Ayer, en el día en el que la
guerra de Siria siguió su curso hacia la nada, mientras algunos refugiados se
ahogaban en el agua y el olvido, en el transcurso de la mayor caída del Ibex35
en tiempo, que lo lleva a la crisis bursátil, y de ahí a la general, entre el
desgobierno patrio y otra corruptela más en el PP, y quizás durante otro nuevo
y garrafal error del no Ayuntamiento de Madrid, científicos
de varias nacionalidades realizaban un descubrimiento asombroso, verificaban la
existencia de ondas gravitacionales y, cien años después, nos obligaban a
ponernos a todos, otra vez, de rodillas delante del intelecto de Albert
Einstein, que ya las describió hace un siglo.
Es un poco complicado explicar
esto, y seguro que de mientras lo intento cometo enormes errores técnicos y
conceptuales, por lo que si me lee alguien experto en la materia confío en que
me disculpe. El fenómeno en sí es sencillo de entender si pensamos en un mundo
diferente al que acostumbramos. Si sustituimos el vacío del espacio, esa
negrura insoldable que nos rodea, y lo convertimos en una estructura, un tejido
de espacio tiempo, un “aire” en el que todo se mueve, desplaza y actúa, el fenómeno
es casi intuitivo de explicar. Hace pocos miles de millones de años un par de
agujeros negros, de masas decenas de veces superiores a nuestro sol cada uno de
ellos, que orbitaban uno en torno al otro (un sistema doble) acabaron
colapsando y uniéndose en un único agujero negro, mayor. La masa de este
agujero negro nuevo no era exactamente la suma de las masas de los pequeños,
sino algo menor, y esa masa perdida se transformó en energía, generadora de las
ondas gravitacionales. Al contrario que otras radiaciones, como la luz o
cualquier otra del espectro electromagnético, que se desplazan en el tejido
espacio tiempo (ese “aire” al que me refería) las ondas gravitacionales son
fluctuaciones de ese mismo tejido, un movimiento físico del mismo generado por
cualquier fenómeno en el que la gravedad esté presente, de una intensidad ínfima,
y creciente cuanta mayor es la gravedad y energía generada por ese fenómeno. Imagínense
un estanque. La luz del sol atraviesa el agua y gracias a ella podemos ver el
fondo, pero el agua está quieta. Ahora arrojamos una piedra al estanque. Vemos
que el agua se mueve, genera ondas físicas sobre la superficie que se
transmiten y llegan hasta nosotros y mucho más allá. Ahora piensen en esa agua
del estanque como el tejido espacio tiempo en el que nos encontramos. Toda
radiación corre a través de él, como la luz en el agua, y eso nos permite “ ver”
el universo en forma de luz visible, radio, microondas, etc. Y ahora imagínense
la onda generada por esa fusión de agujeros negros a la que antes me refería,
que hace que el espacio tiempo, el agua, fluctúe, se ondule, se mueva. Esa es
la onda gravitacional. Se desplaza a la velocidad de la luz y tiene una
intensidad muy muy muy débil. Es por ello que ha sido necesario invertir
bastante dinero y tecnología en un proyecto, el LIGO, en el que la precisión
del instrumental ha sido la suficiente como para captar el fenómeno. En el
modelo de la relatividad general de Einstein las ondas gravitacionales aparecen
como una de las consecuencias del mismo, pero el concepto de las mismas y su
bajísima intensidad teórica las convertía en algo con escasas posibilidades de
ser imaginado y, menos aún, medido. Hasta ayer. Ayer lo pudimos medir por
primera vez, y demostrar así que el genio, el maestro, Einstein, volvía a
acertar. Es fascinante.
Este descubrimiento abre las puertas a todo un
mundo de la astrofísica, porque al igual que Galileo cuando inventó el
telescopio (haciendo uso de la luz) o cuando el descubrimiento de la radio y otras
frecuencias permitió el nacimiento de la radioastronomía, desde ayer se puede
empezar a explorar el universo a través de las ondas gravitatorias. Como niños
en la orilla, podremos medir el “mar de fondo” que la gravedad genera en
lugares a los que nuestros ojos y antenas no pueden llegar. Es como si nos
hubieran dotado de un nuevo “sentido” al cuerpo para “ver” de otra manera. Ayer
fue un día histórico para la ciencia. De verdad. Y es, en medio de las noticias
que en el día a día nos pueden y derrotan, un motivo de celebración.
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