospecho que ya no saben ni qué hacer
con todo el dinero que han conseguido. Pero como artistas que son en este tipo
de juegos, lo hacen de manera taimada, sibilina, sin estridencias. Otros no. Al
soberbio de Iglesias, absolutamente insuperable, le han salido unos émulos que
siguen sus pasos en casi todo, menos en el extremo ideológico en el que se sitúan.
Los de Vox actúan con la misma chulería que Podemos, con el mismo afán
recaudador, extorsionador y aprovechado, buscando cargos hasta debajo de las
piedras y tratando de rapiñar poder como sea, para desde él dar rienda suelta a
las paranoias de su programa. Dicen ellos, falsos hasta la médula como son, que
la bandera y la patria es lo primero, pero les da igual la gobernabilidad, la
gestión y lo que es la política de hacer cosas mientras que no consigan una cuota
de poder que consideran propia. Un par de elecciones han bastado para que
formaciones que, en principio, nacían sin los vicios de los viejos partidos, y
con presupuestos alejados de esa forma frustrante de hacer política, se encuentren
practicando las mismas sucias artes, lo que viene a reafirmar mi teoría de que
es el poder lo que genera estos comportamientos, el ansia de tenerlo, la ilusión
de alcanzarlo, la locura que enajena mentes y almas a cambio de ejercer un
poder que transforma y, ya de paso, otorga incluso casoplones en la sierra.
Como para no volverse loco, ¿verdad?
Visto
en perspectiva, se demuestra que votar a formaciones extremistas, como son
Podemos y Vox, es inútil. Ambas son espectros distorsionados y delirantes de
las ideologías en las que dicen asentarse (sigo creyendo que piensan lo mismo,
son totalitarios envueltos en distintas banderas) y que si hubiera nuevas
elecciones, ambos partidos bajarían en votos y escaños. ¿Clarificaría eso el
mapa político? Lo dudo, porque pondría todo el peso en las manos de las
formaciones clásicas, PSOE y PP, con un Ciudadanos en la tierra de nadie, que hasta
ahora no se han mostrado diligentes a la hora de acordar nada que no sean sus
profundos desencuentros. Esto, esta cutrez, es lo que hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario