Las consecuencias de un desastre
como el que se vive en Cataluña, como es fácil de entender, se extienden a
todos los ámbitos de la vida, y como si fueran las ondas gravitacionales a las
que me refería ayer, nos golpean en nuestro interior y en todo lo que nos
rodea. Es un tema menor frente a la fractura social y la quiebra de la
convivencia, pero el impacto en la economía de todo este marasmo va a ser
innegable y, nadie lo duda, malo. Cataluña será la que sufra en primera
persona, y en mayor medida, el daño, pero el resto del país vamos a ser
igualmente golpeados. La recuperación económica en la que nos encontramos corre
serio riesgo de volatilizarse.
Ayer Banco Sabadell aprobó el
traslado de su sede social a Alicante, a lo que eran las antiguas oficinas de
la quebrada CAM, que adquirió hace pocos años. La sede social es algo más
simbólico que otra cosa, dado que los empleos de los servicios centrales siguen
estando donde estaban, pero, Ojo, la tributación no. Desde el momento que se
haga efectivo el cambio, el Sabadell tributará en Valencia, y la Generalitat
Valenciana verá como aumenta la recaudación por el impuesto de sociedades en su
territorio y, por tanto, el importe de la tarta que le toca del mismo una vez
se producen las transferencias del gobierno central. Lo mismo, pero al revés,
para la Generalitat de Cataluña, que pierde un contribuyente neto a las arcas. Muy
probablemente hoy Caixabank haga un movimiento similar y sea Palma de Mallorca
la ciudad elegida para trasladarse. El negocio bancario es muy sensible
ante turbulencias sociales, y la gente es rápida cuando se pone nerviosa, acude
a su sucursal y empieza a sacar el dinero. Vimos hace poco como, en este caso
por una nefasta gestión, el Banco Popular se diluía delante de nuestros ojos,
atrapando a los que no escaparon a tiempo. El mensaje que mandan estos dos
grandes, buenos e históricos bancos catalanes es muy claro. Lo que sucede en
Cataluña es una locura, un suicidio, y por tanto, tratamos de ponernos a
resguardo para ser dañados lo menos posible. Las empresas industriales
catalanas lo tienen más complicado para moverse, dado que por definición la
inversión que han realizado es mucho más física, pero también pueden acudir al
traslado de la sede social para tratar de limpiar su imagen frente a lo que
pasa. Lo que es seguro es que, en estos momentos, ni un solo euro de inversión
internacional está actuando en Cataluña. Proyectos que estaban pendientes o en
negociación se habrán parado y el flujo financiero, nacional e internacional,
está seco. El sector del turismo empieza a sentir sus efectos, con algún crucero
que ya no ha atracado en el puerto de Barcelona al calor de las noticias que
surgen de la ciudad, y es más que probable que muchas de las localidades
costeras que estos días salen en los medios a cuenta de desgraciados episodios
de acoso a las fuerzas de seguridad vean como el flujo de turistas que a ellas
acuden se verá muy mermado en los próximos meses. Replicando, también en este
caso, lo sucedido en los años oscuros del País Vasco, el capital se repliega,
las inversiones se frenan y la economía se estanca. Esto sólo genera problemas.
Es muy probable que la confianza del consumidor catalán se esté derrumbando y
el consumo, muy dependiente de ella, también esté cayendo. Aún es pronto para
saberlo, pero el PIB regional de la comunidad puede entrar en una senda negativa
si este proceso de locura se perpetúa en el tiempo. A escala, los mismos síntomas
se estarán empezando a dar en la economía nacional, donde el daño agregado será
menor, pero será, y la imagen del país en el exterior, supongo, estará por los
suelos tras lo sucedido el 1 de octubre y todas las noticias que, día a día, el
mundo observa de nosotros. A distinta velocidad e intensidad, pero idéntico
desastre que el que se vive en Cataluña.
Decía
ayer Juan Soto Ivars, en un ingenioso artículo, que los tanques en la Diagonal
de Barcelona eran el Banco Sabadell y Caixabank. Las sedes de esas dos
empresas estaban, hasta ayer, en los rascacielos que ambas compañías poseen en
esa calle. Sería interesante, y revelador, comprobar que esas compañías tienen
bastante más poder que el Tribunal Constitucional, y sus decisiones pueden ser
capaces de hacer frenar la locura que ahora se vive en la Generalitat, que ya
cae por el precipicio. ¿Logrará la economía, su quiebra, hacer recapacitar a
los que, has ahora, por nada lo han hecho? Quizás sí, y algo se empieza a oír
al respecto. De ahora al lunes, cuando está convocado el pleno farsa de la declaración
unilateral de independencia, hay tiempo para que algo de razón entre en la
mente de los que (des)gobiernan la Generalitat. Toca esperar, ver y cruzar los
dedos para que así sea.
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