No pasa día en el que no se demuestre hasta qué punto es total el odio que se procesan las dos almas del bigobierno, encarnadas en el ambiguo Sánchez y el dogmático Iglesias. Sólo el conservar el poder los une, y como esa es una de las argamasas más efectivas de las que en el mundo existen se sostendrán mutuamente hasta que sea imposible, es decir, más cerca de 2023 que de nuestros días. Entre tanto ambos irán escribiendo un catálogo de reproches y traiciones, en un libro gordo de amplias páginas, que para tanto da lo suyo, y que serán expuestas con crudeza cuando se produzca la ruptura y se presenten a las próximas elecciones generales. Hasta entonces, cada día, un navajazo mutuo. Y el resto del país, que sufre lo suyo, a verlas venir.
Ayer vimos otro episodio de esta lucha de egos a cuenta de la presunta gestión de los fondos europeos de recuperación que, provenientes de Bruselas, servirán para paliar el desastre económico que está generando la pandemia del coronavirus. Es curioso, pero ese dinero que aún no existe se parece muchísimo a las vacunas que tampoco están, pero ambos son temas donde no deja de pontificarse sobre cómo gestionar y ejecutar. Entiendo que la realidad es tan cruda y cruel, con quinientos muertos diarios que nadie quiere ver, que buscamos olvidar, y el político, ante su total fracaso, sueña con gestionar millones y remedios que no están, como si el solo mencionarlos funcionara para enmascarar el día a día de la pandemia. El dinero europeo será un alivio necesario, pero no tendrá la dimensión suficiente para cubrirnos el desastre, y eso lo sabe tan bien el gobierno como cualquiera de nosotros, pero su importe es lo suficientemente grande para que haya crueles asaltos para decidir quién lo gestiona. A primera hora de ayer se hizo pública la creación de un comité interministerial, que reuniría a once carteras, para actuar como organismo decisor de los proyectos que serían adjudicados para ser financiados con el maná europeo. De entre esas once carteras sólo una, la de trabajo, era gestionada por miembros de Podemos, dejándose muy claro en el contenido de la información divulgada por Moncloa a los medios que las decisiones de gestión se centralizaban en dicho palacete y en la figura de Presidencia del Gobierno, Sánchez y Redondo, y sin contar con el concurso de Iglesias y Podemos. Al poco empieza a bullir el magma mediático podemita y las acusaciones de traición suben de tono por parte de los morados, que no esperan tanto meterse en la gestión de los fondos como, a buen seguro, conseguir algo de los mismos, y Moncloa tarda poco en rectificarse a sí misma, incorporando a Iglesias a un comité en el que, ahora sí, pertenecen todos los ministros. La portavoz del gobierno, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, no sabe bien dónde meterse, y suelta una de sus enrevesados párrafos llenos de palabras reiterativas para decir que donde eran unos cuantos ahora son todos y donde se dijo Comisión ahora se dice Consejo. En poco más de un par de horas el anuncio de cómo se va a gestionar ese enorme volumen de dinero, uno de los temas capitales del próximo año, se convierte en otra excusa para los agravios mutuos dentro del desgobierno y una nueva exhibición no ya sólo de la nefasta manera de organizar las cosas que caracteriza a Sánchez y Redondo, sino de la nula importancia que ambos dan a esos fondos, a la economía, a la estrategia de país y a todo lo que suene a políticas de largo plazo y vista. Ese dinero, como todo lo demás, son palancas de poder, instrumentos que, en mano de quien estén, sirven para apaciguar quejas, comprar voluntades y garantizarse lealtades. Algunos de los resilentes de Moncloa no dejan de ver este desastre que vivimos como la oportunidad de sus vidas no para desarrollar un proyecto de país, sino para convertirse en los imprescindibles, en los poderosos de verdad, en los que cortan el bacalao, en los que deciden quién recibe ese dinero y sobrevive y quién no y quiebra. Lo malo es que, si nos fijamos en sus socios morados, esos resilentes parecen figuras de estado por comparación. Sí, es deprimente.
En el anuncio del comité que dejó de ser comité se incluían una serie de detalles generales sobre cómo sería esa gestión del dinero europeo, y hacían especial incidencia en la simplificación de los requisitos administrativos para optar a ellos (no es mala idea) y dejaban clara la enorme discrecionalidad con la que se adjudicarían por parte del extinto comité, y esto es peligroso, porque abre la puerta a futuras corruptelas de todo grado y tamaño asociadas al enorme volumen de dinero del que se está hablando. Mucho dinero es la gasolina, la condición necesaria, para que surja la corrupción, y me da que de lo que se decida el año que viene en Moncloa surgirán piezas judiciales suficientes para décadas de investigación y juicio. Mucho trabajo por delante para los periodistas de investigación que quieran hurgar en ello.
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