Los norteamericanos son únicos a
la hora de dotar de sentido del espectáculo a lo que sucede, narrarlo y
empaquetarlo como un producto comercial. Cada suceso que ocurre en aquel país
puede ser el preludio de películas, series y todo tipo de merchandising que
inunde estanterías hogareñas en medio mundo. Aún vivimos de los rescoldos del
juicio de OJ Simpson, y si no que se lo pregunten a las horteras Kardashian,
que surgieron como realidad paralela de aquel espectáculo. En Hollywood este
sentido del negocio está aún más acentuado, y eso hace que lo que pase en la
meca del cine sea, directamente, noticia en todo el mundo, sea justificado o
no.
El
caso de Harvey Weinstein sí merece la relevancia que está teniendo. Pocos
conocían a Weinstein en persona, o al menos eran capaces de ponerle rostro, uno
asociado a un cuerpo muy grande, de tamaño más o menos similar a su cartera y,
por lo visto, sinvergonzonería. Weinstein ha sido, junto a su hermano, el
productor de la mayor parte de los éxitos cinematográficos de Hoollywood de las
últimas décadas, y ha logrado para ellos tantos premios Óscar como cuentas
tiene un collar. Era uno de los hombres más poderosos de aquel mundo, y su
decisión sobre un actor o actriz determinaba una carrera. Ahora sabemos, todos,
(matiz fundamental en esta historia) que ese poder era usado por Weinstein para
acostarse, sobar y, en general, abusar de toda mujer que se pusiera en su
camino, como una especie de peaje básico para acceder a la autopista a los
sueños que era su productora, Miramax, que quizás si les suene de algo. El
“todos” que he incluido antes es determinante, porque hasta hace unas semanas
este comportamiento delictivo de Weinstein era sabido por muchos en el mundo
del cine californiano, e incluso se hacían chistes al respecto. Se veía como
habitual, como normal que un productor poderoso abusase de mujeres si le
placía, y que luego las recompensase, o no, con papeles que podrían convertirles
en estrellas. “Pequeño el precio que se les cobra a las chicas por crearles una
carrera” parecía ser el mensaje implícito que circulaba por Hollywood. Aquellas
mujeres, pocas, que osaban a rechazar las proposiciones y abusos de Weinstein
eran, directamente, condenadas al ostracismo, y sus nombres no nos sonarán de
nada porque sus carreras se habrán frustrado antes de empezar. Una vez abierta
la veda han sido decenas de actrices las que han denunciado haber sufrido
abusos por parte del personaje, en medio del clamoroso silencio, cuando no
apoyo al acusado, de la mayoría de los hombres del negocio. ¿Cómo interpretar
esos silencios? ¿Cómo actuar ante declaraciones que no parecen ser
interpretadas? El caso Weisntein nos pone, otra vez, ante el dilema de un grupo
de personas, de un sector, de un espacio de la sociedad, en el que el delito,
en este caso sexual, se consiente, justifica, normaliza y no se ve como algo
inmoral o ilegal. Hace años nos enteremos de algo parecido, que sucedió en la
sacrosanta BBC, que durante años alojó a Jimie Saville, estrella de la casa, y
pederasta en sus ratos libres. La superioridad del hombre frente a la mujer se
ve como algo natural, propio de un derecho anterior a la ley, y como tal se
ejerce. En ambientes en los que el dinero y el poder se amasan y exhiben de una
forma tan ostentosa como en Hollywood este tipo de actuaciones se dan más si
cabe, y los incentivos a ocultarlas son mucho mayores. Hay mucho que perder si uno,
más bien una, se niega a entrar en esa rueda de abusos y sometimiento. Es muy fácil
comprar el silencio a cambio de un final como el de La La Land.
¿Puede la caída de Weinstein cambair
algo de todo esto? Sinceramente, lo dudo. Tras el ruido y el escándalo vendrá
el silencio y la vuelta a prácticas antiguas. Weinstein pagará como chivo
expiatorio ante la sociedad, pero el microcosmos de Hollywood, como otros
tantos, mantendrá sus reglas internas de comportamiento, porque muchos las ven
con naturalidad. En el fondo esto se parece bastante al tema de los incendios que
comentaba ayer, que se producen de manera reiterada porque la sociedad, en su
conjunto, no les da la importancia que debe y no los ve como un mal. Violar a
una mujer sigue siendo visto por muchos como algo a lo que un hombre tiene
derecho. Ese es el fondo que genera el mal. Y erradicar esa perversa idea es
algo que, aunque ayude, no lo conseguirán unos grandes titulares y la imagen de
un productor arruinado.
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