viernes, octubre 06, 2017

Los bancos huyen de una Cataluña que zozobra

Las consecuencias de un desastre como el que se vive en Cataluña, como es fácil de entender, se extienden a todos los ámbitos de la vida, y como si fueran las ondas gravitacionales a las que me refería ayer, nos golpean en nuestro interior y en todo lo que nos rodea. Es un tema menor frente a la fractura social y la quiebra de la convivencia, pero el impacto en la economía de todo este marasmo va a ser innegable y, nadie lo duda, malo. Cataluña será la que sufra en primera persona, y en mayor medida, el daño, pero el resto del país vamos a ser igualmente golpeados. La recuperación económica en la que nos encontramos corre serio riesgo de volatilizarse.

Ayer Banco Sabadell aprobó el traslado de su sede social a Alicante, a lo que eran las antiguas oficinas de la quebrada CAM, que adquirió hace pocos años. La sede social es algo más simbólico que otra cosa, dado que los empleos de los servicios centrales siguen estando donde estaban, pero, Ojo, la tributación no. Desde el momento que se haga efectivo el cambio, el Sabadell tributará en Valencia, y la Generalitat Valenciana verá como aumenta la recaudación por el impuesto de sociedades en su territorio y, por tanto, el importe de la tarta que le toca del mismo una vez se producen las transferencias del gobierno central. Lo mismo, pero al revés, para la Generalitat de Cataluña, que pierde un contribuyente neto a las arcas. Muy probablemente hoy Caixabank haga un movimiento similar y sea Palma de Mallorca la ciudad elegida para trasladarse. El negocio bancario es muy sensible ante turbulencias sociales, y la gente es rápida cuando se pone nerviosa, acude a su sucursal y empieza a sacar el dinero. Vimos hace poco como, en este caso por una nefasta gestión, el Banco Popular se diluía delante de nuestros ojos, atrapando a los que no escaparon a tiempo. El mensaje que mandan estos dos grandes, buenos e históricos bancos catalanes es muy claro. Lo que sucede en Cataluña es una locura, un suicidio, y por tanto, tratamos de ponernos a resguardo para ser dañados lo menos posible. Las empresas industriales catalanas lo tienen más complicado para moverse, dado que por definición la inversión que han realizado es mucho más física, pero también pueden acudir al traslado de la sede social para tratar de limpiar su imagen frente a lo que pasa. Lo que es seguro es que, en estos momentos, ni un solo euro de inversión internacional está actuando en Cataluña. Proyectos que estaban pendientes o en negociación se habrán parado y el flujo financiero, nacional e internacional, está seco. El sector del turismo empieza a sentir sus efectos, con algún crucero que ya no ha atracado en el puerto de Barcelona al calor de las noticias que surgen de la ciudad, y es más que probable que muchas de las localidades costeras que estos días salen en los medios a cuenta de desgraciados episodios de acoso a las fuerzas de seguridad vean como el flujo de turistas que a ellas acuden se verá muy mermado en los próximos meses. Replicando, también en este caso, lo sucedido en los años oscuros del País Vasco, el capital se repliega, las inversiones se frenan y la economía se estanca. Esto sólo genera problemas. Es muy probable que la confianza del consumidor catalán se esté derrumbando y el consumo, muy dependiente de ella, también esté cayendo. Aún es pronto para saberlo, pero el PIB regional de la comunidad puede entrar en una senda negativa si este proceso de locura se perpetúa en el tiempo. A escala, los mismos síntomas se estarán empezando a dar en la economía nacional, donde el daño agregado será menor, pero será, y la imagen del país en el exterior, supongo, estará por los suelos tras lo sucedido el 1 de octubre y todas las noticias que, día a día, el mundo observa de nosotros. A distinta velocidad e intensidad, pero idéntico desastre que el que se vive en Cataluña.


Decía ayer Juan Soto Ivars, en un ingenioso artículo, que los tanques en la Diagonal de Barcelona eran el Banco Sabadell y Caixabank. Las sedes de esas dos empresas estaban, hasta ayer, en los rascacielos que ambas compañías poseen en esa calle. Sería interesante, y revelador, comprobar que esas compañías tienen bastante más poder que el Tribunal Constitucional, y sus decisiones pueden ser capaces de hacer frenar la locura que ahora se vive en la Generalitat, que ya cae por el precipicio. ¿Logrará la economía, su quiebra, hacer recapacitar a los que, has ahora, por nada lo han hecho? Quizás sí, y algo se empieza a oír al respecto. De ahora al lunes, cuando está convocado el pleno farsa de la declaración unilateral de independencia, hay tiempo para que algo de razón entre en la mente de los que (des)gobiernan la Generalitat. Toca esperar, ver y cruzar los dedos para que así sea.

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