jueves, julio 18, 2019

Apollo 11 (para JLRC)


Ayer, en la buena compañía de JLRC, que me llevó en coche, pude ir a un cine de esos inmensos que se extienden por el extrarradio de Madrid, allá donde la ciudad empieza a confundirse con áreas no urbanizadas y colonias de matojos y polígonos, para ver Apollo 11, documental producido con motivo del cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna, que se puede ver en algunas salas durante estos días, y que mediante una sucesión de escenas e imágenes reales, recrea todo el viaje que Armstrong, Aldrin y Collins protagonizaron hace medio siglo, desde alguna jornada anterior al despegue hasta el momento del amerizaje, con retazos finales del recibimiento a los protagonistas como lo que eran, modernos héroes.

En las pocas palabras que pronunció Armstrong antes, durante y después de aquella odisea, ninguna fue para enorgullecerse de lo logrado, aunque sí para festejarlo, pero casi todas fueron de agradecimiento a los miles de personas que habían trabajado para que aquel proyecto, soñado y tan inimaginable se hubiera convertido en realidad. Menos de una década transcurre desde que Kennedy pronuncia ese discurso en el que pone el objetivo de la Luna como una de las metas a alcanzar y el verano de 1969, cuando se logra. En esos años el esfuerzo inversor que realizan los EEUU es tan ingente como difícil de calibrar desde una óptica civil actual, en la que la movilización de recursos para proyectos es realmente dificultosa. Y las hordas de profesionales que participan en aquella aventura son, simplemente, incontables. En casi todos los momentos del documental se ven escenas de decenas, cientos de personas, que trabajan incansablemente revisando procedimientos, actualizando datos, simulando situaciones, controlando, haciendo mil y una tareas para que todo se desarrolle como es debido. Vemos el inmenso cohete en la plataforma de lanzamiento, pero no sabemos cuántos miles de personas y empresas han podido participar en su construcción, el trabajo de ingeniería, diseño y de cualquier otra labor que usted pueda imaginar necesario para construir semejante máquina, la mayor y más compleja existente hasta la fecha. Y también la más peligrosa. En todo momento los astronautas saben que corren riesgos, que el viaje lunar es, por sí mismo, una peligrosísima aventura llena de momentos en los que un error puede dar al traste con las vidas de los tripulantes, y donde su pericia y profesionalidad serán puestas a prueba en todo momento. Y también saben los tres protagonistas que sus vidas están en manos de toda la gente que trabaja en la tierra para ellos y en la de todos los que han contribuido a que esas maquinarias funcionen como es debido. A una hora del lanzamiento aún hay técnicos que aprietan válvulas en la plataforma de lanzamiento para que todo esté como es debido. Subidos en lo alto de una bomba controlada de cien metros de altura, en un habitáculo donde los tres van encerrados en un espacio en el que su movilidad es reducida y la intimidad nula, saben los astronautas que son la última punta de un proyecto inmenso, el último eslabón de una cadena prodigiosa que les ha llevado hasta allí y que va a seguir trabajando, tensa y eficientemente, hasta traerlos de vuelta sanos y a salvo. Por eso, en tiempos de egocentrismo subido y postureo como los que vivimos, en los que los logros, a veces ínfimos, se convierten en triunfos personales de uno mismo comparables a gestas épicas, asombra y alecciona aún más escuchar a tres hombres que llegaron más lejos que ninguno, oír a esta y a las otras cinco tripulaciones que llegaron a pisar la Luna (y la frustrada del Apollo 13), y admirar su modestia. No alardearon nunca de lo logrado, no se mostraron orgullosos, distantes, soberbio o atribuidos de un poder o un don especial, no se consideraron especiales por lo hecho, sino satisfechos y orgullosos de haber contribuido a ello. Esas tripulaciones, cuyas vidas ya nunca fueron igual una vez que regresaron, vieron el mundo de una manera como nadie lo ha vuelto a hacer, y eso les hizo ser distintos.

Montado como si de una película de acción se tratase, el documental será disfrutado por todos aquellos a los que nos encanta la carrera espacial y por los que tengan conocimientos técnicos, pero quizás sea aún más placentero para los que lo vean como una historia emocionante, con momentos de tensión, belleza, alegría y miedo. En el fondo, siglos y siglos después, volvemos a ver a Ulises, que viaja a Troya y sufre la odisea para volver a casa, y ese viaje de ida y vuelta se repite una vez y otra a lo largo de la historia de la humanidad, desde las tibias o agrestes aguas del Mediterráneo hasta la inmensidad del vacío del espacio, allí donde no hay nada, y una pequeña bolita azul es el lugar donde los nuestros tejen y destejen esperándonos, ayer hoy y siempre.

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