miércoles, febrero 10, 2016

Donald Trump ya tiene votos ganadores

Cundieron las risas en medio mundo cuando, hace unos meses, el millonario Donald Trump anunció su intención de presentarse como candidato por el Partido Republicano a la presidencia de EEUU. Muchos lo consideraron como un gesto destinado a conseguir más dinero con el que engordar sus ya inflados negocios, y pocos fueron capaces de ver a un personaje que, subido al populismo más exacerbado, sería capaz con el tiempo de doblegar a las figuras emblemáticas del GOP, Great Old Party, que es como se conoce allí a esta formación.

Hoy, tras su victoria en las famosas, pero poco representativas, primarias de New Hampshire, Trump pasa de ser una ruidosa anécdota para el partido y la política norteamericana a ser uno de sus principales problemas. Encarna en su persona parte del sueño y la pesadilla norteamericana, todo aunado y demasiado agitado. Millonario hasta las trancas, Trump forjó su fama en los ochenta como gerente de casinos, negocio que fue abandonando poco a poco para sustituirlo por el residencial de lujo, en inmensas torres que se alzan en las principales ciudades del país. Trump tower es casi una marcar urbana en EEUU, y son edificios que siempre destacan por su altura y, seamos justos, su arquitectura, que es más sofisticada de lo que uno podría pensar. Divorciado varias veces, sus separaciones han sido sonadas tanto por el ejército de abogados que han contribuido a financiar como por los desplantes mutuos entre él y sus ex, zanjados con acuerdos multimillonarios que han roto barreras en el extraño mundo de las separaciones conyugales de famosos. Durante unos años fue una estrella de televisión, en uno de esos programas basura de telerrealidad, todos lo son, en el que el jefe, encarnado por él mismo, tiene a una serie de aprendices, para ser formados en las artes del liderazgo empresarial. Famoso en todo el país, y gran parte del extranjero, Trump luce una extraña mata de pelo en la cabeza, que es un filón para todos sus imitadores y caricaturistas, y exhibe en todo momento unas formas, modales y lenguaje propio de un tabernero del viejo oeste al que nadie hubiera pagado las copas. Su discurso se basa en un populismo rancio, que es muy exitoso en todas las naciones (empezando por la nuestra) aderezado con mucho racismo, sexismo, nacionalismo y, en general, todos los –ismos que puedan imaginar. Un debate con Trump presente es el camino directo a esa telerrealidad basura a la que antes me refería, que arrastra a las masas y, por lo visto, a los votantes. Su electorado más fiel lo representa el americano de toda la vida, que ve como el sueño de su país se transforma en semipesadilla de ciudades vacías, desindustrializadas, poco competitivas y llenas de una inmigración y cambio de estilos de vida que le dejan desnortado y sin respuesta. Para que se hagan una idea, el personaje que encarna Clint Eastwood en Gran Torino. Ese votante ve en Trump un mensaje sencillo, fácil y directo. Ve que señala a culpables, no sólo en Washington, lugar odiado por gran parte del país, sino en todos aquellos que, en su diferencia, pueden ser competencia. Ese discurso que nos parece horrendo, porque lo es, es el mismo que ahora la encuestas señalan como triunfador en Francia, enarbolado por Le Pen, o apoyado por un 11% de los alemanes y encarnado en Pegida y movimientos similares, o por muchos británicos seducidos por el UKIP y otras formaciones de corte muy nacionalista. Incluso Podemos aquí en España, desde planteamientos ideológicos presuntamente opuestos, elabora un discurso en el que la demagogia simplista al estilo Trump resulta ser aplaudida. No comparte sus formas, pero hay fondos del discurso que son, curiosa y peligrosamente, muy similares. Lo más parecido que hemos tenido a Trump en España fue Jesús Gil y Gil, y ganó elecciones, y arrasaba en audiencia.

Ahora que está lanzada, es difícil saber hasta dónde llegará la carrera política de Trump. Ayer se hizo con cerca del 4% de los compromisarios que, en la convención veraniega, deben elegir candidato republicano. Es probable que el supermartes y otros días decisivos de votación lo releguen, sobre todo porque los cargos republicanos saben que es materialmente imposible ganar unas elecciones nacionales con el discurso desvariado de Trump, pero su mera permanencia y su éxito mediático vuelven a ser otro síntoma que nos obliga a fijarnos en la salud de nuestras democracias, debilitadas, y llenas de populistas de todo tipo, que amenazan con pervertirlas.

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