Esta semana es la de la concesión de los
Premios Nobel. Apabullados como estamos con nuestra desgracia nacional, los
medios de comunicación apenas miran fuera de Cataluña, y cosas importantes nos
pasan desapercibidas. Ya se han entregado los premios de ciencias duras
(Medicina, Física y Química). Hoy se conocerá al sucesor de Bob Dylan en
literatura y mañana al de la paz. Y el lunes, de propina, aunque no sea
exactamente lo mismo, el de economía. Los galardonados en estos premios se
suelen mostrar humildes y, en el caso de las ciencias, muestran el valor de la
cooperación por encima de lenguas, culturas y fronteras, que no existen.
El premio de física, otorgado
ayer, se concedió al equipo internacional del laboratorio LIGO, una institución
creada en torno a un instrumento de medida cuyo objeto era comprobar si una de
las derivadas de la teoría de Einstein, las ondas gravitacionales, eran
ciertas. Einstein está en la base profunda de toda la ciencia del siglo XX.
Nuestra visión de la cosmología y de la cuántica se basa en sus trabajos, y
cada nueva noticia que demuestra sus intuiciones y predicciones vuelve a
elevarlo aún más hacia la cima de la grandeza. La brillantez de su intuición
era tal que, un siglo después de sus primeros artículos, aún estamos
aprendiendo de ellos. La teoría de las ondas gravitacionales es, cosa curiosa,
muy sencilla, si uno entiende el universo tal y como lo entendía Einstein. Se
trata de hacerse a la idea de que el espacio, lo que circunda a la Tierra y al
resto de cuerpos que hay en el Universo, no está vacío, no es un vacío, sino un
tejido, eso que llamamos espacio tiempo. Como
comentaba el otro día el gran Alberto Aparici en La Brújula de Onda Cero,
piensen en el espacio tiempo como una gelatina, una tenue gelatina en la que están
insertos todos los cuerpos. Esa gelatina reacciona al paso de los cuerpos, se
expande y contrae. Y como si fuera un flan, cuando le pegamos un golpe, vibra.
Como esa gelatina está condicionada por la gravedad, y esta es muy tenue
(decrece con el cuadrado de la distancia, como todos sabemos) la “densidad” de
la gelatina es bajísima, tan poca que da la sensación de no existir, de ser un
vacío. Pero está ahí. La idea de Einstein era que, como sucede en la tierra
cuando dos placas chocan y el impacto se transmite en forma de ondas a lo largo
de la corteza terrestre, en lo que llamamos terremotos, un impacto estelar
también generará ondas de gravedad que se transmitirán por la gelatina, por el
tejido espacio tiempo, siendo percibidas cuando lleguen a otros objetos
estelares. La idea es brillante, sugerente, y casi lunática, dado que Einstein
otorga propiedades de comportamiento similares a lo ya conocido a una
estructura que nadie ni nada puede ver, percibir o sentir…. ¿He dicho nada?
Pues no!! Aquí está el éxito premiado por el Nobel. Como la gelatina es muy
tenue, algo enorme debe ser capaz de generar las ondas que por ella se
transmitan, algo como, por ejemplo, el choque de dos agujeros negros, monstruos
gravitatorios inimaginables. Y en nuestra era ha llegado la tecnología
necesaria para detectar esas ondas, minúsculas, ínfimas, pero existentes. LIGO
fue creado con ese fin, el de poder detectar esas ondas y, en caso positivo,
confirmar la teoría de Einstein sobre qué es el universo y cómo se conforma. El
14 de septiembre de 2015 LIGO detectó, por primera vez, una onda de este tipo.
Fue una noticia revolucionaria, y un total éxito para los físicos
experimentales y para los teóricos, los “Leonard” y los “Sheldom”, que vivieron
un auténtico Big Bang. El equipo LIGO lo forman miles de personas, pero sólo
tres de ellas han sido premiadas con el Nobel. Pero todas son reconocidas por
su excelente trabajo.
En
esta entrada de Microsiervos les cuenta mucho mejor que yo en qué consisten
estas ondas gravitacionales y cómo se diseñó LIGO y su funcionamiento. Sólo
un apunte curioso, y es que se habrán dado cuenta de que, por su definición,
las ondas gravitacionales son un fenómeno físico, que mueve objetos. No son
ondas de radio, sino algo mucho más parecido a la onda de sonido. Eso quiere
decir que ese 14 de septiembre de 2015 la onda gravitacional que detectó LIGO
también impactó, y movió de manera imperceptible, su casa, su coche, la mesa de
su oficina, la máquina de su taller, las lámparas de su casa, cada uno de los átomos
de su cuerpo y de las personas que con usted se encontraban. Nos movió a todos,
nos atravesó, porque nosotros también nos desplazamos, en todo momento, por ese
tejido espacio tiempo, por esa gelatina que Einstein nos descubrió.
Maravilloso, ¿verdad?
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