A casi dos semanas del inicio de los combates seguimos asistiendo desde España al desastre de la guerra de Ucrania como un terror distante. Contemplamos en televisión imágenes que nos conmueven, es imposible que así no sea dada la dimensión del horror causado por las tropas rusas, pero, de momento, ni nuestra existencia, sociedad y vida se ven afectadas por bombas y disparos. Lo vemos por la tele y nos sigue pareciendo algo ajeno. Es importante resaltar el concepto “de momento” porque sabemos, en nuestro interior, que esta guerra, por el agresor que la ha lanzado, tiene capacidad de escalar hasta dimensiones que nos afecten en la totalidad, de manera definitiva, y eso, con razón, nos asusta. De momento no es así.
Lo que sí empezamos a notar son las consecuencias económicas de la guerra, que agudizan algunos de los problemas que ya arrastrábamos y crea otros nuevos. Veníamos de un año de precios disparados, fruto de la reactivación de las economías tras la pandemia y del caos de la logística global, afectada por cierres de puertos y otro tipo de problemas. La inflación había llegado a nuestros días, pero nos las prometíamos felices al considerarla como un trago temporal que pasaría, tras el fin de la excitación postpandémica. El que a finales de 2021, con ómicron, los precios siguiesen disparados empezó a mosquear a casi todo el mundo y se convirtió en un mantra afirmar que la escalada de precios empezaría a aflojar a partir del segundo trimestre de 2022. A las puertas de ese periodo, con los combates desatados, resulta obvio que nos enfrentamos a una nueva vuelta de tuerca de los precios, en este caso por el mero shock que se está produciendo en los mercados de la energía y materias primas. El barril está empezando a asentarse en los 120 dólares, el gas natural está en máximos, y eso hace que derivados directos como la gasolina o la electricidad batan records al alza en todos los países. Como insumos necesarios para casi todos los procesos industriales y de transporte, esas subidas de precios, que ya se filtraban al resto de bienes, lo van a hacer ahora de manera compulsiva, casi sin frenos, a riesgo de que quien no pueda repercutirlos se vea ahogado por unos costes inasumibles. Pero el problema va mucho más allá, aunque sólo con esto ya sería enorme. La guerra ha trastocado el mercado de muchas otras materias primas minerales, en las que tanto Rusia como Ucrania son productores y exportadores líderes, y ha vuelto completamente loco el precio del cereal, dado que ambos países son graneros globales. Y sí, esto afecta al precio de la comida, lo que son palabras mayores. A nosotros nos va a hacer daño, y mucho, pero piense en naciones africanas o latinoamericanas, en las que el suministro diario de alimentos está caso compuesto por un monocultivo de productos basados en cereales (pan, tortitas o similares) y con amplias capas de la población que ya viven cerca de una gran pobreza. Existe una conocida, y peligrosa, correlación entre el incremento del precio de los alimentos y las revueltas, y no es jugarse el pescuezo afirmar que hay una evidente causalidad entre uno y otro fenómeno. Aún es pronto para observarlo, pero el disparo de los precios actuales y la sensación de que la cosecha global puede sufrir escasez llegado el verano están disparando todas las alarmas en gobiernos y expertos ante lo que pueden ser olas de descontento. Aquí la subida del cereal, y de otros productos como el aceite de girasol, se notará menos, dado que la cesta de la compra de una nación desarrollada es mucho más diversa, pero es evidente que tendrá efectos y, como es habitual, mucho más en los bolsillos de la clase media y baja, más consumidora de un rango de productos más estrecho, que en los de la alta. El camino al súper va a ser un rosario de dolores.
Pero a corto plazo el gran problema es el shock energético en el que ya estamos instalados, con unos precios que no son sostenibles mucho tiempo. Es necesario elaborar planes de ahorro urgentes y contundentes. Contamos con la ventaja de que, a medida que avanzan los días, y aunque haya regresiones, el tiempo de mayor uso de la calefacción queda atrás, pero es un débil alivio. Gobierno, empresas y todos debemos empezar a pensar en cómo recortar, y de manera intensa, el consumo de una energía que, provenga de Rusia o no, se ha encarecido mucho, se va mantener cara durante bastante tiempo, y no puede ser sustituida de manera directa ni sencilla. Entramos en un periodo de economía de guerra, de restricciones, de costes disparados, de datos de inflación que dan miedo y de mucha incertidumbre. Vaya haciendo planes de ahorro.
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