martes, octubre 03, 2017

Espantosa masacre en Las Vegas

La tradición de los tiroteos indiscriminados en EEUU es algo que, sinceramente, se me escapa. Cuando uno vista aquel país y ve torres en los pueblos se imagina a un demente subido en una de ellas disparando, como en tantas y tantas ocasiones ha sucedido. El número de fallecidos por arma de fuego en el país es enorme y, si lo medimos per cápita, resulta asombrosa y alarmantemente alto para los estándares europeos. Una sola cifra; el 18 de septiembre Chicago alcanzó su asesinato número 500 en lo que va de año. Su área metropolitana, hasta el final, tiene 9,7 millones de habitantes, un poco más que Madrid y Castilla y León. Comparen el ratio de asesinatos.

Lo sucedido ayer en Las Vegas va mucho más allá del caso de asesinato típico, o incluso múltiple. Un jubilado, Stephen Paddock, de 64 años, residente en una localidad a unos cien kilómetros de la ciudad, y del que nada se sabía antes de que sucedieran los hechos, ha causado la mayor matanza por arma de fuego en el país, disparando sin cesar decenas de armas automáticas desde la ventana de su habitación en el piso 32 del hotel Mandalay, sobre una multitud de decenas de miles de personas que asistían a un concierto de música country. Lo sucedido no parece tener relación alguna con el terrorismo islamista, aunque los aprovechados de DAESH han tardado poco en apuntárselo en la cuenta de sus éxitos, y parece más bien la actuación de lo que se denomina “lobo solitario” pero sin vinculaciones yihadistas. En todo caso, lo que ha perpetrado Paddock es el sueño húmedo de muchos terroristas, una acción que se enmarca por completo en lo que entendemos como terrorismo y que deja un balance tan horrible como enormes las preguntas. Ahora mismo son 59 los muertos y cerca de 500 los heridos, muchos de ellos de gravedad, por lo que no sería de extrañar que este macabro balance crezca a lo largo del día. Al parecer eran decenas las armas que este hombre había acumulado en su habitación del hotel, y no precisamente de pequeño tamaño. Fusiles automáticos debían llenar los armarios y parte de la habitación, junto con sus cargadores de balas. ¿Cómo alguien puede comprar semejante arsenal y no despertar sospechas? ¿Cómo se puede meter toda esa cantidad de armas en el interior de un hotel sin que ningún sistema de vigilancia las detecte? En tiempos de Big data las compras que realizó Paddock debieran haber hecho saltar algún tipo de alarma en servicios federales o del estado. Al parecer también en su casa se ha encontrado un arsenal de grandes proporciones, lo que demuestra que a este hombre las armas le iban más que los palos de golf, y a buen seguro a sus vecinos, que le dan mucho a los hoyos, les llega constante publicidad de las empresas de venta de material deportivo, que saben muy bien el número de utensilios que han adquirido para su vicio deportivo matutino. En este caso el fracaso en la gestión de la información resulta, cuando menos, llamativo. Dado que parece imposible que en EEUU se imponga un control sobre la venta de armas, pese a lo lógico y necesario que parece, visto desde el exterior, al menos se debiera establecer algún tipo de registro o sistema que permita saber cuántas ha comprado cada uno, que arsenales están dispersos por ahí y, en consecuencia, tratar de medir de alguna manera los riesgos potenciales que se asocian a ello. Y ya puestos, por favor, no permitir acceder a uno de esos enormes, repletos y lujosos hoteles de Las Vegas con ninguna arma, porque episodios de este tipo pueden repetirse en el futuro, por imitadores o por otro tipo de sujetos. Desde luego DAESH estará mirando lo sucedido con atención y, seguro, cierta envidia de asesino admirador de la obra de otro colega.


Las imágenes del ataque son espeluznantes, y el que sea de noche hace que no podamos ver la muerte en su dimensión física, pero el horror asociado a las ráfagas de los disparos sobre la multitud es perfectamente palpable. La escena me recordó, al verla, a una versión ampliada y al aire libre de lo sucedido en Bataclán, con ese cantante en el escenario que se calla, enmudecido por las ráfagas de disparos, y el público, miles en este caso, que comienza a chillar y huir ante lo que parece el fin del mundo, y que se convirtió exactamente en eso para más de cincuenta personas. Las Vegas fue ayer la capital mundial del horror, y los supervivientes jamás podrán olvidar algo tan insoportablemente cruel.

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