miércoles, julio 17, 2019

Ceder, pactar


Lo sucedido ayer en la sesión de investidura del gobierno de La Rioja ejemplifica perfectamente la situación en la que se encuentra nuestra política que, no es ajena, refleja muchas de las corrientes de la sociedad que conformamos. La única diputada de Podemos en ese parlamento autonómico frustró la elección de una presidenta socialista, primera fuerza en escaños en la cámara, porque la representante de Podemos exigía no uno ni dos, sino tres puestos en el gobierno de la comunidad para su formación, a cambio de su único voto. Los socialistas han considerado desde un principio como inasumible una petición así y se han negado en redondo, y entre acusaciones de no querer dialogar, la única representante de Iglesias impidió ayer la elección.

A escala, vemos lo mismo en la política nacional. Podemos fue uno de los grandes perdedores de las elecciones de finales de abril cayó en votos y, vista su aún mayor debacle en las municipales y autonómicas de mayo, pudo darse por satisfecho con el varapalo recibido. Pero esos resultados, nefastos, no alteraron para nada la percepción del mesiánico líder que ha convertido esa formación política en una secta al servicio de sus intereses y los de su familia. Iglesias sabe que ha fracasado, que su proyecto naufraga y que se dirige a los arrecifes en cada una de las potenciales elecciones que puedan darse en el futuro, pero como buen egoísta que es, apenas le importa algo más que su propio futuro. Su obsesión por ser ministro es una manera de salvar sus propios muebles, literalmente los de su chalet de Galapagar, y busca de esta manera un salvavidas que le reporte ingresos y peso mediático para huir de la quema de un Podemos del que apenas queda una carcasa de lo que llegó a ser. ¿Es esta postura de Iglesias, egoísta hasta el extremo, una excepción? No, vemos en cada día en nuestra vida política ejemplos sin fin de formaciones que no dudan en aprovechar su situación de minoría de bloqueo para chantajear todo lo posible, teniendo el interés nacional como el último de sus objetivos. Los maestros en este tipo de lides siempre fueron los nacionalistas vascos y catalanes. Tras el delirio independentista de los Puigdemoníacos queda el PNV como gran partido pactista, una formación que ha sido maestra en la transformación de la hipocresía propia en supuesto interés general. Cada pacto con el PNV supone para las arcas del estado una merma tan considerable como enorme es el ingreso en una Sabin Etxea (la sede del PNV en Bilbao) en la que sospecho que ya no saben ni qué hacer con todo el dinero que han conseguido. Pero como artistas que son en este tipo de juegos, lo hacen de manera taimada, sibilina, sin estridencias. Otros no. Al soberbio de Iglesias, absolutamente insuperable, le han salido unos émulos que siguen sus pasos en casi todo, menos en el extremo ideológico en el que se sitúan. Los de Vox actúan con la misma chulería que Podemos, con el mismo afán recaudador, extorsionador y aprovechado, buscando cargos hasta debajo de las piedras y tratando de rapiñar poder como sea, para desde él dar rienda suelta a las paranoias de su programa. Dicen ellos, falsos hasta la médula como son, que la bandera y la patria es lo primero, pero les da igual la gobernabilidad, la gestión y lo que es la política de hacer cosas mientras que no consigan una cuota de poder que consideran propia. Un par de elecciones han bastado para que formaciones que, en principio, nacían sin los vicios de los viejos partidos, y con presupuestos alejados de esa forma frustrante de hacer política, se encuentren practicando las mismas sucias artes, lo que viene a reafirmar mi teoría de que es el poder lo que genera estos comportamientos, el ansia de tenerlo, la ilusión de alcanzarlo, la locura que enajena mentes y almas a cambio de ejercer un poder que transforma y, ya de paso, otorga incluso casoplones en la sierra. Como para no volverse loco, ¿verdad?

Visto en perspectiva, se demuestra que votar a formaciones extremistas, como son Podemos y Vox, es inútil. Ambas son espectros distorsionados y delirantes de las ideologías en las que dicen asentarse (sigo creyendo que piensan lo mismo, son totalitarios envueltos en distintas banderas) y que si hubiera nuevas elecciones, ambos partidos bajarían en votos y escaños. ¿Clarificaría eso el mapa político? Lo dudo, porque pondría todo el peso en las manos de las formaciones clásicas, PSOE y PP, con un Ciudadanos en la tierra de nadie, que hasta ahora no se han mostrado diligentes a la hora de acordar nada que no sean sus profundos desencuentros. Esto, esta cutrez, es lo que hay.

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