Hasta empiezan a surgir chistes sobre el grao de efectividad de las vacunas que se están publicando en estos días, varias de ellas en la fase III, la última del proceso de ensayos clínicos para la definitiva comercialización y distribución. Los de Pfizer fueron los primeros que pusieron el listón por encima del 90%, a lo que Putin, sin prueba alguna, añadió dos puntos a la suya porque él lo vale y ya está. Moderna superó por poco esta cota rusa y Pfizer ha corregido sus cálculos al alza y los ha situado en el 95%, cifras fantásticas, porque el que una vacuna supere el 80% de efectividad ya es un logro muy reseñable.
Asistimos en directo a lo que parece una carrera competitiva por quién presenta antes la vacuna y cuáles son los mejores resultados, algo que recuerda un poco a lo que se vivió en los años sesenta del siglo pasado, la carrera a la Luna, que alcanzó su éxito en medio de una feroz disputa entre los triunfantes EEUU y la malograda URSS. Estas carreras tienen varias ventajas, como es el hecho de alentar el que todos los recursos que puedan ser destinados a ellas se pongan sobre la mesa, y ya saben que dinero es algo que hace falta para cualquier cosa. La competencia entre ideas, bien sean cohetes o vacunas, espolea el ingenio y permite lograr avances en pocos años que, en condiciones normales, aburridas, hubieran llegado mucho más tarde, o incluso quizás ni se hubieran producido. Las guerras son el caso extremo de esfuerzo absoluto volcado en un único fin, y no es casualidad que transcurridas las mismas se produzcan notables avances tecnológicos en el conjunto de la sociedad, fruto de lo invertido e ingeniado en los años belicosos. Pero en estas carreras no todo son ventajas, hay un grave inconveniente, que es el que se deriva de las prisas. Correr hace que sea más fácil que tenga lugar un accidente, y cuanto más deprisa se va peores pueden ser las consecuencias de ese accidente. Esto vale para la carretera y para todo lo demás, las prisas son malas consejeras. En la carrera lunar hubo varios accidentes en el programa espacial norteamericano, que costaron, por ejemplo, la vida de la tripulación de uno de los Apollo iniciales, que se carbonizó en el módulo de mando del cohete sin que este despegase por lo que luego se vio que era un error de diseño en la composición de la atmósfera de la nave. Se sabe que en la URSS hubo accidentes, algunos se intuye que muy graves, que abortaron por completo las posibilidades reales de que los soviéticos alunizasen en la década de los sesenta, pero la opacidad de aquel régimen y sus herederos es tal que aún no se conocen los detalles exactos de lo que pudo pasar. En el caso de la investigación médica las cosas no son tan espectaculares y bruscas como cohetes que explotan en su lanzamiento, pero las consecuencias de los errores pueden ser mucho más graves. El diseño de las fases de un proceso de creación de vacunas está pensado con varios criterios, pero uno de ellos es, desde luego, la seguridad del producto que se testa, el que no provoque más problemas de los que ya se pretenden combatir. Son, por ello, fases largas, dilatadas en el tiempo, que requieren reposo y análisis detallado de los resultados, algo muy ajeno a lo que vivimos estos días de expectativas desatadas y ansia por unos resultados que alivien el panorama de cada día. La gravedad de la emergencia sanitaria que enfrentamos hace que la presión para acortar los plazos de las fases sea intensa, y que lo que hubiera podido durar varios años se lleve a cabo en apenas meses. Tengamos en cuenta que este coronavirus empieza a actuar en China a muy finales de 2019 y no es hasta febrero, creo, cuando se accede a su codificación genética. En el tiempo de un embarazo el virus ha matado a más de un millón de personas en todo el mundo pero la ciencia ha logrado diseñar vacunas que, todo indica, serán efectivas. Es todo tan acelerado como asombroso.
Con porcentajes de efectividad del 80% y con una población vacunada que pueda estar en torno al 75% la inmunidad de grupo empieza a funcionar como tal y el control de la pandemia sería un hecho. Es probable que, si todo va como se prevé, el verano que viene, ya con varios millones de personas vacunadas, empiece a ser algo parecido a lo que recordamos como verano. No plenamente, pero sí una aproximación a la realidad. Otro día les comentaré lo novedoso de la tecnología de Moderna y Pfizer frente a otros modelos de vacunas, y las posibilidades, enormes, que abre si, como parece, es efectiva, pero de momento quedémonos con lo positivo. Esta carrera busca salvar vidas. Y lo logrará
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