miércoles, febrero 03, 2016

Ya es febrero, y sin gobierno ni invierno

Pasar unos pocos días de ocio en medio del trimestre más denso y frío del año es de agradecer, pese a que este año lo del frío no se cumpla como es debido. Se habla mucho del no gobierno que tenemos, aún no tanto del desgobierno que pueda llegar, pero mucho menos que del extraño tiempo que tenemos, que no deja de batir records de temperaturas máximas para cualquier intervalo de tiempo que cojamos o de días sin lluvia en una costa mediterránea que, desde principios de año, afronta una sequía durísima. Da miedo pensar cómo pueden acabar los cultivos, terrenos y cualquier otra cosa en esa zona del país si, como es habitual, la primavera y verano allí resultan secas.

Digo, en plan malicioso, que el verano de 2015 fue tan intenso que aún no se ha acabado. El calor del año pasado, que atacó con muchísima fuerza desde mayo, y no aflojó hasta agosto, siguió, tenue pero constante, durante un otoño de escasas precipitaciones, caras nubes y cielos azules que se sucedían sin remisión. A medida que se aproximaba el invierno, en medio de admoniciones basadas en el lema de los Stark en Juego de Tronos (se acerca el invierno) la distorsión entre las temperaturas de la calle y las fechas del calendario crecía. Las hojas de los árboles seguían cómodas en sus ramas, sólo afectadas por la bajada en la intensidad de la luz, en unos días que se recortaban como el presupuesto nacional por imposición comunitaria, pero el aire seguía calentito. En la antesala de navidad sobraban los abrigos, que sacábamos a la calle para lucir, darles una vuelta y que no se sintieran abandonados en los fondos de armario. Las tiendas de ropa empezaban a mirar sus cuentas de resultados y los almacenes, llenos de prendas para un invierno que no llegaba, y veían con asombro y envidia a sus vecinos hosteleros, cuyas terrazas seguían llenas de clientes que, bajo el sol de diciembre, simulaban estar en abril. Enero ha seguido con la misma tónica, acentuándose aún más si cabe, dado que pasan los días del invierno y la sensación de rareza crece. Temperaturas claramente por encima de los quince grados de día en todo el país, noches en las que las heladas no se presentan, mucha lluvia por Galicia y parte del oeste peninsular, pero apenas cuatro copos mal contados en las montañas, con las estaciones de esquí en formato anoréxico, luciendo tiras nevadas, hilillos que ni hacen recordar a los mantos que debieran lucir en estas fechas. Playas en las que los veraneantes vuelven, aunque el término, en sí mismo, en estas fechas, sea absurdo, paseos marítimos atestados de gente que luce pantorrilla o manga corta a un sol que calienta más de lo debido, y extrañeza general por un tiempo que, bien recibido, permite vivir más alegremente y sin el agobio de encerrarse en casa. Las facturas de calefacción caen en picado en unos meses en los que la caldera debiera estar sin parar pero que, funciona, nunca mejor dicho, a medio gas. Los jubilados se asoman a los balcones y terrazas y ven cómo los días más crueles para sus huesos y cuerpos van quedando atrás. Y la luz, que lleva ya más de un mes creciendo desde mínimos, asoma cada vez antes en las ventanas y se va cada vez más tarde, recordándonos que en ocho semanas ya será primavera. Y el invierno de 2016, tímido, no se atreve a asomarse. Sólo hemos visto, y con mucha envidia por mi parte, las nevadas en la costa este de EEUU. Para ver nieve en 2016 hay que poner la tele y fijarse en el extranjero, ese es el panorama.

No se confíen, aún podemos vivir zarpazos invernales, febrero es un mes de tiempo cambiante, loco, inestable. Sin ir más lejos este fin de semana parece que tendremos un cambio que, al menos, dejará lluvia en parte del país, pero lo cierto es que la sensación general de que este invierno es, sino inexistente, de broma, es cierta y eso es algo especial, e importante. Y malo, dado que malo es cuando no hace lo que toca. Probablemente este comportamiento esté condicionado por el intenso fenómeno del niño que estamos viviendo desde verano del año pasado, pero en todo caso no es bueno que la floración se de tan temprana, que la nieve no empape el suelo y que el frío no limpie el aire. Sería curioso que pasáramos todo el invierno sin él mismo y, ya de paso, sin gobierno.

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